por Mariana Carbajal
“La noticia de una
agresión sexual se instala como un espectáculo en los medios y eso tiene que
cambiar”, dice la antropóloga Rita Segato, una de las grandes intelectuales
latinoamericanas, al analizar el tratamiento que tuvo en televisión la denuncia
de violación de Thelma Fardin contra Juan Darthés. También llamó la atención
sobre el riesgo de que se produzca un efecto imitación como ocurre con las
noticias de suicidios, y sobre la necesidad de correr a la actriz del lugar de
víctima. “No quiero solamente consolar a una víctima que llora. El punto es
cómo educamos a la sociedad para entender el problema de la violencia sexual
como un problema político y no moral”, señaló Segato. La autora de “La guerra
contra las mujeres” (Madrid: Traficantes de Sueños, 2016), está además
preocupada por lo que viene llamando “un feminismo del enemigo”. “El feminismo
no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos ‘naturales’”,
expresó. Y a su vez, cuestionó los “linchamientos” en redes sociales para
denunciar violencias machistas entre pares, adolescentes. “Debemos preparar a
nuestras y nuestros jóvenes para que puedan tramitar sus relaciones con su
propia palabra y con sus propios gestos”, alentó. Y quiso dejar como mensaje
una frase que le dijo un jefe de la policía de El Salvador, donde estuvo
trabajando durante una gran parte de este año: “Que la mujer del futuro, no sea
el hombre que estamos dejando atrás”.
Es una de las voces
más lúcidas de la región a la hora de pensar la violencia machista en sus
distintas formas y circunstancias. Su pensamiento es provocador. Empuja a la
reflexión. Segato nació en Argentina y vivió también en Venezuela, Irlanda,
Estados Unidos y Brasil. Tiene una extensa trayectoria académica. Este año, la
Universidad de Brasilia le concedió el título de Profesora Emérita de la
institución, y recibió tres Doctorados Honoris Causa de universidades
argentinas. Es autora de numerosos libros, el último, “Contra-pedagogías de la
Crueldad” (Buenos Aires: Prometeo, 2018).
Cuando empezó a
trabajar primero con los presos condenados por violación en la penitenciaria de
Brasilia, pensó que sería una situación excepcional y pronto abandonaría el
tema. Cuando fue invitada, luego de publicar el libro “Las estructuras
elementales de la violencia” (2003, Prometeo), para aplicar su modelo de la
fratria masculina, del club de hombres, al caso de las mafias de Ciudad Juárez,
pensó también que estaba ante un caso excepcional, raro, que rápidamente ese
tema iba a desaparecer de la historia. Y siente una tremenda frustración porque
no consigue abandonarlo. Este año, fue convocada por la Policía Nacional Civil
de El Salvador, tal vez el país más violento del continente, para elaborar un
diagnóstico sobre crímenes de género al interior de la institución.
La conversación
transcurre en su departamento de San Telmo.
¿Cómo analiza lo que
pasó a partir de la denuncia de Thelma Fardin?
Es fundamental
vincularlo con lo que pasó dos semanas antes con el fallo sobre el femicidio de
Lucía Pérez, donde un tribunal dijo que no hay ninguna relación de poder entre
dos hombres adultos que le proveen droga a una adolescente. La sociedad que se
escandaliza porque otra adolescente, de la misma edad que Lucía, fue violada
por un varón de mayor y de más poder, les está diciendo a esos jueces de Mar
del Plata que están equivocados y que han traicionado las expectativas de la
sociedad con relación a la justicia. Es importantísimo vincular las dos
escenas, ponerlas en relación. En segundo lugar, estamos viendo que la sociedad
está siendo avisada y se está volviendo más sensible en relación a las
agresiones, a los acosos, a las distintas formas de abuso de género y esa es
una buena noticia.
¿Cómo ve el rol de
los medios en el abordaje del tema?
Tenemos un problema
con el espectáculo de la noticia. Es indispensable ver cómo los medios pueden
informar sobre este fenómeno. Lo que hemos aprendido de feminicidios y
escándalos sexuales anteriores es que aunque los medios muestren la
monstruosidad del agresor, ese monstruo para otros hombres resulta una figura
tentadora, porque el monstruo es potente. El monstruo es un personaje predador,
rapiñador, como debe ser el sujeto masculino formateado por el mandato de
masculinidad. Y lo que el hombre quiere mostrar siempre es que puede serlo,
porque es su forma de mostrar que es potente. Ha sucedido en otras situaciones,
como en el caso de Wanda Taddei, que la monstruosidad quiere ser imitada. Hoy
en día existir bajo el lente mediático parece ser para muchas personas la única
forma de existir. Es un fenómeno de nuestro tiempo. Así como en el caso del
suicidio fue revisado el rol de los medios y hay una pauta mediática que
decidió no mostrarlos ni hablar del tema porque ya se sabe que se va a repetir,
se deberían repensar las coberturas en casos de agresiones sexuales.
