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EL VIENTO DE LA DESGRACIA (SIDA + VIDA) - DANIEL BENTANCOURT (1)


1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018

Edición y prólogo: Hugo Giovanetti Viola


CONTRAPORTADA, SOLAPA CURRICULAR Y PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN


UNO

Esta novela póstuma de Daniel Bentancourt fue escrita cuando el narrador padecía una enfermedad terminal, bien rebautizada como “el mal del siglo”. Pero el lector no deberá esperar ninguna crónica puntual del SIDA sino su pavorosa y liberadora metaforización en uno de los thrillers de “cacería humana” más impactantes que se hayan escrito jamás.

Insaciable lector de Dostoiesvski, Faulkner, Lowey y Salinger, el autor ha logrado construir una historia que, al igual que Los hermanos Karamazov, Luz de agosto, Bajo el volcán o Franny y Zooey, debe ser enfocada con una lupa descifradora de “personajes compuestos” por más de un héroe narrativo.

En el final de su última novela édita. R.S.S.C. (República Socialista Soviética de Curtina), Bentancourt persistía en la esperanza de una salvación terrestre sin trascendencia dimensional, pero El viento de la desgracia nos encepa acusando encarnizadamente a la modernidad: acá se nos reclama el religamiento con la “más vida” interior cósmica y misteriosa que arde en todos nosotros o, de lo contrario, la repulsiva resignación a la nada “razonable” (y disfrazada de divinidad) que programara Spinoza.

Y ese es el desafío cardinal que nos llega desde una novela donde el autor, hazañosamente, logra transformar una típica situación “intransferible” en una gran bandera de horror que advierte que el mito de la caída no es una blableta bíblica.


DOS

Daniel Bentancourt (Uruguay, 1946 / 1996) empezó a publicar sus narraciones y textos críticos desde muy joven, siendo co-fundador, en 1969, del Grupo y la revista Universo, junto a Hugo Giovanetti Viola, Hugo Bervejillo y Tarik Carson.

En 1973 viaja a San Pablo, donde radica hasta su fallecimiento. En 1987 participa en el Coloquio Francia-Uruguay, realizado en París.

Su obra édita comprende tres cuentarios, Todas las muchachas del mundo (Programa, 1986), Como al diablo le gusta (Monte Sexto, 1987) y una novela, R.S.S.C. (República Socialista Soviética de Curtina (Proyección, 1995).

Varios de sus trabajos fueron premiados en certámenes realizados en Brasil y Uruguay, así como traducidos al portugués y al francés. Su relato Vuelo ciego ha sido seleccionado para integrar el segundo volumen de Ménaces / Anthologie de la nouvelle noire et policière latino-américaine (Edit L’Atalante, preparada por el Prof. Olver Gilberto De León.

La aparición de El viento de la desgracia inicia un proceso de ordenamiento sistemático de la extensa obra inédita de Daniel Bentancourt.



TRES: PRÓLOGO PARA ENCONTRAR

que la anchura del desierto ayuda mucho al alma y al cuerpo, aunque el alma muy pobre anda. Debe querer el Señor que el alma también tenga su desierto espiritual. Sea muy enhorabuena como Él más fuese servido, que ya sabe su Majestad lo que somos de nuestro.

SAN JUAN DE LA CRUZ (carta del 18 / 8 / 1591)


La presente novela de Daniel Bentancourt fue escrita cuando el narrador padecía una enfermedad terminal (bien rebautizada como “el mal del siglo”) y entregada en mano a este prologuisra un año antes de su muerte. Bentancourt falleció en febrero de 1996 y dos meses después tuvimos ocasión de presentar su primera novela édita, R.S.S.C. (República Socialista Soviética de Curtina). En esa ocasión empezamos por situar socio-culturalmente al autor como co-fundador del Grupo y la revista Universo, publicación juvenil que intentó, en 1969, asumir (y a la vez deslindar) las responsabilidades específicas planteadas por la utopía socio-política sesentista y el “religare” artístico universal.

