domingo

CARTAS SOBRE EL LENGUAJE - ANTONIN ARTAUD



París, 9 de noviembre de 1932
A J. P.

Querido amigo:


Las objeciones que a usted y a mí nos han hecho acerca del Manifiesto del Teatro de la Crueldad se refieren unas a la crueldad, y no llegan a advertir cómo funcionará en mi teatro -al menos como elemento esencial determinante-, y otras al teatro tal como yo lo concibo.

En cuanto a la primera objeción, están en lo cierto, no en cuanto a la crueldad, ni en cuanto al teatro, sino en cuanto al lugar que esta crueldad ocupa en mi teatro. Hubiera debido especificar mi muy particular empleo de esta palabra, y agregar que no la empleo en un sentido episódico, accesorio, por gusto sádico o perversión espiritual, por amor a los sentimientos singulares y a las actitudes malsanas, es decir en un sentido completamente circunstancial; no se trata en absoluto de la crueldad como vicio, de la crueldad como brote de apetitos perversos que se expresan por medio de sanguinarios ademanes, como excrecencias enfermizas en una carne ya contaminada; sino al contrario, de un sentimiento desinteresado y puro, de un verdadero impulso del espíritu basado en los ademanes de la vida misma; y en la idea de que la vida metafísicamente hablando, y en cuanto admite la extensión, el espesor, la pesadez y la materia, admite también, como consecuencia directa, el mal y todo lo que es inherente al mal, al espacio, a la extensión y a la materia. Y todo esto culmina en la conciencia, y en el tormento, y en la conciencia en el tormento. Y a pesar del ciego rigor que implican todas estas contingencias, la vida no puede dejar de ejercerse, pues si no no sería vida; pero ese rigor, esa vida que sigue adelante y se ejerce en la tortura y el aplastamiento de todo, ese sentimiento implacable y puro, es precisamente la crueldad. He dicho pues “crueldad” como pude decir “vida” o como pude decir “necesidad”, pues quiero señalar sobre todo que para mí el teatro es acto y emanación perpetua, que nada hay en él de coagulado, que lo asimilo a un acto verdadero, es decir viviente, es decir mágico.

Y busco técnica y prácticamente todos los medios de llevar al teatro a esa idea superior, y quizá excesiva, pero también viviente y violenta. En cuanto a la redacción en sí del manifiesto reconozco que es abrupta y en gran parte inadecuada.

Planteo principios rigorosos, inesperados, de aspecto áspero y terrible, y en el momento en que se aguarda su justificación paso al principio siguiente.

La dialéctica de este manifiesto es débil. Salto sin transición de una idea a otra. Ninguna necesidad interior justifica la disposición adoptada.

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