domingo

EN PIEZAS / LA TERRORÍFICA MANIPULACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS (18) - FEDE RODRIGO


DEL BARRIO 12

Mamá Lucha se bañaba bajo el discreto lluvero de su bañito y el agua hacía su mayor esfuerzo contra la gravedad para disfrutarle suavemente sus curvas.

Capaz que debí decir esto antes y por eso quizás te estés imaginando a Mamá Lucha como una vieja matrona negra, de pañuelo con ruleros y delantal manchado de harina. Pero ahora sabés que no: sabés que sólo tiene treinta y dos años (casi treinta y tres), que su pelo lacio, morado y frío cae como acariciando, que su nariz es cuestionablemente fina y sus ojos disimuladamente marrones. Sabrás también que por más flojo que use el vestido, no puede hacer mucho por disimular su perfecto y prematuramente jubilado cuerpo de gimnasta.

Lo que sólo este lluvero sabe es que su vientre, justo entre las dos caderas, justo debajo del ombligo, justo arriba del silencio, tiene tatuada una cigüeña dolorosamente blanca, de frente en pleno vuelo y con sus alas batiéndose elegantes. Lo tiene porque la vida ya la había tatuado antes. Lo tiene para esconder que sus ovarios, trompas de Falopio y hasta el útero tienen tanto cristal azul que la luz a veces le traspasa la piel. Lo tiene porque sueña con algún milagro que logre que su atrofiado sistema reproductivo pueda ser cigüeña alguna vez. (Al menos la cigüeña vence a la muerte sobre su piel,)

Algo similar le puede pasar a Bauti si alguna vez consume porque sus riñones no funcionan con su máxima capacidad. Dicen que la droga no estaba hecha para matar si respetabas la regla de una botellita a la vez: pero para Bauti hasta una botellita es mucho. Hoy es un niño sí, pero crece muy rápido y sus alas ya casi no pueden envolverlo.

Bauti estaba a unas cuadras del baño del Laberinto: estaba en la plaza. Estaba revolviendo unos yuyos a ver si encontraba las lágrimas que se le cayeron el otro día. El día que vio al Despeinado por última vez.

Su voz todavía le resonaba en esa cabeza aparentemente vacía. Bauti lo escuchaba, siempre lo escuchaba. ¿Cómo no iba a escucharlo si era su mejor amigo? ¿Alguna vez pensaste en todo lo que hacemos sin darnos cuenta? ¿En todo lo que la vida hace sola para que podamos vivirla? Por ejemplo, yo no me acuerdo cómo terminé sentado debajo de este árbol: sólo pensé que estaba muy cansado y necesitaba un lugar tranquilo para pensar. Y la vida se hizo sola hasta traerme acá. Mientras, mi atención andaba quién sabe en dónde. Pero yo no quiero eso: día a día voy a aprender la vida. Por ejemplo, hoy voy a ver cómo respiro. Y me voy a quedar acá haciendo algo que siempre hice (respirar) mientras hago algo que no hice nunca: prestarle atención.

Bueno, me quedo contigo entonces le había respondido en voz alta el pobre Bauti a la nada misma que ahora era su amigo.

Poco entendía de la vida después de la vida, en la magia de no irse, del milagro de ser después de ser. Pero sin embargo pensó: qué suerte que tengo: con todos los lugares que existen en el Universo estas estrellas eligen apuntarme a mí.

Y allí quedó: con los ojos profundamente mal estacionados en el cielo.


Interludio de magnates

Ya era de noche y se estaban por ir. Sin embargo, los dos viejos miraron perplejos la Tablet cuando el software de reconocimiento facial les hizo zoom sobre la cara de un niño que los miraba a los ojos. (Como si supiera.)

Pero era imposible que supiera que a 750 km. sobre su cabeza, a una velocidad de 26.350 km/h orbitaba el satélite Privilegiya 9. Fue puesto al servicio de la causa gracias al dinero de los fieles consumidores de fármacos en todo el mundo. Y ahora transmite en vivo con suficiente resolución como para ver el miedo de una lágrima de sudor.

Aun así, esta fue la primera vez en toda esta inusual partida de ajedrez que los dos magnates se sintieron vulnerados. El más joven de los dos (el de la empresa de energía limpia) hacía tiempo que no se sentía frágil: esta emoción lo retrotrajo a la adolescencia. El otro: el más viejo, el director de la empresa de fármacos, el dueño del satélite y de casi todos los que estaban abajo, nunca lo había sentido. Por eso no reconoció la sensación. Simplemente se frotó la panza creyendo que algo de la comida le había caído mal.

El más joven de los dos (el que estaba recordando el miedo) miraba por la ventana cómo la niebla decapitaba los edificios más altos de la ciudad. El barrio estaba cerca de allí pero lo necesariamente lejos.

El viejo sin miedo, sin embargo, haciendo alarde de su experto manejo del software no paraba de acercar y alejar la cara del niño en busca de alguna señal.

-Para qué seguís mirando al niño, viejito. ¿Lo querés entender?

-¿Cómo lo voy a entender si ni siquiera le entiendo los ojos?

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