Vale decir: adheríamos a la izquierda y a la revolución Cubana (aunque no sin haber dejado de plantear nuestra discrepancia cuando ocurrió “el caso Padilla”, por ejemplo) pero también intentábamos dotarnos de una conciencia crítica independiente “tallereando” entre nosotros, leyendo (escuchando, viendo) todo lo que podíamos, y le prestábamos una especialísima atención a los escritos de Torres-García y a los “consejos mudos” de Juan Carlos Onetti, además de frecuentar a poetas, plásticos y teóricos de generaciones intermedias talentosos y amplios como Saúl Ibargoyen, Guillermo Fernández, Jorge Medina Vidal y Hugo García Robles. No nos fue muy difícil, en definitiva, intuir que el programa progresista de la modernidad imponía una esperanza más maniquea que históricamente “alta” (Kosik), imposible de trasvasar a la textura estética. Y lo que es más importante todavía: nos resultaba obvio que el tan promocionado (y tan desparejo) “boom” latinoamericano era una cresta de iceberg que nos invitaba, en el mejor de los casos, a sumergirnos en el trasluz del eje planetario hasta darnos de cabeza contra el mismísimo Aristóteles y entender para siempre la función incanjeable de los símbolos.

En el cuerpo de redacción de la revista Universo figuraban otros tres narradores, además de Daniel Bentancourt: Tarik Carson, Hugo Bervejillo y quien escribe estas líneas. Un pequeño pope de la “izquierda periodística reinante” nos tachó ipso facto como “jóvenes viejos”. Nosotros pretendíamos, acaso más ingenua que soberbiamente, “fundar una generación” y terminamos arrastrados y desparramados por la correntada golpista y otras negruras. Bentancourt se radicó en San Pablo y recién publicó su primer libro de relatos, Todas las muchachas del mundo, en 1986. También en el 86 apareció El corazón reversible, segundo volumen de relatos de Tarik Carson (radicado en Buenos Aires), tras doce años de silencio. Mi primer díptico novelesco significativo, Morir con Aparicio, había sido editado en 1985, y Hugo Bervejillo recién publicará su primera novela, Una cinta ancha de bayeta colorada, en 1992.

Desbande y persistencia. Lo que no hubo fue persistencia de “booms” narrativos latinoamericanos. La atención se desplazó hacia el discurso del exilio, y allí se consumó la monarquía absoluta del sociologismo de corte programático. La buena literatura -sociologista o no- de las décadas posteriores a los ’70 siguió creciendo casi completamente al margen de del “éxito transnacional”: los agentes comerciales de la resaca sesentista -cada vez más abstracta y hoy en día despojada de cualquier intencionalidad espiritual (dialéctica)- rechazan toda temática vinculada “en términos fuertes” a la salvación o el anegamiento del ser. El “gran mercado” actual se dedica a difundir la “desgracia topográfica / apocalíptica” o la “esperancita nostalgiosa”. Y por algo será.

Mientras tanto seguimos encontrando, en la inagotable Latinoamérica, un porfiado archipiélado de luciérnagas poético / narrativas que parecen replantear la tensión metafísica del barroco raigal desde una simbología ya completamente libre del poder de cualquier doxa almidonada por embanderamientos. Lo que ha habido es un radical desplazamiento hacia la caverna irrenunciable de la cuestión humana, con la correspondiente acentuación del claroscuro hipnótico: el Greco y Dostoievski conocieron muy bien ese revuelo crucial donde la investigación del arco astral (o completo) del péndulo se necesita como pan de vida.

Ese es el desafío asumido por Daniel Bentancourt en El viento de la desgracia, novela de redención personal (en cuanto al kérigma o cuajadura emblemática adquirida por la escritura en su calidad de acto de entrega superior al dolor) que logra condensar como muy pocas veces sucede ese espesor intransferible (a nivel conceptual) de la vida en despegue, trasmutando el “mal del siglo” en una urgente sed de encontrar el lugar sosegado y exacto donde a pesar de todos (pero gracias al totum del tantísimo amor) el humo se hace cielo.


Montevideo / 10-97

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