domingo

HONORÉ DE BALZAC - PAPÁ GORIOT (80)


BURLA-LA-MUERTE (3 / 15)

-Acabemos de una vez con la señorita Judas -dijo el pintor, y dirigiéndose a la señora Vauquer-: Señora, si no pone usted a la puerta a la señorita Michonneau dejamos todos su casa y diremos en todas partes que en ella sólo se da albergue a delatores y bandidos. En caso contrario, todos guardaremos silencio acerca de este acontecimiento que, después de todo, podría ocurrir en la mejor sociedad, mientras no se marque en la frente a los presidiarios y no se les prohíba disfrazarse de particulares.

Al oír estas palabras, la señora Vauquer recobró milagrosamente la salud, se levantó, se cruzó de brazos y abrió sus ojos claros y sin apariencia de lágrimas.

-Pero, señores, ¿quieren ustedes arruinarme? ¡Oh! Dios mío, ya se ha ido el señor Vautrin, a quien no puedo menos que llamar por su nombre de hombre honrado. Con su marcha me queda una habitación vacía, y, ¿quieren que me queden dos más en una estación en que todo el mundo tiene alojamiento?

-Señores, tomemos los sombreros y vayamos a comer a la plaza de la Sorbona, a casa de Flicoteaux -dijo Bianchon.

La señora Vauquer calculó con una sola mirada cuál sería el partido más ventajoso, y aproximándose a la señorita Michonneau, le dijo:

-Vamos, hermosa mía, ¿desea usted la muerte de mi establecimiento? Ya ve usted a qué extremo me reducen estos señores. Suba a su cuarto por esta noche.

-No, no -gritaron los pensionistas-, qreemos que se vaya al instante.

-Pero si la pibre no ha comido aun -dijo Poiret con tono lastimero.

-¡Que se vaya a comer adonde quiera! -gritaron varias voces.

-¡A la puerta con la espía!

-Señores -exclamó Poiret-, respeten ustedes a una persona del sexo…

-Las espías no tienen sexo -dijo el pintor.

-¡Vaya un sexorama!

-¡A la puertorama con ella!

-¡Señores, esto no es decente! Cuando se despide a una persona se deben guardar las formas. Nosotros hemos pagado y nos quedamos -dijo Poiret poniéndose la gorra y sentándose en una silla al lado de la señorita Michonneau, que escuchaba los ruegos de la patrona.

-¡Pillín! -le dijo el pintor con aire cómico-. ¡Más que pillín!

-Bueno, si ustedes no se van, nos iremos nosotros -dijo Bianchon.

Y los huéspedes hicieron en masa un movimiento hacia el salón.

-Señorita, ¿quiere usted arruinarme? -dijo la señora Vauquer-. Si se queda, harán con usted alguna violencia.

La señorita Michonneau se levantó.

-¡Se irá!

-¡No se irá!

-¡Se irá!

-¡No se irá!

Estas frases, dichas alternativamente, y la hostilidad de las palabras que empezaban a oírse acerca de la señorita Michonneau, obligaron a esta a marcharse, después de algunas estipulaciones hechas en voz baja con la patrona.

-Vaya adonde quiera, señorita -dijo la señora Vauquer, que vio una cruel injuria en la elección de una pensión que competía con la suya y que, por lo tanto, le era odiosa-. Váyase a casa de la Buneaud, que allí tendrá un vino capaz de hacer reventar a cualquiera y platos comprados a los revendedores.

Los pensionistas se pusieron en dos filas guardando el mayor silencio. Poiret miró con tanta ternura a la señoriuta Michonneau y se mostró tan indeciso en seguirla o quedarse, que los pensionistas, satisfechos con la marcha de la señorita Michonneau, se miraron riéndose.

-Je, je, je.

-Poiret -le gritó el pintor-, vamos, hombre, ¡ánimo!

El empleado del Museo se puso a cantar cómicamente este principio de una conocida canción:

Al partir para la Siria
el bello y joven Dunois

-Vamos, que se muere usted de ganas, trahit sua quemque voluptas (1) -dijo Bianchon.

-Cada cual sigue a la suya, traducción libre de Virgilio -dijo uno de los concurrentes.

La señorita Michonneau hizo ademán de tomar el brazo de Poiret mirándolo, y este, no pudiendo resistir a esta llamada, fue a unirse a la solterona, lo que motivó una explosión de risas y de aplausos.

-¡Bien por Poiret!

-¡Bravo, Poiret!

-¡Apolo Poiret!

-¡Marte Poiret!

-¡Valeroso Poiret!

En este momento entró un mandadero y entregó una carta a la señora Vauquer, que se dejó caer sobre una silla después de haberla leído.

Notas

(1) Virgilio, Bucólicas, II, 65: Cada uno se deja llevar por el placer que le es propio.

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