domingo

ONETTI COMO BIG BANG, O APUNTES PARA OLVIDARSE DEL BOOM (AL MENOS POR UN RATO, ¿SÍ??



por Rodrigo Fresán

UNO
Había una vez –como suele ocurrir en este tipo de asuntos– un rey sabio y anciano (decir anciano, se sabe, no es lo mismo que decir viejo) que tenía tres hijas hermosas y en edad de casarse.
Una mañana, el anciano rey las convocó a las tres al salón del trono para escuchar sus sueños nupciales.
La primera de ellas, que era muy bella y ambiciosa, le comunicó al rey, con encantador acento francés: “Papa: me casaré con un escritor”. Al rey, está claro, la cosa no le causó mucha gracia. Los reyes –aún los reyes sabios– esperan y sueñan, por regla general, con algo mucho mejor que un escritor para sus hijas y princesas. Cuentos de hadas –que en realidad son cuentos de brujas– ya hay más que suficientes, razonan. Ninguna necesidad de que alguien se ponga a escribir más y, mucho menos, que se acueste con tu hija. Y lo cierto es que no se sabe de nadie que ambicione escribir la Gran Novela de Hadas o de Brujas. Pero el rey –sabio– decidió esperar a que su hija concluyera sus palabras.
“No te preocupes, Papá, es un hombre muy famoso. Ha sido honrado por monarcas, ha ganado premios, y ha hecho fortuna y conquistado fama y respeto en todos los idiomas del mundo. Y sus amigos, y también todos aquellos que no lo conocen, le dicen Gabo. Aquí lo tienes”. Y le enseñó una foto.
El rey contempló la foto. El tipo parecía simpático y, de acuerdo, su vestimenta no parecía cumplir con el protocolo pero, después de todo y aun así, el tal Gabo aparecía allí honrado por un colega monárquico. Así que, más tranquilo, decidió escuchar lo que tenía que comunicarle su segunda hija, hermosísima y célebre por su gracia al bailar, cabalgar y practicar juegos y prendas de salón. Su segunda hija dijo: “Papá: yo también me casaré con un escritor. Pero tampoco hace falta que te preocupes. Mi escritor es fino, elegante, también ha sido honrado por casas reales en reconocimiento por su talento y todos sus amigos, incluso aquellos que nunca lo vieron en su vida salvo en periódicos y telediarios, le dicen Marito. Mira cuán gallardo es, Papá. Además, es marqués. Voilá”.
De nuevo, el rey respiró tranquilo. Marito parecía ser todo un señor y el frac de cola le quedaba muy pero muy bien.
Sólo quedaba por hablar su tercera hija. Su favorita quien, además de hermosa, era la menos frívola y coqueta y desde muy niña había demostrado predilección por la lectura, por las ideas y por la biblioteca del castillo más que por el pabellón de cristal donde se celebraban bailes que duraban semanas enteras.
La más pequeña se acercó a su padre y le digo: “Queridísimo padre. Yo también quiero casarme con un escritor. Le dicen Onetti. Míralo”.
