HUGO
GIOVANETTI VIOLA
para Ignacio Suárez
que me permitió versionar una historia de su infancia ya
narrada por él
En
el mundo no hay tonterías: la miel de lo maravilloso, venida a tales horas de
cuentos, el anillo de los
maravillados.
JOÂO GUIMARÂES ROSA
La
fe es la cruz.
Pero
la desesperanza es el infierno.
LOGION APÓCRIFO
1
Jerónimo Rabí tenía cinco años recién cumplidos y estaba
jugando con su vecino Walter cuando el primer altoparlante que escuchó en su
vida empezó a recorrer la calle principal de Atlántida sobrevolado por la
música de El último organito.
-Escuchá -ordenó el niño de nariz muy ganchuda y ojos
como uvas chinches.
El otro se lambeteó los mocos contemplando la media tarde
de enero con deslumbrada idiotez.
-¿Escuchaste esa música que está cayendo del cielo,
Walter?
-Sí. Es como si fuera en el cine. Güeno, ¿conseguiste la
de Chilla con Jérez?
-Se llaman Ghiggia y
Pérez -corrigió fastidiadamente
Jerónimo al chiquilín de ojos color moco.
-Vos te creés que sabés leer pero mi tío me dijo que los que
hicieron los goles fueron Extrafino, Chilla y el pato Donald -se relamió los
chorretes Walter mientras señalaba el
álbum de figuritas promocionado por The Walt Disney Company en el Uruguay
después del Campeonato Mundial de 1950.
Entonces el altoparlante frenó unos minutos en la esquina
para anunciar la inauguración de una kermesse a beneficio del Country Club donde
iban a sortearse cromos de El gran goleador,
y cuando la camioneta volvió a avanzar hacia la rambla escucharon resonar el
recitado introductorio:
-Melancólica imagen del último organito /
volverás por los antiguos callejones de barro / cada vez que los tangos
recuerden el arrabal perdido / y renazcan los hombres y las cosas muertas / en
el milagro de la evocación.
-Pa, Qué pedo te rajaste -se apretó la nariz gelatinosa
Walter.
-Ahora me duele aquí -empezó a frotarse la tetilla izquierda
el niño de ojos violáceos.
-Para mí que lo que hace gomitar a tu madre son estos
pedos con gusto a goniato.
-Se dice vomitar
y boniato, tarúpido. Y mi madre se
pasa haciendo arcadas porque voy a tener un hermano.
La voz de Edmundo Rivero ya empezaba a borronearse y
Jerónimo corrió hasta el garaje del chalé de veraneo y volvió andando en un
monopatín que le acababan de dejar los Reyes.
-Vamos a perseguir a la voz del cielo -ordenó poniéndose
un antifaz y el sombrero blanco del Llanero Solitario.
-¿Vos tas loco, tarúpido?
-Agarrá tu caballo y seguime, Toro -guardó el álbum y las
figuritas abajo de la hamaca de jardín el niño de nariz discepoliana. -Mi padre
me está mandando señales de humo desde la montaña.
-Yo no soy Togo. Soy Gomba. ¿Ta? -berreó el chiquilín panzón
de short atigrado que vivía en la casilla de enfrente. -Y no persigo a nadie.
-Se dice Bomba,
Walter.
Entonces el otro horizontalizó un dedo para rejuntarse
los chorretes y le encajó un chijetazo en la cara a su amigo, que se seguía
frotando nerviosamente la tetilla.
2
Salomón Rabí trabajaba como carpintero y lustrador, pero
su verdadera vocación era organizar campamentos
artiguistas de convivencia purificadora. Tenía treinta y tres años, y desde
antes de casarse llevaba a gente de muy distintas edades prácticamente todas
las semanas a la Sierra de las Ánimas o al Arequita o al Salto del Penitente
con un fervor sacerdotal que terminó por hastiar a su esposa.
-Y Jerónimo -preguntó el hombrón macizo y de tez aindiada
después de apoyarle la boca en la frente a la mujer que tenía una palangana llena
de bilis al lado de la cama.
-El poeta está en penitencia, encerrado y a oscuras. Me
parece que hoy le mandaste demasiadas señales de humo.
-No empecemos, Odette. Qué pasó.
