por Marc Bassets
Pierre Michon (Les Cards,
1945) se ha levantado hoy a las tres y media de la madrugada. Es la rutina en
sus periodos de gracia, cuando no se siente deprimido ni intelectualmente
comatoso, cuando la voz fluye como un torrente, cuando escribe “como un
cardenal”, dice, usando una expresión con la que le describió otro raro, Peter
Handke, con quien mantiene un aire de familia. Se despierta en el silencio y la
oscuridad de la aldea donde nació y donde habita, en el fondo de Francia. Y
compone estos textos poderosos como un alcohol fuerte, libros de apenas cien
páginas en los que se mezcla el grand style del
clasicismo francés con la solemnidad de un viejo patriarca bíblico, algo que
parece a la vez muy moderno y muy arcaico.
“Michon escribe
como un cardenal..." Michon se ríe cuando recuerda lo que una vez
dijo Handke de él. Y francamente la idea le gusta.
Coqueto y socarrón, la repite en varias ocasiones en esta luminosa mañana de septiembre
en Les Cards, el paisaje de bosques y praderas ondulados donde vive entre el
verano y el principio del otoño.
"Es verdad,
cuando me pongo a escribir, me creo un cardenal, o un sacrificador
antiguo", admite. "No soy el mismo tipo que estoy ahora aquí. Me da
la impresión de que soy otro”.
Después de escribir
unas cuatro horas —cuatro horas de ser este otro en la pequeña habituación del
primer piso donde, entre libros amontonados en el suelo, garabatea en sus
cuadernos y teclea en un ordenador— ha regresado a la tierra y ha ido a comprar
el pan a un pueblo cercano. Entonces recibe a los invitados en su residencia de
verano, no exactamente la residencia de un cardenal, quizá la humilde
residencia de un cardenal emérito, lejos de Roma y el mundanal ruido. O, como
dice él mismo, la de un anciano poeta chino como Li Po, retirado en la montaña,
escribiendo de día y bebiendo de noche. O la de un brujo.
“Me gusta este
lugar, estos bosques”, dice Michon en el jardín. “Una de mis pasiones son los
indios de América. Cuando estoy aquí, pienso en los sioux. Juego a los indios”,
dice. “Me digo, cuando escribo y soy megalómano, que soy un gran chamán”.
El brujo, el
cardenal, el sioux Michon publica en castellano Llega el rey cuando quiere. Conversaciones
sobre literatura (editorialWunderkammer), una antología de entrevistas en traducción de
María Teresa Gallego Urrutia. Esta es la obra más atípica de un autor nada dado
a la teoría ni a los libros voluminosos como este, una ventana de acceso a uno
de los grandes de las letras francesas contemporáneas, o de las letras tout court. Su literatura es escenografía y pintura más
que relato y trama, y ahí están sus retratos de pintores en Señores y sirvientes o su historia de un cuadro
imaginario de la revolución francesa en Los once, ambos libros publicados
por Anagrama. Popular en los temas —libros como Vidas
minúsculas o la sensual El origen del mundo (también
en Anagrama) retratan una Francia rural, a ras de suelo— y exigente en la forma
y el vocabulario, no es fácil llegar a Michon.
Ni a Les Cards.
Desde París, son tres horas y media de tren hasta Limoges, y después 40
kilómetros en coche por carreteras serpenteantes y solitarias en el
departamento de la Creuse. Esto es su Macondo, o para citar a uno de sus
autores totémicos, William Faulkner, su Yoknapatawpha, su territorio mítico: la
casa de los abuelos y, fuera, el castaño “donde se ve desembocar de repente el
camino municipal”, como se lee en estas Vidas minúsculas tan
sencillas y barrocas al mismo tiempo. Publicado en 1984, ya es un clásico: su primera obra,
la que le consagró, la que abrió el surco por el que transcurriría el resto y
la que sigue identificándolo.
