Lo pulido, pulcro, liso e impecable es la seña de identidad de la época
actual. Es en lo que coinciden las esculturas de Jeff Koons, los iPhone y la
depilación brasileña. ¿Por qué lo pulido nos resulta hoy hermoso? Más allá de
su efecto estético, refleja un imperativo social general: encarna la actual
sociedad positiva. Lo pulido e impecable no daña. Tampoco ofrece ninguna
resistencia. Sonsaca los “me gusta”. El objeto pulido anula lo que tiene de
algo puesto enfrente. Toda negatividad resulta eliminada.
El análisis y crítica de la
llamada Sociedad Positiva sigue sin verse disminuida un
ápice en el breve opúsculo de Byung-Chul Han titulado La salvación de lo bello. Al poco de comenzar la
lectura puede notarse el claro parentesco con La agonía del Eros (2014). Cuando
acabamos, la idea es clara: Han ya está dándole una segunda vuelta a su
filosofía. Introduce la cuestión de lo pulido y la
adicción al selfie. Justo al comienzo, para enganchar a
los lectores más avezados con nuevos materiales. Lo que viene después son
variaciones de temas conocidos. La mención al Eros, por ejemplo, el problema
del narcisismo, la crítica a la pornografía del dataísmo o la importancia que
otorga a la demora y al recuerdo no son nuevos. Son raíces que ya habíamos
visto en otras de sus obras pero ahora remezcladas conveniente y
convincentemente. Han ha “pulido” su estilo, que usa con eficacia quirúrgica.
La adicción al selfie remite al vacio
interior del yo. Hoy, el yo es muy pobre en cuanto a formas de expresión
estables con las que pudiera identificarse y que le otorgaran una identidad
firme. Hoy nada tiene consistencia. Esta inconsistencia repercute también en el
yo, desestabilizándolo y volviéndolo inseguro. Precisamente esta inseguridad,
este miedo por sí mismo, conduce a la adicción al selfie.
Han critica con afiladas
maneras la superficialidad de la comunicación basada en las redes sociales.
Pero deja caer grandes y pesados conceptos filosóficos con pasmosa brevedad.
Discusiones que han llevado siglos las despacha en un par de aforismos de esos
que parecen pinchazos. Critica con dureza la levedad de tantas y tantas cosas
pero, sin embargo, su pensamiento no pasa de lo esquemático en todos los
pequeños libros. En este sentido, Han tiene mucho de posmoderno provocador, que con su estilo trata de
socavar lo serio y supuestamente importante de todo aquello serio e importante
que la tradición defendió siempre como importante y serio.
Lo bello es un escondrijo. A la belleza le resulta esencial el
ocultamiento. La transparencia se lleva mal con la belleza. La belleza
transparente es un oxímoron. La belleza es necesariamente una apariencia. De
ella es propia una opacidad. Opaco significa “sombreado”. El desvelamiento la
desencanta y la destruye. Así es como lo bello, obedeciendo a su esencia, es
indesvelable.
¿Qué hace Byung-Chul Han en sus libros? Analizar de modo
breve y conciso, comprimido incluso, los fenómenos diversos que pueblan nuestra
sociedad contemporánea mostrando los males que nos aquejan. La salvación de lo bello se ajusta de modo
coherente a la lógica interna de lo que llamo la Saga de la Sociedad
Positiva. La actuación de la trasparencia –la
positividad– que habíamos visto en la comunicación por las
redes sociales y las nuevas tecnologías, también en la psicopolítica, continúa
en el arte y en lo estético: lo bello pulido y satinado. La positividad –la
trasparencia– también ataca a la experiencia estética actual. La positividad no
deja nada indemne y sin atacar.
Hoy, todas las imágenes son más o
menos pornográficas. Son transparentes. No muestran vacíos en el campo de
visión. No tienen ningún escondrijo.
Hay un meme que recorre las redes
sociales que dice así: “¿Os acordáis cuando se creía (antes de internet) que la
causa de la estupidez colectiva era la falta de información?… Pues no era eso”.