¿Cuál es su
propuesta?
Profesores de
comunicación, formadores de periodistas y editores de medios tienen que
convocarse a una gran convención, diría latinoamericana, donde se debata en
profundidad la pauta mediática para las agresiones sexuales, y donde también se
rediscuta el suicidio como pauta. Porque no informar, es decir, desinformar,
también es problemático. Esa discusión es indispensable. No se puede seguir
así. En este caso de Thelma es clarísimo: aparece una niña llorando, linda,
actriz, que en su momento fue famosa. Se la muestra como una heroína de cuentos
de hadas. Pero no debe ser mostrada así. Es peligroso. Porque las heroínas
del cuento de hadas reviven al final la ilusión del príncipe salvador.
¿Cómo se la debería
mostrar?
Se la debe mostrar
como una sujeta que está descubriendo su propia capacidad política de modificar
una estructura, que es la estructura desigual del Patriarcado. Ese es su papel.
Y por encima de todo como una sujeta que no necesitó de un príncipe: hay un
colectivo de actrices que la secunda, que promueve su denuncia, que la acompaña
políticamente. Entonces, no basta la posición de víctima. El victimismo no es
una buena política para las mujeres. Lo más importante en esta noticia y
lo que los medios deberían destacar y repetir sin reserva y hasta con exceso es
que quien rescata a Thelma es un grupo de mujeres, son sus pares, sus colegas,
sus amigas, sus hermanas en el proceso político que estamos viviendo en Argentina
y en el continente: mujer salva mujer y muestra al mundo lo que tiene que
cambiar. No hay un príncipe valiente. Hay política, que es más lindo, más
heroico y más verdadero. La mano salvadora viene de nuestra amistad y alianza.
Sin embargo, lo que destacan y repiten es la escena sin límite de la víctima
describiendo la agresión y exhibiendo su dolor “mariano”. Se comprende la
emoción reviviendo aquel momento y no debe estar ausente, pero la presentación
de una sujeta acusadora solamente a partir de su dolor moral por lo que le ha
sucedido –que es lo que los medios mostraron– no debería substituir ni
desdibujar o anteponerse a la escena de una mujer que se ha vuelto una sujeta
política y por eso denuncia.
¿No cree que si una
víctima no muestra públicamente el sufrimiento que le causa el recuerdo de la
violación que sufrió, la opinión pública pondría en duda sus palabras? Hay un
modelo de víctima ideal: si no es sufriente pierde credibilidad para cierto
público…
Claro, pero eso lo
tenemos que cambiar. La víctima no necesita ser buena y pura para ser
comprendida como víctima, solo necesita ser persona. Entender la diferencia es
dar el giro político que la sociedad necesita para que este tipo de cosa no
vuelva a sucederle a nadie.
Pero, ¿cómo movemos
eso de ahí?
Ese es el punto. Lo
tenemos que mover porque incluso es chocante para quien está dentro de una
crítica y un proyecto político, que es mi proyecto: la intención es cambiar al
mundo, el orden político patriarcal, que hace a todo el mundo, hombres y mujeres,
tanto daño. Les estamos diciendo a los hombres que se corran, se
desmarquen y desmonten el mandato de masculinidad. Muchos lo están haciendo, me
consta, porque están percibiendo que ese mandato los mata primero, los enferma
primero, y que también son pobres e incautas víctimas de ese orden corporativo
autoritario y cruel que impera al interior de la propia corporación masculina.
Porque dentro de esa corporación, como en todas, hay hombres que son más
hombres y hombres que son menos hombres, es jerárquica, es maligna, obliga a
dar pruebas de narcisismo y de crueldad todo el tiempo. Es por eso que la
visión política, la manera de hacer política en estilo femenino se está
recomponiendo después de un largo tiempo de rasura, de censura, de olvido
compulsorio. Hay un fenómeno de afloramiento de la politicidad femenina después
de un largo tiempo de su negación como política. Eso es lo que vemos en las
calles. Y es también, afortunadamente, lo que se ve en el apoyo masivo que
Thelma ha recibido de las mujeres de su gremio, y también de la sociedad
argentina. Tenemos que celebrarlo. Basta de llanto. No queremos solamente
consolar a una víctima que llora. El punto es cómo educamos a la sociedad para
entender el problema de la violencia sexual como un problema político y no
moral. Cómo mostramos el orden patriarcal, que es un orden político escondido
por detrás de una moralidad. El problema es que está siendo mostrado en
términos de moralidad. Y es insuficiente mostrarlo así por varias razones.
¿Cuáles?
Aparece y lo he visto
mucho en estos días, que solo el hombre es sujeto del deseo sexual; la mujer,
no. El hombre desea, la mujer se rinde. No es esa mi propuesta de un mejor
momento para las mujeres. La mujer es un sujeto pleno del deseo. La noticia es
presentada como si la mujer no lo fuera, y fuera solo víctima del deseo
masculino. Tengo un miedo terrible a esa posición porque es tremendamente
conservadora, es decir, no nos saca del lugar de la pasividad.
