EXTRAÍDO DE CHARLES
BUKOWSKI, “THIS IS WHAT KILLED DYLAN THOMAS”, (STORY WRITTEN IN 1972), SOUTH
OF NO NORTH, 1973, P. 129.
Subo al avión con mi novia, el
camarógrafo, el sonidista y el productor. La cámara está encendida. El
sonidista nos colocó unos pequeños micrófonos a mi novia y a mí. Voy camino a
San Francisco para dar una lectura de poesía. Soy Henri Chinaski, poeta. Soy
magnífico, profundo. Huevos. Bueno, sí, tengo unos huevos terribles.
El canal 15 está pensando en hacer un documental sobre mi vida. Llevo
puesta una camisa nueva y limpia, y mi novia es vibrante, magnífica, con sus
treinta y pocos años. Ella esculpe y escribe y hace el amor maravillosamente.
Tengo la cámara pegada a mi cara. Yo hago como si no estuviese ahí. Los
pasajeros miran, las azafatas pasan, la tierra fue robada a los indios, Tom Mix
está muerto, y yo me he tomado un buen desayuno.
Pero yo no puedo dejar de pensar en los años en habitaciones solitarias,
cuando las únicas personas que golpeaban a mi puerta eran las caseras pidiendo
el alquiler atrasado o el F.B.I. Yo vivía con ratas, ratones y vino,
y mi sangre se derramaba por las paredes de un mundo que no podía entender, y
que incluso ahora no entiendo. En lugar de vivir, me moría de hambre; corría
enloquecido entre mis propios pensamientos y me escondía. Cerraba todas las
persianas y miraba al techo. Cuando salía, era para irme a algún bar, donde
pedía algún trago, hacía algunos mandados y era golpeado en callejones por
hombres seguros y bien alimentados. Bueno, gané algunas peleas, pero sólo
porque estaba loco. Pasé años sin mujeres, vivía de mantequilla de maní y
robaba pan y patatas cocidas. Era el tonto, el bobo, el idiota. Quería
escribir, pero la máquina siempre estaba empeñada. Me rendía y bebía…
El avión despegó y la cámara seguía filmando. Mi novia y yo charlábamos.
Llegaron las bebidas. Yo tenía a la poesía, y a una mujer magnífica. La vida
estaba recuperándose. Pero las trampas, Chinaski, cuidado con las trampas.
Luchaste por largo tiempo para poner al mundo como querías. No dejes que una
pequeña adulación ni una cámara de cine te saquen de tu posición. Recuerda lo
que dijo Jeffers -incluso los hombres más fuertes pueden caer atrapados, como
Dios cuando pasó por la tierra.
Bueno, tú no eres Dios, Chinaski, relájate y toma otro trago. ¿Tal vez
deberías decir algo profundo para el sonidista? No, dejalo sudar. Dejalos sudar
a todos. Es la grabación de su película. Mira el tamaño de las nubes. Estás
volando con ejecutivos de I.B.M., de Texaco, de…
Estás volando con el enemigo.
En la escalera mecánica del aeropuerto un hombre me pregunta:
-¿Qué ocurre con todas esas cámaras? ¿Qué está pasando?
-Soy un poeta -le digo.
-¿Un poeta? -pregunta él-. ¿Y cuál es su nombre?
-García Lorca -digo…
Bien, North Beach es diferente. Son jóvenes y llevan jeans y
andan dando vueltas por ahí. Estoy viejo. ¿Dónde están los jóvenes de hace 20
años? ¿Dónde está Joe? Todo eso. Bueno, estuve en San Francisco hace 30
años y evité pasar por North Beach. Ahora estoy paseando por ese
lugar. Veo mi cara en carteles por todas partes. Ten cuidado, viejo, la succión
ha comenzado. Quieren sacarte la sangre.
Mi novia y yo paseamos con Marionetti. Muy bien, aquí estamos paseando
con Marionetti. Es agradable estar con Marionetti, tiene unos ojos amables y
las jóvenes lo paran por la calle y hablan con él. Ahora, pienso, me podría
quedar en San Francisco… pero sé que lo mejor es volver a L. A. con la
ametralladora montada en la ventana delantera. Podrían haber atrapado a Dios, pero
Chinaski recibe el consejo del diablo.
Marionetti se va y ahí hay un café beatnik. Nunca he estado en
un café beatnik. Ahora estoy en un café beatnik. Mi novia y
yo pedimos del mejor -60 centavos la taza-. Gran momento. Pero no lo vale. Los
chicos se sientan a saborear sus cafés, esperando a que suceda. Aunque no va a
suceder.
Cruzamos la calle hacia un café italiano. Marionetti está de vuelta con
el chico del S.F. Chronicle que dijo en su columna que yo era el
mejor escritor de cuentos que había aparecido desde Hemingway. Le
dije que estaba equivocado; no sé cuál será el mejor desde luego de
Hemingway, pero seguro que no es H. C. Soy demasiado descuidado. No pongo
suficiente esfuerzo. Estoy cansado.
El vino llegó. Mal vino. La señora trae sopa, ensalada y una fuente
de ravioles. Otra botella de vino malo. Estamos demasiado llenos para
comernos el plato principal. La conversación está perdida. No tratamos de ser
brillantes. Tal vez no podamos. Salimos.