Este meme, mal que le pese al Han más fóbico de las redes sociales, explica
mucho de sus argumentos. Lo negativo (esa ausencia) era el problema de la
Humanidad. Al eliminar la negatividad (la ausencia, de nuevo) y convertirlo en
positividad (la trasparencia) los problemas de la Humanidad ya estarían
resueltos. Pues no, nada más lejos de la realidad. No sólo no solucionamos el
problema de la negatividad sino que la transparencia (el rendimiento, el
panóptico, lo pulido, el dataísmo, etc.) ha inoculado una plétora de nuevos
problemas que nos avocan a un futuro más incierto todavía.
Cuando vivíamos en el tiempo del exceso de negatividad percibíamos la violencia
por doquier, en casi cualquier fenómeno. Eran percibidos con inmediatez al
llegarnos desde el afuera de nuestra conciencia. Ahora, que vivimos en un
exceso de positividad, no somos capaces de percibir la violencia que nos
atenaza igualmente. Esto ocurre porque la violencia se ha instaurado en la
conciencia, la hemos interiorizado, la hemos convertido en la esencia del
sistema. Ahora es inmanente y pasa desapercibida aunque la tengamos delante,
como el puente de las gafas sobre nuestra nariz.
En los tiempos de la interconexión, de la globalización y de la
comunicación, un carácter firme no es más que un obstáculo y un inconveniente.
El orden digital celebra un nuevo ideal. Se llama el hombre sin carácter.
En el paradigma de la estética de lo
pulido nos encontramos: anestesia general (formas
y temas que nos provocan una sensación de perfección y plenitud), la pornografía del dato (somos ya una compleja
transacción de datos manejados mediante algoritmos), vaciamiento del yo (adicción al selfie), la conexión instantánea, la sobrecarga de estímulos y
la atención sobresaturada (comunicación
acelerada que evita la demora y la latencia), la pérdida de carácter, de la
constancia, la firmeza, etc. (el consumo, el sharing, etc.).
De acuerdo con esto, la tarea del arte consiste en la salvación de lo
otro. La salvación de lo bello es la salvación de lo distinto. […] Siendo lo
enteramente distinto, lo bello cancela el poder del tiempo. Precisamente hoy,
la crisis de la belleza consiste en que lo bello se reduce a su estar presente,
a su valor de use o de consumo. El consumo destruye lo otro. Lo bello artístico
es una resistencia contra el consumo.
Es posible el rescate de esta
aséptica estética de la complacencia y del escaparate, de ese mundo en el que
un escondite se convierte en lugar maldito. La primera posibilidad que apunta
Han es poner en valor lo sublime (Adornomediante), lo
que no suscita placer de manera inmediata sino que, incluso, nos procura
sobrecogimiento y dolor. El mundo actual se muestra profundamente intolerante
frente a la negatividad. La otra posibilidad que apunta Han, que es una
prolongación de la primera, es la de introducir elementos negativos, opacos, en
esta orgía pornográfica de la positividad y la transparencia. Lo inesperado, lo
oculto o lo escondido. Lo secreto, lo sugerido o lo encubierto. Las
imperfecciones, las tardanzas y lo metafórico.
Lo bello no es un brillo momentáneo, sino seguir alumbrando en silencio.
Su preferencia consiste en este reservarse. Los estímulos y los logros
inmediatos obturan el acceso a lo bello. Su oculta belleza, su esencia
aromática, las cosas solo la desvelan posteriormente y a través de rodeos.
Largo y despacioso es el paso de lo bello. A la belleza no se la encuentra en
un contacto inmediato. Más bien acontece como reencuentro y reconocimiento.
Para terminar, hay que plantearse una duda. Realmente es la misma duda
que surge al final de cada uno de estas pequeñas obras. ¿Son las nuevas formas
de comunicación fenómenos de alienación? ¿Todos? ¿No hay nada bueno que merezca
la pena salvar del orden digital? ¿Todo es un panóptico?
(El vuelo de la lechuza / 26-7-2018)
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