-Mejor primero aprovechá a ducharte despacito con agua tibia para revivir mejor las primicias
del paraíso que traés cada domingo mientras yo sigo echando los bofes
porque el ataque de romanticismo de la noche del aniversario te hizo violarme
sin forro, cretino.
Entonces Salomón fue hasta el cuarto de su hijo y lo
encontró durmiendo en la penumbra lunar abrazado del álbum del Pato Donald.
-Señor, Señor, / si
tuvieras en cuenta la maldad, / ¿quién podría mantenerse en pie? -se agachó
murmurando casi con el aliento. -Pero en
ti encontraremos perdón, / para que te honremos.
Y cuando volvió al comedor a desarmar la mochila se
tropezó con el monopatín de Jerónimo, que tenía las ruedas destrozadas.
-Lo único que hay son tallarines y fruta -descerrajó una
arcada con cavernosidad perruna la mujer desde el dormitorio. -Hoy no pude ni
salir a hacer mandados.
-¿Y a este monopatín qué le pasó?
-Que te lo cuente el poeta.
El hombre prendió un Sinniko
y salió al jardín ya lamido por una gigantesca luna color azafrán, mientras
silabeaba con boca de pez:
-Señor, no es
orgulloso mi corazón, / ni son altaneros mis ojos, / ni voy tras cosas grandes
y extraordinarias / que están fuera de mi alcance.
Y de golpe pegó un salto cuando la mujer apareció
descalza y con el camisón maloliente a escrachar contra el piso del porche el
mejor juguete que le habían regalado a su hijo para Reyes.
-Y todo fue por culpa de esta mierda y las figuritas y la
locura que ya le metiste en la cabeza para que se dedique a perder la vida como
vos -teatralizó lacrimosamente una histeria jolivudense Odette.
-¿Y eso que llamás locura
vendría a ser el amor a la gente?
-¿Por qué no largás el pucho de una vez, cretino? Y sobre
todo ahora que me hiciste otro hijo para festejar que llevo cinco años de
casada con el dueño del mundo.
-No grites más, carajo.
Y mientras la mujer volvía corriendo al cuarto Salomón
contempló húmedamente la luna.
3
Al chofer bigotudo del altoparlante lo llamaban Pochocho,
y cuando se dio cuenta de que el niño que lo venía siguiendo en un monopatín se
había caído en la calle estacionó la camioneta y se bajó a ayudarlo.
-Opa. ¿Estás bien, Llanero? -recogió el sombrero de
Jerónimo, que ahora contemplaba el cielo sentado en el cordón de la vereda. -Me
imagino que ya tendrás el álbum casi lleno.
-Sí. Y el domingo que viene mi padre va a llevarme a la
Feria de Tristán Narvaja a comprarme las difíciles. Hoy está en la montaña.
-¿Qué montaña?
-La de las Ánimas. ¿Ves esas tres nubes que están pasando
por arriba del casino? Son señales de humo que me manda desde allá para que no lo
extrañe. ¿Vos conocés los salmos?
-Yo de chico fui a un colegio católico y soy profesor de
literatura -se sentó al lado del chiquilín enmascarado Pochocho y prendió un
cigarrillo sonriendo con dulzura. -Pero me acuerdo de muy pocos salmos.
-A mi padre y a mí el que más nos gusta es el que dice: El Señor es mi pastor / nada me falta. / Me
hace descansar en verdes pastos, / me guía a arroyos de tranquilas aguas, / me
da nuevas fuerzas / y me lleva por caminos rectos, / haciendo honor a su
nombre. / Aunque pase por el más oscuro de los valles, / no temeré peligro alguno,
/ porque tú, Señor, estás conmigo.
-Sí, el 23. Eso es pura poesía.
-Yo aprendí a leer a los cuatro años y después empecé a
escribir poesías y me gustaría apuntar en mi cuaderno esa canción del caballo
flaco y el rengo y el monito. Pero todavía no me la sé toda de memoria -se
apretó el pecho Jerónimo. -Y ahora ya estoy cansado. Y muy triste.
.
-Por qué, mijo.
-Por ese ciego que fuma llorando.
-El ciego de Carriego. ¿No querés que te lleve en la
camioneta y descansás un poco? Pa: mirá cómo te quedó el caballo con ruedas, Kemo
Sabay.
