CANCIÓN 26
Detente,
cierzo muerto:
ven,
austro, que recuerdas los amores,
aspira
por mi huerto,
y
corran sus olores,
y
pacerá el Amado entre las flores.
DECLARACIÓN
(2)
Aspira
por mi huerto.
4
/
Ya habemos dicho que el alma de la esposa es la viña florecida, y ahora la
llama aquí también huerto, donde están plantadas las flores de perfecciones y
virtudes que habemos dicho. Y es aquí de notar que no dice la esposa aspira
“en” mi huerto, sino aspira “por” mi huerto, porque es mucha la diferencia que
hay de aspirar Dios “en” a aspirar Dios “por” el alma. Porque aspirar “en” el
alma es hacer Dios toque en las virtudes y perfecciones que ya le son dadas,
renovándolas y moviéndolas de suerte que den de si admirable flagrancia y
suavidad; bien así como cuando menean las especies aromáticas, que al tiempo
que se hace aquella moción derraman la abundancia de su olor, el cual antes no
era tal ni se sentía en tanto grado. Porque las virtudes que el alma tiene en
sí adquiridas no siempre las está ella sintiendo y gozando actualmente, porque
(como habemos dicho) en esta virtud están en el alma como flores cerradas en
cogollo, o como especias aromáticas cubiertas, cuyo olor no se siente hasta que
las descubren y mueven, como habemos dicho.
5
/
Pero algunas veces hace Dios tales mercedes a la alma esposa, que, aspirando
con su espíritu divino por este florido huerto de ella, abre todos estos
cogollos de virtudes y descubre estas especies aromáticas de dones y
perfecciones y riquezas de la alma; y, abriendo el tesoro y caudal interior,
descubre toda la hermosura de ella. Y entonces es cosa admirable de ver y suave
de sentir las riquezas de los dones que se descubren al alma y la hermosura de
estas flores de virtudes, ya todas abiertas, y darle cada una de sí el olor de
suavidad que le pertenece. Y esto llama correr los olores de el huerto, cuando
en el verso siguiente dice:
y
corran sus olores.
6
/
Los cuales son en tanta abundancia algunas veces, que al alma le parece estar
vestida de deleites y bañada en gloria inestimable, tanto, que no sólo ella lo
siente de dentro, pero aun suele redundar tanto de fuera, que lo conocen los
que saben advertir, y les parece estar la tal alma como un delicioso jardín,
lleno de deleites y riquezas de Dios. Y no sólo cuando estas flores están
abiertas se echa de ver esto en estas santas almas, pero ordinariamente traen
en sí un no sé qué de grandeza y dignidad que causa detenimiento y
respecto a los demás por el efecto
sobrenatural que se difunde en el sujeto de la próxima y familiar comunicación
con Dios, cual se escribe en el Éxodo de Moisés, que no podían mirar en su
rostro por la gloria y honra que quedaba en su persona por haber tratado cara a
cara con Dios (34,30)
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