domingo

LO ESENCIAL ¿ES INVISIBLE? - JORGE LIBERATI / especial para el Montevideano



En ciertas épocas se ha privilegiado a la objetividad, por ejemplo, en las que la conciencia humana se dejó invadir por el materialismo. En otras se ha preferido el extremo opuesto, la subjetividad que se endilga a los idealismos y dogmatismos. En ambos casos se disputa nada menos que la verdad, un concepto al que hoy no se presta mayor atención desde que el terreno es batido por versiones muy diferentes de los problemas, muchas de ellas opuestas pero con aspectos mutuamente atendibles. Porque se ha visto que el mayor peligro de caer en el error es encerrarse en un solo punto de vista, científico, filosófico o religioso, y despreciar los demás.

¿Qué sabemos, en realidad, del mundo? ¿Es lo que vemos y tocamos o sólo lo que pensamos? ¿Lo conocemos intuitivamente o por comprobación a través de los sentidos del cuerpo? Algunos creen, como el Principito, que lo esencial sólo es visible a los ojos del corazón; otros, como Pangloss, que lo esencial está a la vista y que corresponde al mejor de los mundos posibles. Ya los primeros filósofos griegos discutieron el problema; Heráclito creía que lo esencial es el movimiento y el cambio a que se somete todo y cuyo flujo nos engaña, mientras que para Parménides lo esencial es la quietud y el reposo, el estado de todo aquello que es, y que es igual a lo que se ve. En ellos apoya su teoría Platón, para quien la verdad está en la idea, y funda su filosofía Aristóteles, que hace bajar la verdad de la idea a la realidad de la tierra y de la vida.

Con la modernidad se impuso la creencia de que existen dos realidades, la del cuerpo y la del alma, una que se palpa con la mano y otra que se siente con el corazón, en el supuesto de que ambas forman parte de la existencia sin que pueda faltar ninguna. Por lo demás, en todas las épocas ha palpitado un poco del antiguo dualismo entre lo divino y lo terrenal. En la Edad Media prevaleció la creencia que atribuye lo esencial a las verdades eternas, bajo las figuras de Dios y las Escrituras; pero antes y después de esa etapa histórica siempre aparecen quienes atribuyen lo esencial a las verdades terrenas del hombre, de la ciencia y de sus recursos matemáticos, y aquellos que, con tanta carga de fe como de experiencia, apuestan a que lo providencial sea suscitado por la laboriosidad terrenal.

¿Qué papel le toca a la subjetividad en esta historia? Existe una distinción que sobrevive a todas las épocas y vuela por sobre todas las opiniones: hay una distancia indiscutible entre la verdad y la apariencia. Prácticamente todas las filosofías, las ciencias, la religión y hasta los mitos admiten que un velo cubre lo que vemos, oculta lo que sentimos o falsea lo que razonamos. En esta convicción radica el papel que ha tocado a las dos clases de pensamiento objetivo y subjetivo; es decir, lo que se piensa con confirmación directa de los sentidos, y lo que se piensa sin ese apoyo, remitiendo la verdad al solo argüir e intuir de la mente. La verdad, pues, se confirma en la apariencia por medio de los sentidos, o se niega, teniendo en este último caso que recurrir a la suposición, a pensarse sólo con el apoyo de la intuición, de la razón y de la imaginación. Los sentidos nos dan lo objetivo; la especulación (los reflejos del espejo que es la mente) nos dan lo subjetivo. Lo objetivo confirma o corrige la apariencia; lo subjetivo crea una imagen nueva que la sustituye.

Surge como la primera luz del día una primera evidencia, clarísima, meridiana: todo es mental. Lo objetivo y lo subjetivo son dimensiones, actividades, procesos, o como se los quiera llamar, exclusivamente intelectuales. Los esfuerzos de la ciencia por independizar la observación y los registros de sus aparatos de medición de toda subjetividad humana, también son mentales. Porque la información no es recogida por otro ser que no sea el hombre. La plataforma de la tecnología, la computadora, el celular, el satélite, la energía electromagnética que la alimenta, es una maravillosa ampliación, un asombroso perfeccionamiento y una enorme potenciación de los sentidos corporales, musculares y neurológicos. Y es mental la obra de los sentidos del cuerpo, el trabajo de elaboración y análisis, de clasificación y creación. Aquello que registra un robot, las imágenes que toma un dron desde la altura, el dato suministrado por un sensor, son tan mentales como los pensamientos y las representaciones o imágenes que componen el conocimiento que cada humano se forma del mundo. El desplazamiento hacia el rojo en el espectro de una estrella, que nos indica que se aleja del observador, ¿acaso no es una asociación entre la observación de un hecho (dato) y la interpretación mental de lo observado (conocimiento)?

Asoma, así, una segunda evidencia, que hoy en día resulta contundente, más de lo que podía resultar hace unas décadas atrás: que todo es subjetivo, pues todo es mental y, por tanto, interno, personal, elaborado por la facultad de cada persona, por una libertad interna que experimenta, elige y crea. ¿Acaso lo que elabora la subjetividad no responde a la misma experiencia en la que se basa la elaboración de la objetividad? Se basa en la experiencia vital, que es una sola, y que para que se dé sólo es necesario que haya un contacto auténtico de la conciencia con las cosas. La diferencia consiste, solamente, en que la elaboración objetiva se apoya en los sentidos que confirman después los datos recibidos en un momento dado, mientras que la elaboración de la subjetividad se apoya en los sentidos toda vez que ellos han experimentado, en alguna circunstancia de vida, una enseñanza que es incorporada como recurso confirmado antes de que lleguen los datos. Es así que la experiencia obra de dos maneras diferentes: en forma directa y después, y de forma indirecta y antes.

En las dos operaciones interviene la confrontación de los datos con la experiencia. En la operación objetiva se confrontan los datos que se poseen con experiencias determinadas y concretas que afirman o niegan esos datos, es decir, que los dan por verdaderos o falsos. En la operación subjetiva se confronta la experiencia vivida, de la que se ha seleccionado lo que obra como verdadero (al menos para la conciencia personal), con nuevas circunstancias que requieren resolución. De esta manera superamos la falsa división según la cual existiría una esfera de realidad objetiva y otra de fantasía e ilusión. Las dos están presentes en los dos caminos que puede seguir la mente y cuya única diferencia es la señalada.

Siguiendo estos pasos puede concluirse que la obra más importante de la subjetividad es la sociedad. Porque la experiencia directa y posterior no podría ayudar a preparar, a concebir ni a llevar a cabo, una actividad que se despliega espontáneamente y casi sin planes ni datos que prevengan sus vicisitudes en desarrollo y expansión. Es algo que se consigue por experiencia indirecta y anterior, aplicando ante lo desconocido aquello que se haya podido rescatar de lo conocido. Porque, como ha señalado Jacques Attali, más que del futuro se puede hablar de lo desconocido, en tanto que el pasado es lo conocido. No hay tiempo pasado sino conocimiento, ni tiempo futuro sino ignorancia. La sociedad se desarrolla tras el velo oculto de la apariencia; la subjetividad se desarrolla ante el velo descorrido de la experiencia selecta. Y, como toda obra humana, la sociedad se refleja sobre el creador, permitiendo que se complete e integre en dimensiones superiores.

Octubre de 2018

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