Acto seguido, el rey miró a su favorita sin hacer comentario alguno, se puso de pie con cierta dificultad, se acercó a ella despacio pero con paso solemne, y le aflojó varias muelas de una muy real bofetada. Después llamó a sus guardias y ordenó que encerraran a su tercera hija en la torre más alta del castillo.
Hasta donde sé y me contaron, la pobre aun sigue allí leyendo una y otra vez, por toda la eternidad, un libro único titulado La vida breve.
DOS
Ahora en serio. Ahora de verdad. La idea y el tema que nos convocan aquí es el de escritores olvidados por el Boom. Y lo cierto es que –a diferencia de los otros dos invocados esta noche– no estoy del todo seguro que Juan Carlos Onetti califique en esa categoría. Al menos en lo que hace al aspecto cronológico: Onetti nace mucho antes que los llamémoslos boomistas (en 1909), debuta muy temprano (en 1939) y, ya en 1950, publica la que para mí es, formal y temática y estilísticamente y junto a la también carnavalesca El sueño de los héroes de Adolfo Bioy Casares (y, a propósito, Bioy y Onetti son para mí los mejores escritores de apellidos de su continente) la más grande novela latinoamericana sin que eso la prive, como apuntó Juan Villoro, de nacer al mismo tiempo, aunque sin conocerlo, que el existencialismo y adelantar modales del noveau roman.
Otra vez, todos de pie: La vida breve. Algo que, según Onetti, “mientras caminaba por el corredor de mi departamento me cayó así, del cielo. Y me puse a escribirla desesperadamente”.
Un meteorito inesperado.
Un argumento que podría haber sido el de una de las mejores entregas de The Twilight Zone de Rod Serling.
Una especie extraña cuyo pasado parece ir y venir siempre desde el futuro o desde otro planeta llamado Santa María –cruza de ciudad con frontera– que varios libros después arderá como arde un sol.
Por último, pero no en último lugar –en la figura del mortal Brausen, descendiente más o menos directo del raro y también adelantado Homo Arlt–, el tema de La vida breve apenas esconde una de las más inconfesables y eternas fantasías de todo escritor grande o pequeño: la de crear un mundo propio y la de acabar consagrándose como dios de ese mundo. “Todos eran míos, nacidos de mí, y les tuve lástima y amor”, se emociona y emociona Brausen, en las últimas páginas. Y “Fundador” es lo que acaba leyéndose, en una plaza de Santa María –cuyos pobladores no son sanmarianos sino brausens– en la placa al pie de la estatua de un Brausen ya mítico al punto de haberse convertido, también, cerca del apocalipsis, en unidad monetaria a fundirse entre las llamas de Dejemos hablar al viento para que surja Lavanda, otro nuevo nuevo mundo, y así la fuga continúe, sin fin ni final.
Toda la literatura de Onetti gira alrededor de la épica de la derrota