Pero la denuncia es
importante porque abrió una puerta que ya no se va a cerrar y confirma lo que
desde el movimiento de mujeres hemos venido diciendo desde hace tiempo: la
naturalización y la impunidad frente a la violencia sexual en distintos ámbitos
…
Sí, pero que no se
malogre con el aspecto de espectáculo que tiene esto. La glamorización de lo
sucedido es contraproducente. Es importantísimo lo que está pasando. Muestra
que la sociedad, muchas mujeres y hombres también estamos insatisfechas con el
orden de las cosas.
¿Cómo enlazarlo con
lo que viene sucediendo a partir del Ni Una Menos, los paros de mujeres, la
lucha por el aborto, ese camino de las mujeres hoy?
Volviéndolo político,
retirándolo de lo moral, y haciendo ver que se trata de una escena, de una
situación, de una posición en que nosotras, las mujeres nos hemos encontrado
muchas veces en el trabajo, en la escuela, en la universidad y en la vida en
relación. La escena de género es una escena de poder, no podemos más dudarlo.
La sociedad no lo duda más… y el derecho debe asimilarlo. Hemos tenido un
maravilloso éxito político al demostrarlo y las joven llevarán adelante en la
historia esta lucidez que la sociedad ha alcanzado….. no sin dolor, o, mejor
dicho, a través del dolor de los feminicidios. Pues cada feminicidio es un
ataque a toda la sociedad, un dolor de todos.
¿En su evaluación,
entonces, es un gran momento para nosotras?
Sin duda alguna. Es
un viraje de la historia, lo estamos viendo en varios escenarios distintos que
estamos consiguiendo dar vuelta a una página de la historia con el movimiento
que estamos haciendo las mujeres. Los relatos que están aflorando y haciéndose
públicos muestran claramente que estamos librándonos de un cierto mandato
paterno, patriarcal, cruel, abusador, narcisista y castigador. Y es por la
desestabilización de ese mandato que se cambia el rumbo, que se cambia el
mundo. Es un gran momento inédito y de una intensidad impar. Pero, por otro
lado, por la intensidad de este momento tenemos que tener mucho cuidado.
¿Cuáles son sus
alertas?
1. Cuidado con lo que
vengo llamando “un feminismo del enemigo”, pues todas las políticas que se
arman a partir de la idea de un enemigo caen irremediablemente en el
autoritarismo y en formas de accionar fascistoides. El feminismo no puede y no
debe construir a los hombres como sus enemigos “naturales”. El enemigo es el
orden patriarcal, que a veces está encarnado por mujeres. 2. Cuidado con los
linchamientos, pues hemos defendido por mucho tiempo el derecho al justo proceso,
que no es otra cosa que el derecho al contradictorio, a la contradicción, al
contraargumento en juicio. Linchamiento y escrache no son lo mismo. El
escrache, como lo habilitamos en Argentina cuando el Estado se volvió genocida,
y en realidad podríamos volver a habilitar ahora, porque constatamos, como en
el caso de Lucía Pérez o el caso del jury al Juez Rossi (que había dejado en
libertad, a pesar de tener condena por violación, a quien mató luego a Micaela
García), que la justicia nos traiciona, se elabora a través de un “proceso”,
que es de justicia aunque no de justicia estatal. Cuando la justicia estatal
falla, otras formas de justicia aparecen, pero no son espontáneas, pues hay
deliberación, consulta, escucha, y la consideración por parte del colectivo de
que se puede estar cometiendo un error –eso es el contradictorio, eso es el
espacio para la posibilidad de la contradicción–. El linchamiento es una forma
de ejecución sin ninguna de esas garantías. Es una ejecución sumaria, y
extrajudicial en el sentido de que no está sometida a ningún tipo de
deliberación, ni estatal ni de la colectividad en cuanto tal. 3. Cuidado con
entregar la gestión y negociación de las relaciones entre las personas y, muy
especialmente, de la sexualidad, al estado. No es propio de nuestras
sociedades, de nuestra forma de ser en el continente latinoamericano, curvarnos
a la judicialización de la gestión de la vida, de las relaciones
interpersonales, y no creo que sea un buen propósito. Debemos preparar a
nuestras y nuestros jóvenes a que puedan tramitar sus relaciones con su propia
palabra y con sus propios gestos. La entrega de esa gestión de las
relaciones a otras instancias puede ocurrir cuando los intentos de hablar del
deseo y del no deseo interpares se muestre imposible. Las y los jóvenes deben
reaprender a conversar. Y, por último, 4, te comparto la extraordinaria frase
que me dijo un jefe de la policía de El Salvador, donde estuve trabajando
durante una gran parte de este año: “Que la mujer del futuro, no sea el hombre
que estamos dejando atrás”.
(Página 12 / 16-12-2018)
(Página 12 / 16-12-2018)
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