-Sí, Mi madre me va a matar. ¿Y cómo es que se llama esa
canción del cielo?
-El último organito.
Vení -se paró para recoger el
monopatín Pochocho. -Acompañame a dar la última vuelta por Las Toscas y yo
después te arrimo hasta tu casa. ¿Cuáles son las partes que te sabés de
memoria?
-La parte que me falta es la que viene después del ciego que
fuma en el umbral.
-Ah. Entonces lo que te falta es Saludarán su ausencia las novias encerradas / abriendo las persianas
detrás de su canción, / y el último organito se perderá en la nada / y el alma
del suburbio se quedará sin voz. ¿Querés que te la apunte?
-Bueno. A mí lo que me encanta es la parte del principio,
cuando se habla del milagro de la evocación.
-Sí. Eso no es triste -tiró el Richmond a medio fumar el chofer bigotudo. -Y te aseguro que esas
tres nubecitas que te mandó tu viejo también son un milagro.
4
Salomón Rabí levantó el monopatín ya muy destartalado
como si recogiera a un herido de guerra y después de llevarlo al cuarto de su
hijo agarró un cuaderno azul que había en la mesa de luz y se sentó a ojearlo
en la cocina. El primer poema escrito por Jerónimo el 8 de junio de 1952 sin
hacer una sola corrección se llamaba Hay
en el camino negro…, y el hombrón de ojos fluviales repasó cada una de las
catorce líneas con un índice acariciador:
Hay
en el camino que imagina mi cerebro; / hay en el camino / un ruiseñor negro. //
Hay en el camino que imagina mi cerebro; / hay hojas verdes, hojas negras / en
el camino del ruiseñor negro. // Hay en el camino que imagina mi cerebro; hay
árboles frutales, guindas deliciosas / en el camino de las hojas verdes, de las
hojas negras. // Hay en el camino que imagina mi cerebro; / un ruiseñor negro;
/ hojas verdes, hojas negras; / árboles frutales, guindas deliciosas; en el
camino negro…
-¿Comiste algo? -apareció de golpe la mujer enchastrada
de bilis.
-Primero voy a bañarme -se agarró la frente con las
manazas curtidas Salomón.
-Perdoname la histeria, pero hoy de tarde Jerónimo se
escapó de casa y pensé que me volvía loca del todo. Estuve a punto de mandar
llamar a la policía con la madre del Walter pero justo lo trajeron.
-Y por qué se escapó.
-Le dio por perseguir a un altoparlante que contrató el
Country para hacer propaganda de El gran
goleador -puso a calentar agua Odette. -Pero lo que lo alborotó de veras fue
la canción que escuchó caer del cielo.
Es un tango que canta ese tipo tan feo.
-¿Dijo que la canción cayó
del cielo?
-¿Y qué te puede extrañar? No es un niño normal, Salomón.
Se pasa el día recitando a García Lorca y a Herrera y Reissig y escribe cosas que
asustan. Nunca voy a entender cómo se te ocurrió leerle a esos dos enfermos
cuando tenía cuatro años.
-Pero cuando nos ennoviamos a vos también te gustaban esos
enfermos.
-Es que yo estaba muy enamorada -suspiró la mujer de
resplandor marchito. -Para mí fuiste un príncipe azul y me encantaba ir a los campamentos artiguistas, hasta que me di
cuenta de que tu misión profética te
importaba más que yo.
-Y en aquel tiempo también llegaste a memorizar algunos salmos.
-¿Pero cómo podía imaginarme que te ibas a volver un
fanático? -corrió hasta el tacho de basura a vomitar Odette. -Y ahora no tenías
derecho a dejarme embarazada porque odiás los condones. Yo lo sentí como una violación. Los machos no se imaginan lo
que es empezar a transformarse en un barril. Yo nunca más fui linda después que
nació Jerónimo. Y además me robaste a mi hijo, porque él te admira nada más que a vos.
-Ojo que va a escucharte.
-Mamá siempre me advirtió que tuviera cuidado con los
judíos pero no le hice caso. Ustedes son como los católicos: si no creemos en
el Dios de la Biblia, nos dejan de querer.
Y en ese momento escucharon los pasos desnudos de
Jerónimo que apareció gritando que el corazón le reventaba.