Y, sí, de hecho, había y tenía candidatos libres y disponibles y más pertinentes a la hora de recordar olvidados. Nombres como, por citar apenas tres, los del cinépata Manuel Puig (y, a propósito, ninguna gran novela del Boom ha resultado en excelente o al menos pasable película) o Juan José Saer o Antonio Di Benedetto. Y como los tres son argentinos, añado al chileno José Donoso quien, además, es un caso particularmente triste: Donoso quiso ser parte del club; del algún modo no lo logró, pero sí contaminó y malogró un poco, con partículas boom, a dos novelas que no eran mágico-realistas sino gótico-alucinadas como El obsceno pájaro de la noche y Casa de campo; se le concedió el dudoso y lateral honor de ser cronista de la selecta secta; y sí consiguió, por las suyas, una última y casi secreta hazaña: la de escribir la gran novela del fracaso en los bordes del Boom que es la tan desgarradora como graciosa El jardín de al lado, hoy imposible de conseguir en toda librería española.
Pero me pareció que Onetti funcionaba (o me funcionaba) mejor para lo que quería decir aquí. De alguna manera –y parafraseando al célebre artículo de Jonathan Swift– otra modesta proposición.
Proposición que es la siguiente: utilizar a Onetti (un supuesto olvidado del Boom) como eficaz y alternativa herramienta para olvidarnos del Boom.
Al menos por un rato.
TRES
Y hubo un tiempo –aunque parezca mentira– en que la idea del Boom, como suerte de espacio/entidad y dimensión alternativa a la J. J. Abrams, era un destino cuestionado y hasta resistido por ciertos escritores. En especial por escritores rioplatenses.
Días atrás, sin ir más lejos, me encontré con esta declaración de Tomás Eloy Martínez a la revista Los libros en 1969. Dijo entonces Tomás Eloy Martínez respondiendo a la pregunta ¿Ustedes creen que hay un boom?: “La palabrita me huele tanto a napalm de la sociedad de consumo que propongo formalmente donarla a un club de señoras para que la disputen como trofeo en un té canasta. Pero como no quiero desairar del todo a los autores y lectores amantes de las onomatopeyas, invito a emplear el papel, la tinta (o las teclas), los ojos y los desvelos en exploraciones más alentadoras. A esta altura del partido, unos cuantos bang bien enderezados empujarían con más eficacia a la literatura argentina que el boom y sus parientes”.
Por supuesto, las cosas cambiaron y llegaron los bangs –no precisamente literarios– a la Argentina. Más allá de esto, los escritores rioplatenses siempre mantuvieron una relación un tanto reticente con la marca y etiqueta Boom, y preferían la singularidad aunque compartieran, entre ellos, obsesiones e ideas. Uno de los casos para mí más apasionantes es el que Onetti y Bioy y Cortázar –cada uno por su lado, con los relatos “Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo”, “La trama celeste” y “El otro cielo”– hayan ofrecido perfectas variaciones sobre el aria del cruce fantástico a otro sin respetar las leyes de nuestro mundo.
Y, por las dudas, lo aclaro, no se trata aquí de postular bandos de estéticas rivales o diferencias irreconciliables de caracteres: admiro los greatest hits del Boom (dos favoritos a los que no dudo en calificar de perfectos: Crónica de una muerte anunciada y La tía Julia y el escribidor), y respeto y me inclino ante sus autores.
Pero, me parece, los efectos del Boom no han sido buenos.
O, mejor dicho, sus radiaciones no han resultado saludables.
De un tiempo a esta parte, el Boom y el eco del Boom se ha convertido, para muchos, en una suerte de blueprintcorporativista y manual de instrucciones a seguir por apólogos y epígonos. Una especie de vergonzante karaoke donde se repiten y desentonan las viejas canciones boomitivas y se arrojan piedras esperando caer en casilleros con premio de una rayuela puro cielo y sin infierno tan temido.
Y el síntoma, pienso, no se limita a los escritores. Abundan, desde entonces, editores que querrían ser poseídos por el espíritu de Carlos Barral y agentes que sueñan con protagonizar el remake de Carmen Balcells: The Movie y –nunca mejor dicho– reeditar los viejos buenos tiempos.
El Boom –por todas las razones correctas e incorrectas– se apoyó en la idea de Latinoamérica como utopía ideológica y estética