La multitud más grande desde Yevtushenko… Salgo al escenario. Mierda
caliente. Chinaski mierda caliente. Hay una heladera detrás mío llena de
cervezas. La abro y saco una. Me siento y empiezo a leer. Han pagado 2 dólares
por cabeza. Buenas personas. Algunos me son hostiles desde el principio. Un
tercio del público me odia, un tercio me ama, y el otro tercio
no sabe qué demonios hacer. Tengo algunos poemas que sé que van a incrementar
ese odio. Es bueno sentir hostilidad, mantiene la cabeza despejada.
-¿Quiere levantarse
Laura Day, por favor? ¿Quiere mi amor ponerse de pie?
Ella lo hace, agitando sus brazos.
Comencé a interesarme más en la cerveza que en la poesía. Hablo entre
los poemas, palabras secas y banales, monótonas. Soy H. Bogart.
Soy Hemingway. Soy mierda caliente.
-¡Lee los poemas, Chinaski! -gritaron.
Tienen razón, ya sabés. Trato de dedicarme de lleno a los poemas. Pero
me paso gran parte del tiempo abriendo la puerta de la heladera. Hace el
trabajo más fácil, y ellos ya han pagado. Una vez me contaron que John Cage salió
al escenario, se comió una manzana, se fue, y ganó mil dólares. Supuse que a mí
todavía me faltaban unas cuantas cervezas.
Bueno, finalmente terminó. Vinieron a
acercarse. Autógrafos. Habían venido desde Oregon, L. A., Washington.
Había también jóvenes muy bonitas. Esto es lo que mató a Dylan Thomas.
Vuelvo a subir las escaleras hacia nuestra habitación, bebiendo cerveza
y hablando con Laura y Joe Krysiak. Están golpeando la puerta allí
abajo. «¡Chinaski! ¡Chinaski!» Joe baja a contenerlos. Soy una
estrella rock. Finalmente bajo y dejo entrar a unos cuantos. Conozco a algunos
de ellos. Poetas muertos de hambre. Editores de pequeñas revistas. Aparecen
algunos que no conozco. Está bien, está bien -¡Cierren la puerta!
Bebemos. Bebemos. Bebemos. Al Masantc
se cae en el baño y se golpea y abre la parte superior de su cabeza. Un muy
buen poeta, ese Al.
Bien, todo el mundo está hablando. Es otra descuidada borrachera de
cerveza. Entonces el editor de una pequeña revista empieza a golpearse con un
marica. No me gusta eso. Intento separarlos. Una ventana se rompe. Los empujo
por las escaleras. Empujo a todo el mundo por las escaleras, excepto a Laura.
La fiesta terminó. Bueno, no del todo. Laura y yo estamos ahí. Mi amada y yo
estamos dentro. Ella tiene temperamento, y llega mi turno de jugar. Terminó en
nada, como siempre. Y le digo que se vaya al infierno. Y lo hace.
Me despierto horas más tarde y ella
está de pie en medio de la habitación. Me levanto de la cama, maldiciéndola. Se
me tira encima.
-¡Te mataré, hijo de puta!
Estoy borracho. Ella está encima de mí en el suelo de la cocina. Mi cara
está sangrando. Me muerde y me hace un agujero en el brazo. No quiero morir.
¡No quiero morir! ¡Sea la pasión condenada! Corro dentro de la cocina y me
arrojo media botella de yodo sobre mi brazo. Ella está tirando mis calzoncillos
y camisas fuera de la maleta, y agarra su billete de avión. Una vez más, sigue
sola por su camino. Otra vez terminamos para siempre. Vuelvo a la cama y escucho
sus tacos bajando la colina.
En el avión de regreso la cámara está prendida. Estos chicos del canal
15 están dispuestos a descubrir algo más sobre la vida. La cámara hace zooms en
el agujero de mi brazo. Tengo dos profundos agujeros en la mano.
-Caballeros -digo-. No hay manera de hacer algo con las mujeres.
Absolutamente no hay forma.
Todos mueven la cabeza,
asintiendo. El sonidista, el camarógrafo asiente, el productor asiente. Algunos
de los pasajeros asienten. Yo bebo duro todo el viaje, saboreando mi pena, como
algunos dicen. ¿Qué puede hacer un poeta sin dolor? Lo necesita tanto como a la
máquina de escribir.
Por supuesto, al llegar hago una parada en el bar del aeropuerto. Lo
hubiera hecho de todas formas. La cámara me sigue. Los chicos del bar miran,
toman sus bebidas y hablan de la imposibilidad de hacer algo con las mujeres.
Mis honorarios por la lectura son de 400 dólares.
-¿Para qué está esa cámara? -me pregunta el chico de al lado.
-Soy un poeta -le digo.
-¿Un poeta? -pregunta él-. ¿Cúal es tu nombre?
-Dylan Thomas -contesto.
Tomo mi bebida, la vacío de un trago y miro fijamente al frente. Estoy
en mi camino.
(Buenos Aires Poetry / Traducción de Juan Arabia)
(Buenos Aires Poetry / Traducción de Juan Arabia)
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