“En el budismo, hablamos del decrecimiento de
la neurosis, lo que significa decrecimiento del dolor
derivado del ego“, asegura Chögyam Trungpa (Tíbet, 1940-1987),
prestigioso y reconocido maestro del budismo y artista, fundador de la Naropa
University de Boulder (Colorado) y autor de numerosos libros entre los que
destacan El mito de la libertad, Psicología
budista, La verdad del sufrimiento o Nuestra salud innata. Inmerso en el budismo no
teísta, Trungpa nos invita –a través del empleo de un lenguaje muy asequible
para los lectores noveles en budismo– a investigar acerca de nuestra propia
experiencia, examinando nuestra noción fundamental de “sí
mismo”.
El punto de partida
son las denominadas Cuatro Nobles Verdades difundidas
por el propio Buda (hace ya más de dos mil
quinientos años): la verdad del sufrimiento, la
verdad del origen del sufrimiento, la
verdad de la cesación del sufrimiento y la
verdad del camino. “Las Cuatro Verdades se
dividen en dos grupos. Las dos primeras verdades […] implican el estudio de
nuestra dimensión samsárica [samsara, en
sánscrito, se refiere a nuestra existencia cíclica, es decir, al continuo ciclo
de nacimiento y muerte que surge de nuestra ignorancia y se caracteriza por el
sufrimiento] y de las razones por las que llegamos a ciertas situaciones o a
determinadas conclusiones particulares sobre nosotros mismos. Las otras dos
verdades […] implican el estudio de cómo podríamos trascender o superar el
sufrimiento”, escribe Trungpa en La verdad del sufrimiento.
El autor explica en
la “Introducción” a esta misma obra que la sociedad actual vive inmersa
en una suerte de “ansiedad básica”, provocada por una neurosis hija
de un orgullo intenso y de emociones conflictivas y confusas. Deseamos mantener
a cualquier precio una sensación vacía de felicidad y,
en este sentido, “terriblemente engañados, creamos samsara –dolor y desdicha para el mundo entero,
incluidos nosotros mismos–, aunque actuemos como si fuéramos inocentes”. Al tratar
sobre la Primera Noble Verdad (reconocer la verdad del sufrimiento), Trungpa
aduce que “el dolor procede de la ansiedad, y la ansiedad procede de la
neurosis. La palabra sánscrita para ‘neurosis’ es klesha, y la tibetana, nyönmong. Nyön significa ‘mala ventilación’ o ‘congestión’.
Un grado alto de congestión nos lleva a la neurosis; es, de hecho, la neurosis”. Y más adelante: “No hay
alivio ni relajación cuando estamos en el mundo samsárico; siempre se está
desarrollando algún tipo de lucha”.
El maestro budista
recuerda que Buda nos transmitió la manera en que debemos
actuar a fin de superar esta ansiedad, así como el engaño en el que
nos vemos sumergidos –y que conduce inexorablemente a la neurosis–. El camino
lo conocemos gracias a Buda, y además, podemos llevarlo a la práctica. Chögyam
Trungpa nos insta a hacernos conscientes del
propio sufrimiento, de convertirlo en experiencia viva; actuar de otra manera
supone, a juicio del autor, “la estupidez fundamental” que nos introduce
definitivamente en la rueda de Ixión de samsara. En
definitiva, “la práctica de la meditación [que, en este caso, se presenta como
la solución a la neurosis] no persigue tanto el logro hipotético de la
iluminación como el llevar una vida buena”.
Aquellas Cuatro
Nobles Verdades sobre el sufrimiento de las que nos habla el budismo se
refieren a las enseñanzas que el Buda presentó en uno de sus primeros sermones
tras su iluminación, y que fueron recogidos en el sutra que lleva por título “Girar la rueda del
dharma”. La primera verdad, la existencia del sufrimiento, sería aquella
que recogería el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, repletos de
tristeza, ira, inquietud, preocupación, miedo y desesperación. La segunda
verdad es la causa del sufrimiento, es decir, la ignorancia: no
vemos la verdad de la vida, estamos atrapados en las redes del
deseo y la insatisfacción. La tercera albergaría la comprensión de
la verdad de la vida, que otorgaría el fin de la tristeza y haría emerger la
paz y la alegría. Por último, la cuarta verdad tendría como contenido la
consciencia del propio sufrimiento y su meta se situaría en la liberación de
todo dolor. El tránsito de la primera a la última de estas verdades constituye
la enseñanza principal de Buda.