Y, atención, en todos estos años que llevo dando vueltas, jamás me crucé con un joven autor o un flamante editor o una agente con licencia para lanzar que haya manifestado sus ganas y deseo y ambición de escribir como Onetti o de descubrir y vender y comprar al nuevo Onetti.
Es posible, pienso, que subliminalmente Onetti –como cromo raro en un álbum de grandes éxitos– no resulte atractivo a mentes simples porque toda la literatura de Onetti gira alrededor de la épica de la derrota. Y lo que se quiere es triunfar triunfalmente. Abundan, sí, los agentes que rezan todas las noches por un nuevo Bolaño y se multiplican los inéditos que lo incluyen a Bolaño –quien curiosamente o no, entre sus muchos textos jamás dedicó texto alguno a Onetti– como personaje fantasmal en manuscritos enviados a concursos ibéricos. A éstos últimos les propongo un veloz ejercicio: lean o relean El pozo de Onetti y allí (en esa cabaña en Alaska imaginada por el poeta y soñador Eladio Linacero) descubrirán buena parte de las fuentes de las alucinadas aguas donde bebió el joven Bolaño, quien, de seguir entre nosotros, sí habría funcionado, pienso, como una suerte de revulsivo y alternativa a la fascinación por el Boom como oasis. Como una versión movida y en movimiento de esa foto con revólver a la que, además, más temprano que tarde, también le habrían dado el Nobel y enamorado a la tercera y más bohemia hija del rey antes mencionado. Y a la primera y a la segunda hija también. Muerto –y más allá de su vivísima obra– Bolaño, para demasiados, no es más es otro póster-boy al servicio del romanticismo de gente calculadora y malditos con ganas de ser bendecidos. Así que no. Ahora no. Nadie quiere ser Onetti por más que le hayan dado el Cervantes; porque hay que envejecer antes para que te den el Cervantes después. Y lo bueno es que te den todo ahora mismo, lo más rápido posible.
Y no: nada parece indicar que David Foster Wallace (quien sí fue deslumbrado por Puig) haya leído a Onetti (al que sí leyó Adam Thirlwell, digámoslo).
Y no hay entrevista canonizadora a Onetti en las bóvedas de The Paris Review.
Onetti, aquí y ahora, no es role-model de nada.
Nadie quiere ser el gran Onetti cuando sea grande.
En este sentido, pienso, Onetti no es un olvidado del Boom aunque fuese redescubierto tardíamente –como tardíamente fue redescubierto Faulkner– consecuencia de la onda expansiva del Boom que, de pronto, se maravilló ante la existencia de melodías y motivos supuestamente suyos llegando de tiempos antiguos y como surgiendo del deshielo de un glaciar. Se sabe que García Márquez dijo admirarlo en más de una ocasión. Y que Vargas Llosa le dedicó todo un libro que –a pesar de sonar un tanto a Onetti for Dummies– es un claro gesto de amor y respeto ante lo que, por momentos, parece despertarle al peruano el mismo pasmo que se siente frente a un ovni súbitamente identificable por su nombre, pero de aspecto y costumbres tan diferentes.
No: Onetti no es un olvidado del Boom.
Onetti es un olvidado del Baby Boom.
CUATRO
Y está claro que el Boom y el Baby Boom no son la misma cosa.
El Boom –por todas las razones correctas e incorrectas– se apoyó en la idea de Latinoamérica como utopía ideológica y estética.
El Baby Boom se colgó de una glamorosa idea de España como valor económico y estratégico. Valor que, todo parece indicarlo, España (y su industria editorial) va perdiendo a velocidad crucero y pasos agigantados.
Y quién sabe, tal vez, mientras escribo y leo estas líneas un parado pero erguido joven aspirante a escritor español parte a buscar trabajo a esas nuevas Barcelonas que pueden llamarse D. F. o Bogotá o Buenos Aires. Boom Tercera Parte: Boom 3-D. Y, allí, en unos días, en un cuarto de invitados, con el dinero justo y las ganas infinitas, comienza a redactar las primeras palabras de lo que acabará siendo la Gran Novela Española de la Crisis. Y quizás, es posible, ese joven escritor, cuando sea grande, quiera ser tan grande como Onetti, tan triste como él.
Buena suerte para él. Va a necesitarla.
CINCO
De ahí la foto de Onetti que le proponga, en esta humilde ceremonia, como insuperable y salvador salva-pantallas para el ordenador de todo desordenado cachorro de narrador. Tampoco, aclaro, no es que recete a Onetti como un modelo de moral o ético y panacea para todos los males de este mundo. Pero sí me parece útil y práctica esta foto que no hace Boom (explosión plural) y sí hace Bang! (disparo en singular). Una imagen ideal y paradigmática para enseñarles a los que vendrán qué es eso de “la locura del arte” a la que se refería Henry James y, de paso, en lo que te puedes convertir de vivir demasiado tiempo en otra parte, en una dimensión paralela y alternativa pero real, como el Brausen de La vida breve.
“Los escritores se agrupan en generaciones para ayudarse ellos mismos. Después organizan las mafias”: Onetti

