domingo

ELADIO DIESTE TÉCNICA Y SUBDESARROLLO (FRAGMENTO)


La sociedad industrial y los caminos del hombre Una vez se me planteó la objeción de que las estructuras de las cuales venimos hablando no serán viables en la sociedad maquinista del porvenir en que todo se hará en serie por gigantescos complejos industriales; que seguir estudiando formas que requieren habilidad obrera y una vigilancia cercana del técnico es una actitud sentimental que se opone al progreso. Desde luego, habría primero que definir qué entendemos por progreso, lo que obligaría a definir los fines de la sociedad, o sea, los del hombre mismo. Si no precisamos la meta o los principios, no podemos saber si progresamos hacia ella o si tendemos a ser coherentes con ellos.
Siempre son los fundamentos los que se dejan en una gran vaguedad. Como este tipo de objeciones flota en el ambiente también para cosas de bastante más monta que aquellas de las cuales estamos hablando, y tiene la ciega fuerza de lo impreciso, creo que conviene que digamos algo sobre ello.
Es muy probable que en el porvenir tengamos una civilización en que mucho, si no todo, se haga por grandes organizaciones en las cuales el uso de la máquina será aún más grande que el de hoy, pero esas organizaciones y esas máquinas deben ser alimentadas, alguien tiene que pensar en los prototipos y los procesos; y me parece que hay un gran riesgo en dar por supuesto que los caminos que hoy dominan primarán en el futuro. Si así fuera, lo único razonable sería perfeccionar lo que ya conocemos; pero no lo creo, porque las falencias de nuestra admirable civilización actual son demasiado evidentes como para no estar seguros de que nos encontramos en vísperas de cambios tan fundamentales como los que trajo la civilización industrial. El tipo de personas que se embelesa con la civilización maquinista del futuro y teoriza sobre ella no suele ser gente que "hace"; lo que dan por definitivo e inmutable es más bien lo de ayer que lo de hoy y su actitud se debe a un deslumbramiento un poco infantil frente al poder y a la eficacia de las naciones poderosas de hoy.
No estamos, pues, frente a un mundo cuyos problemas y soluciones estén claramente planteados; somos el eterno caminante que tiene o debiera tener su brújula, saber sus fines. Creo que lograríamos un amplio acuerdo si pusiéramos como fin comparable la plenitud y felicidad del hombre; fin al que ciertamente daríamos distintos fundamentos según nuestra filosofía de la vida o nuestra religión.
Desde este punto de vista, que es el sólido, el de los fines del hombre, no es satisfactorio lo que vemos. Las naciones hoy desarrolladas son las que hicieron la revolución de la interpretación científica de la realidad y luego la aplicación de ese saber a la técnica; a esto es a lo que llamamos revolución industrial. Ésta fue positiva en muchos aspectos, mostró al hombre parte de su poder de transformar el mundo y de volverlo de verdad su hogar, pero se hizo con tal dosis de iniquidad que los coletazos de los hervores de indignación que esa iniquidad produjo en el hombre son los que explican la locura destructiva que se ha extendido por el mundo. Para saber de esa iniquidad no necesito haber leído ni libros de historia ni novelas de Dickens; me basta haber trabajado un mes en una ciudad industrial del noreste de Francia y tener ojos en la cara. No olvido sus tristes hileras de casas bajas, establos confortables donde se alojaba a los desdichados a quienes se exprimió y aún hoy no se trata humanamente.
Como dije en otro lado, "casas con un confort animal pero sin un solo signo de haber sido hechas para hombres destinados a hablar con las estrellas. Toda la ciudad era un insulto al destino del hombre. Estuve en primavera y lo único humano era el cielo cruzado por veloces nubes desgarradas, y las lilas y los cerezos en flor que no estaban, ciertamente, en casa de los pobres". Vuelvo y vuelvo a preguntar. ¿Es deseable ese desarrollo con ese costo de sordidez y tristeza? ¿Tiene sentido que caigamos en este o en otros errores semejantes?
Por ejemplo, ¿que durante años una compañía fabricante de papel vuelque en un río cerca de Porto Alegre un efluente que torna el aire irrespirable; que venga a hacer en estos arrabales del mundo lo que no puede hacer en Suecia y halle quien defienda cosa semejante? ¿No hay otro camino? Sé que está en nuestra voluntad y vigilancia el que los haya.

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