“Lo que es transitorio es dolor; lo que es dolor es
no-yo. Lo que es no-yo no es mío, yo no soy ello, ello no soy yo” (Samyutta Nikaya). Lo que es dolor es no-yo. Difícil,
imposible estar de acuerdo con el budismo sobre este punto, capital sin
embargo. El dolor es lo que más somos nosotros mismos, lo más yo. Extraña
religión: ve dolor por todas partes y al mismo tiempo lo declara irreal
(Cioran, Ese maldito yo).
El sufrimiento es
algo real y no puede ser evitado. Para el discípulo budista, el punto
de partida se sitúa en dirigir una mirada fría y firme a nuestra desvalida
situación de manera desapasionada: lo capital es romper nuestra costumbre de
evadirnos y hacernos ilusiones vanas. Debemos investigar nuestra propia
experiencia, descubriendo al yo como
principal obstáculo para ello (como ya planteara el maestro Ekchart). Para el budismo,
ocho son las formas principales que adopta el sufrimiento: nacimiento, vejez,
enfermedad, muerte, pasar por lo que no es deseable, no poder mantener lo que
es deseable, no conseguir lo que se quiere y el sufrimiento que todo lo impregna.
En todo cuanto hacemos, incluso en el nivel más excelso de placer, existe
siempre una leve sensación de dolor; por ello, éste supone la textura total de
nuestra vida. Sin embargo, la comprensión última del dolor es que uno no puede
deshacerse de él, y en cambio, puede tener una comprensión superior del dolor.
He observado que después de una conmoción interior,
mis reflexiones, tras un breve despegue, tomaban un cariz lamentable e incluso
grotesco. Ello me ha sucedido en todas mis crisis, lo mismo en las decisivas
que en las otras. En cuanto se eleva uno ligeramente por encima de la vida,
ella se venga devolviéndonos a su nivel (Cioran, Ese maldito yo).
¿En qué consiste
aquella comprensión “superior”? El sufrimiento proviene de la
estupidez y de la ignorancia, como apuntábamos más arriba. No ser
consciente del proceder de nuestra existencia produce un sentimiento de pérdida
y desgarro, lo que ocasiona dolor. El budismo entiende que cuando se produce la
verdadera consciencia, el sufrimiento no existe: nos hacemos partícipes
del carácter vehemente del deseo y de lo efímero de la pasión.
Las emociones conflictivas presentes en nuestro yo se reducen a vaivenes,
irregularidades que tienen lugar en nuestra mente, a partir de seis motores o
emociones principales: ira, deseo, orgullo,
ignorancia, duda y opinión (en el budismo se conocen como kleshas o “lo que perturba la tranquilidad”). El
origen del conflicto reside en el incombustible buscar algo para hacer, en
nuestro ser inquietos, es decir, en el deseo. Por eso, la ignorancia es el
origen de nuestra guerra interna: la ignorancia sólo provoca la
acción volitiva, un siempre querer.
Conocer, ordinariamente, es estar de vuelta de
algo; conocer, absolutamente, es estar de vuelta de todo. La iluminación
representa un paso más: consiste en la certeza de que en adelante no se volverá
a ser víctima del engaño, es una última mirada sobre la ilusión (Cioran, Ese maldito yo).
La tercera verdad
(cesación del sufrimiento) supone un descubrimiento personal. Ahora bien, el
más arduo obstáculo para convertirse en buddha es lo
que la tradición budista (e hinduista en general) denomina samsara: un dar vueltas o continuo circular en el
mundo de la ignorancia, en la tierra del nacimiento, del dolor y de la ira, de
la circulación sin fin. Lo opuesto a samsara es nirvana o paz. El cometido de la tercera
verdad sería comunicarnos que el nirvana es posible; que la cesación del
sufrimiento queda abierta al hombre como posibilidad real. La última de las
verdades se refiere a la verdad del camino, estructurado en tres etapas:
Hinayana, o estadio del desarrollo individual; Mahayana, o unión de la sabiduría
y acción compasiva; y Vajrayana, o compromiso decidido y audacia espiritual.
Así, en definitiva, las Cuatro Nobles Verdades del budismo nos explican que a
cada momento se nos abre una posibilidad: perpetuar nuestro sufrimiento,
o interrumpirlo en su origen logrando la liberación.
La nada, para el budismo (a decir verdad para
Oriente en general), no implica la significación siniestra que nosotros le
damos. Se confunde, por el contrario, con una experiencia extrema de la luz, o,
si se prefiere, con un estado de eterna ausencia luminosa, de vacío radiante:
es el ser que ha superado todas sus propiedades, o más bien un no-ser
extremadamente positivo que dispensa una dicha sin materia, sin substrato, sin
ninguna base en mundo alguno (Cioran, Ese maldito yo).
(El vuelo de la lechuza / 19-9-2016)
(El vuelo de la lechuza / 19-9-2016)
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