6
-Así que te gustan nada menos que Herrera y Reissig y
García Lorca -se euforizó Pochocho cuando torcieron hacia la rambla de la Playa
Brava, desde donde se podían divisar con total nitidez la Sierra de las Ánimas
y los cerros de Piriápolis. -Son mis poetas preferidos.
-Y mi otro poeta preferido es Nicolás Guillén.
-Mirá: allá está la montaña desde donde tu viejo te mandó
las señales. Hoy va a haber una luna más gorda que la de Barlovento y ya está
por salir.
-¿Sabés a qué poesía me hace acordar esta playa? -se sacó
el antifaz el chiquilín de ojos hinchados por un resplandor de cuarzo. -A una de
Julio que dice: El aire es de terciopelo
/ por el camino violeta / cual a través de una grieta / se ve cómo piensa el
cielo.
-Pa -se electrizó el profesor que vivía todo el año en
Atlántida. -Sos un poeta de verdad. ¿Y qué es lo que más te gusta de Federico?
-El romance que dice: La
Virgen cura a los niños / con salivilla de estrella. ¿Querés que te recite
dos décimas que escribí en homenaje a Federico?
-Claro -apagó el motor y el parlante Pochocho. -¿Por qué
te agarrás ahí? ¿Te duele el pecho?
-El doctor dice que son puntadas que me vienen por los
gases, pero a veces siento que no voy a poder seguir respirando y me da un
miedo horrible.
-Ah, eso se llama pánico. Y nos pasa porque hay días que
tenemos un miedo horrible de seguir viviendo -forzó una carcajadita el hombre
de mostachos novecentistas. -¿Y el homenaje tiene título?
-Se llama Muerte de
Federico García Lorca -entornó la mirada lila el niño sin dejar de frotarse
la tetilla. -Cuando el verde de las hojas
/ se revivió en el rocío / cuando el ídolo caído / terminó en dos nubes rojas /
y un rumor de voces cojas / llevó el silencio a la horca / junto a la dulce
mazorca / ya recogida en su sera / murió en la noche nochera / Federico García
Lorca. // Al nacer la madrugada / cuando la luna ocultose / el sol de luto
vistiose / y frenó su carcajada / al ver la figura ajada / tendida sobre el
camino / cara fresca pelo fino / el gitano puro y blanco / que una vez salió a
su campo / pero que nunca más vino.
-Brutal. Yo te pondría un sobresaliente neto, botija.
-Gracias. Y apuntame lo que me falta de la canción, por
favor.
-¿Querés que te la apunte toda, por las dudas?
-No. El resto me lo sé bien. Y apurate porque no pedí
permiso para salir de casa y mi madre está enferma.
-Qué le pasa.
-No es una enfermedad. Es que voy a tener un hermanito y
hace una semana que vomita todo el día. ¿No podés volver a poner la canción
desde el principio? Es lo más lindo que escuché en mi vida.
-Bueno, es un poco triste.
-Yo siento que es de oro.
7
El chalé de veraneo que Salomón Rabí heredó de su padre
no tenía teléfono, y el hombre salió corriendo hasta la policlínica de la plaza
mientras Jerónimo se masajeaba el pecho con un pañuelo perfumado.
-Esta agua colonia es salivilla
de estrella -murmuró la mujer, que acababa de ponerse una bata de cama
sobre el camisón sucio. -Cuando recién naciste y llorabas toda la noche era lo
único que te calmaba.
-¿No me podrías traer unas hojas Tabaré que escondí adentro del álbum de Donald? -jadeó el niño
despatarrado sobre la cama de sus padres.
-¿Ahora?
-Quiero mostrarte algo que apunté después de acostarme. Por
favor.
-Pero si estabas a oscuras.
-Hay luna llena, mamá.
Entonces Odette salió a las zancadas del dormitorio y al pasar por la
cocina tuvo tiempo de apagar el gas que ya estaba empezando a carbonizar la
olla y jadeó:
-Soy como agua que se derrama; / mis
huesos están dislocados. / Mi corazón es como cera / que se derrite dentro de
mí. / Tengo la boca seca como una teja; / tengo la lengua pegada al paladar. /
¡Me has hundido hasta el polvo de la muerte!
Y después de traer las hojas encontró al chiquilín temblando en posición
fetal y se sentó en la cama para cargarlo como si fuera la Virgen de la Pietà.