Ahí está Onetti, en una cama más de hospital que hospitalaria. En camiseta y, más que probablemente, en calzoncillos. Con un vaso (cabe pensar de/con whisky) en la mesita de luz y, tal vez, con una novela policial a medio leer entre las sábanas. Look de maldito enloquecido (que, cuidado, puede ser peligrosamente confundido, por favor no, con aires y olores de Bukowski o Gainsbourg o Charly García o Leopoldo María Panero) y apuntando al fotógrafo en el instante definitivo del click pero, desde entonces, petrificado y para siempre en los preliminares de un Big Bang-Bang –¿defendiéndose, ¿atacando? – dedicado a sus maestros y a sus contemporáneos y a su posible y –seguro que ya lo presiente– más bien escasa descendencia.
Y también, pienso, Onetti apunta al Boom.
Porque (y, por si no se dieron cuenta todas estas líneas están marcadas a fuego y hielo por la más personal y hasta caprichosa de las interpretaciones) lo que para mí sugiere/exige Onetti en esta foto es un gretagarbiano pero más contundente “Quiero estar solo”.
Onetti no quiere integrarse sino –como Brausen– desintegrarse primero para aparecer en otro lugar después.
Seguramente, Onetti conocía esta cita de su muy amado Faulkner: “Esos escritores que necesitan juntarse para hacer lo suyo me recuerdan a lobos que sólo son lobos en la manada y que, si te los encuentras a solas, no son más que otro perro”.
Con esto no quiero insinuar que los autores del Boom se hayan juntado pero sí que se juntaron para la foto; y que el negativo de esa foto se revela y se copia, una y otra vez, como casi una refleja y automáticamente positiva y obligatoria necesidad de amontonarse, amparándose en la idea de que cuantos más seamos más ruido haremos sin importar que ese ruido sea más bien estrepitoso o en sordina.
Así, el frío cálculo del movimiento antes de aquello que, se supone, lo mueve y nos conmueve.
Así, la inocencia ingenua de un iluso más que ilusionante espejismo mosqueteril. Todos para uno y uno para todos y, sí, siempre habrá tiempo para distanciarse, para pelearse y para –si hay muchas ganas y poco pudor– ensayar una nueva versión del “misterio” del puñetazo de Marito a Gabo
Y en la recopilación de entrevistas en el magnífico tercer tomo de las obras completas que le dedicó Galaxia Gutenberg y preparó Hortensia Campanella no hace mucho, Onetti –más olvidadizo que olvidado– apunta y dispara sobre la idea de las camarillas de escritores en general y del Boom en particular. Frases sueltas que Onetti pronunció, aquí y allá, pero siempre desde la cama y, cabe pensarlo, con el revólver siempre listo bajo la almohada.
Así habló Onetti:
“El Boom debe ser discriminatorio. Si partimos de la base de que es un fenómeno bien organizado por revistas y editoriales, creo que forzosamente se va a tender a prestigiar a determinados autores (…) Los imponen, venden sus libros, y luego los dejan caer. La gente termina desilusionada, pero no se sabe si ese tipo fue malo desde un principio.”
“No creo que exista una narrativa latinoamericana como tal. Más bien me inclino a creer en la existencia de varios escritores aislados.”
“Los escritores se agrupan en generaciones para ayudarse ellos mismos. Después organizan las mafias.”
“Los escritores se dividen en dos grandes categorías: los que quieren llegar a ser escritores y los que quieren escribir (…) A los primeros les aconsejaría que se apuren, porque un boom se caracteriza por su breve duración relativa. Los segundos no necesitan ningún consejo.”
SEIS
Y eso y esto es más o menos todo. Vamos terminando. Por esta noche es suficiente. Llega la hora de los adioses y cuando entonces, cuando ya no importe, nos quedará la felicidad y el consuelo de ese hombre que no baja la guardia ni la pistola. Y nos apunta. No con un arriba las manos sino con un abajo las manos. Es decir: las manos sobre el teclado para, a quemarropa (y aunque Onetti siempre se haya considerado un adicto al opio de la pereza y el dejar para el año que viene lo que se puede hacer la semana entrante), ejecutar literatura porque si no, te ejecutan.
No perder tanto tiempo planeando la vida –que, sí, es breve– y concentrarse más y mejor en la obra, que suceda lo que suceda siempre debe aspirar a permanecer, no más sea en un sótano o en un ático

Acordarse de eso y nada más que de eso
Tenerlo presente y olvidarse del pasado de los demás.
Pensar por un rato en el Bang y no el Boom.
Tener más vida interior que existencia exterior.
Y no perder tanto tiempo planeando la vida –que, sí, es breve– y concentrarse más y mejor en la obra, que suceda lo que suceda siempre debe aspirar a permanecer, no más sea en un sótano o en un ático.
Y, después, enseguida –en algún rato libre– asomarse a la ventana.
Y, desde allí, no salir a matar pero sí a mirar como, uno a uno, van cayendo los monarcas y las princesas se divorcian y la tercera hija se arroja desde las alturas de una torre en llamas y, ahí abajo, en la aldea, un hijo bastardo que el rey sabio nunca supo que tuvo, abre esa novela de Onetti y lee las primeras líneas.
Lee aquello de “–Mundo loco –dijo una vez más la mujer, como remedando, como si lo tradujese.”
Y se dice a sí mismo: “Cuando sea grande, yo quiero irme a escribir a ese mundo, al más cuerdo de los mundos locos”.
Pero mejor y por las dudas –desde el principio y hasta la última palabra– salir en su busca a solas.
Y, por supuesto, imposible de desarmar, siempre bien armado.

(GRANTA 3)

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