domingo

JAMES GEORGE FRAZER - LA RAMA DORADA (13)


SIMPATÉTICA *

2. MAGIA HOMEOPÁTICA O IMITATIVA (3)


Otro uso benéfico de la magia homeopática es la cura o prevención de enfermedades. Los antiguos hindúes ejecutaban una complicada ceremonia, basada en ella, para curar la ictericia. Su tendencia principal era relegar el color amarillo hacia seres y cosas amarillas, tales como el sol, a las que propiamente pertenece, y procurar al paciente un saludable color rojo de una fuente vigorosa y viviente, principalmente un toro bermejo. Con esta intención, un sacerdote recitaba el siguiente conjuro: “Hasta el sol subirá tu pesadumbre y tu ictericia: en el color del toro rojo te envolveremos. Te envolveremos en matices rojos por toda una larga vida. ¡Que quede esta persona ilesa y libre del color amarillo! Te envolveremos en todas las formas y todas las fuerzas de las vacas, cuya deidad es Rohini y que además son rojas (rohini). Dentro de las cacatúas, dentro de los tordos pondremos tu amarillez y además en el pajizo doradillo de inquieta cola pondremos tu amarillez.” Mientras pronunciaba estas palabras, el sacerdote, con objeto de infundir el matiz rosado de la salud en el cetrino paciente, le iba dando a beber agua en la que había echado pelos de un toro rojo; vertía agua sobre el lomo del animal y le hacía beber al enfermo de la que escurría; le sentaba sobre una piel de toro rojo y le ataba con un trozo de ella. Después, con el designio de mejorar su color expulsando completamente el tinte amarillo, procedía a embadurnarle de pies a cabeza con una papilla hecha de cúcuma (una planta amarilla), le tendía en la cama y sujetaba a los pies de ella, mediante una cuerda amarilla, tres pájaros, a saber, una cacatúa amarilla, un tordo y un doradillo. Después iba vertiendo agua sobre el paciente, lavándole el barro amarillo, con lo que era seguro que la ictericia se marcharía a las aves atadas. Después de hecho esto, y para dar un remate lozano a su complexión, cogía algunos pelos de toro rojo, los envolvía en una hoja dorada y los pegaba a la piel del enfermo. Los antiguos creían que si una persona con ictericia miraba con atención a una avutarda o chorlito y el ave fijaba su vista en ella, quedaba curada de la enfermedad. “Tal es la naturaleza -dice Plutarco- y tal el temperamento de esta ave que extrae y recibe la enfermedad que sale como una corriente por medio de la vista”. Era tan conocida entre los pajareros la valiosa propiedad de estas aves que cuando tenían alguna para la venta, la guardaban cuidadosamente cubierta, por temor de que algún ictérico la mirase y se curase gratis. La virtud del ave no estaba en el color de su plumaje, sino en sus grandes ojos dorados que, como es natural, extraían la amarillez de la ictericia. Plinio nos cuenta de otra ave, o quizá la misma, a la que los griegos daban el nombre de “ictericia”, porque si una persona ictérica la miraba, su enfermedad la dejaba para matar al ave. También menciona una piedra que suponían curaba la ictericia a causa de que sus matices recuerdan los de una piel ictérica.

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