-¿Te duele mucho, hijito?
-No. Pero cada vez está más desbocado.
-Carajo: parece que tu padre hubiera ido a buscar al médico a Montevideo.
-¿Leíste las hojas?
-No, si casi se arma un incendio en la cocina. ¿No sentís el olor? Y quedó
una humareda espantosa.
-Me gustaría que las leyeras. Por favor. En voz alta.
Odette volvió a acostar al chiquilín que ahora tenía los ojos muy sombríos
y apenas se puso a descifrar el recitatorio protestó:
-Pero esta es la letra del tango que sonaba en el altoparlante y te enloqueció,
mijo. ¿Para qué querés que la lea?
-Porque parece un salmo y yo me la fui aprendiendo de memoria para cantártela
a vos. ¿La conocés?
-No. Ese tango no lo conozco.
-Pero yo me di cuenta de que la letra la escribió Dios porque caía del
cielo como un viento de oro.
-¿Dios? -se le acalaveraron las
facciones a la mujer.
-¿No entendés que solamente la poesía del Señor puede hacer renacer a los
hombres y a las cosas muertas?
Y de golpe escucharon estacionar chirriando a la ambulancia de la
policlínica y la mujer se agarró el estómago y miró el cielorraso.
8
El médico de urgencia se llamaba Juan Carlos y daba clases de biología en
el liceo de Atlántida.
-Esta tarde Pochocho me habló mucho de vos -comentó mientras le aplicaba un
sedante inyectable a Jerónimo. -Ahora vas a dormirte tranquilo.
Y después de atravesar el comedor que olía a metal chamuscado le aceptó un
cigarrillo a Salomón y explicó:
-El pulso le había subido casi a 200 pero parece una taquicardia
paroxística supraventricular fisiológica y no patológica.
-¿Y qué diferencia
hay?
-Las fisiológicas se pueden producir por hipernerviosismo o un exceso de
ejercicio, como fue la maratón en monopatín -sonrió el hombre treintón que
había nacido destinado a acercarse a los pacientes con pan en los ojos.
-¿Y no le parece patológico que un niño arriesgue la vida porque sentía que
Dios le estaba hablando desde un altoparlante? -apareció cerrándose el cuello
de la bata la mujer que olía más a vómito que a agua colonia.
-¿Jerónimo ya se durmió, señora?
-Sí. Y tiene el pulso tranquilo.
-Ahora durante unos días va a sentir algunas extrasístoles y más adelante conviene
que pidan una consulta con el cardiólogo, para descartar otro tipo de
diagnóstico. Pero estas crisis fóbicas son bastante comunes.
-¿Y es común escribir poesías llenas de ruiseñores negros a los cinco años
y creer que el padre le manda señales de humo desde la Sierra de las Ánimas y
recitar los salmos igual que si fuese un rabino, doctor?
Entonces Juan Carlos se acercó al cenicero sondeando de reojo a Salomón y
después de aplastar el Sinniko mostró
unos dientes dulces:
-¿Usted sabía que Homero Manzi escribió ese tango cuando ya tenía un cáncer
irreversible? Murió el año pasado. Y la letra es muy triste pero bien pudo
haberla escrito Dios, ¿No le parece?
-¿Y usted cree en Dios, doctor?
-Yo creo en la compasión todopoderosa, señora -se le llenó de luna la
mirada verdemar a Juan Carlos. -Y con eso me alcanza.
-¿Y tiene hijos?
-Dos. Y también viven hablando del grito en el cielo que puso el pato
Donald en Maracaná. Lástima que a la Disney lo único que le interesa es hacer
negocio y no tienen la menor idea de quién fue el Negro Jefe. Pero algo es
algo.
Entonces Odette contuvo otra arcada y se metió en el baño mientras el
hombrón aindiado acompañaba al médico hasta la ambulancia.
-Señor, no es orgulloso mi corazón, /
ni son altaneros mis ojos, / ni voy tras cosas grandes y extraordinarias / que
están fuera de mi alcance -volvió a murmurar húmedamente cuando se quedó
solo. -¡Ay amor que se fue por el aire! ¡Ay
amor que se fue y no vino!
Cuartel artiguista de
la calle Lepanto / 2018
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