“Siempre he sentido
un apego por Vidas minúsculas. Siempre he dicho
que era mejor que los otros libros”, dice Michon. “Ya no lo creo. No es el
mejor. Es aquel en el que más hablo de mí, o no de mí, sino de mi familia, mis
parientes. Siempre he sentido por mis parientes una especie de sensación de
drama, de drama profundo en esta familia que, sin embargo, no se quejaba. Había
un fondo de desgracia de generación en generación, y es de lo que hablo
en Vidas minúsculas. Intento saldar algo, o recuperar su
vida perdida, hacerles felices cuando lean el libro. Nunca, porque están
muertos. Mi madre sí lo leyó, y se emocionó. Me alegró hacerle este don”.
Ahora, por primera
vez, Pierre Michon trabaja en un libro que él califica sin disimulo de novela:
una etiqueta de la que había renegado. “Me hacía el interesante diciendo que la
novela estaba muerta”, dice. “En realidad yo leía toneladas de novelas,
aunque no las escribía”. Y revela que, de hecho, ya tiene a medias una novela
que llama “antropología ficción”, escrita antes de Vidas minúsculas, tras una etapa difícil en su vida,
entre 1969 y 1975, cuando vivía sin oficio ni beneficio, al borde de la
miseria. “Seguía a las mujeres que conocía: París, Caen, Annecy. Era duro. Muy
alcoholizado, drogado...”, recuerda. “Después conocí a una mujer de Orleans con
quien me casaría, y que me apaciguó, y gracias a la cual me pude ponerme a
escribir de verdad”.
Vidas minúsculas, de un modo
similar a En busca del tiempo perdido
de Proust, es la historia de cómo a los 37 años el escritor se convierte en
escritor. Él cita a otros dos autores, no a Proust, como influencia
determinante. Uno es Faulkner, “por la fuerza, por el hecho de que lo escriba
todo de un sólo chorro”. El otro es Jorge Luis Borges, de quien aprendió
“a ir de farol, a dar[se] una erudición que no tenía forzosamente”. Del
argentino, al que por un momento imita en el gesto y la voz, también aprendió
“el lado definitivo de todos sus cuentos: siempre tenemos la impresión de que,
cuando escribe el final de un cuento, son sus últimas palabras”.
La conversación ha
comenzado en una sala fría y humilde, calentada por la chimenea. La mañana se
alargará en el jardín, y terminará con un almuerzo dentro, junto a la chimenea.
Hablamos un poco —no demasiado— de política, y más de cine. Fue actor en sus
años de perdición, y sigue siéndolo un poco.
No se toma
demasiado en serio a sí mismo, pero se toma muy en serio su obra. Le gustan los
actores que saben contenerse, que no se sobreactúan, y deja entrever que quizá
él, a veces, como escritor, se pasa un poco de frenada. Es la voz del cardenal.
Bromea con su semejanza con Marlon Brando, y cuando seguimos la broma y
respondemos que titularemos el artículo El Marlon Brando de la literatura,
responde: "No. El Robert Mitchum" Pierre Mitchum corta el tomate minuciosamente, como sus
frases esculpidas y enigmáticas. Y, con la misma minuciosidad, describe para
los comensales el embutido de cabeza de cerdo que ha comprado en la charcutería
del pueblo vecino. “Le mejilla, la oreja, los ojos… No, ojos no hay”.
Cuando le
preguntamos si alguna vez piensa en el Nobel, sonríe: “¿Y quién no?” En otro
momento cuenta que acaba de releer La mancha humana, de
Philip Roth: “Así es como me habría gustado escribir, como Philip Roth. No es mi manera, desgraciadamente.
Tiene un sentido narrativo absoluto. Como los grandes del XIX. Es del orden de
Balzac”. De pequeño empezó leyendo las historias de animales de Kipling y con
Tintín. Omnívoro en sus gustos literarios, nunca ha dejado de volver a ellos.
Michon creció sin
padre, y fue su madre, que era maestra, quien, sin presiones ni agobios, le
llevó a la lectura. Y posiblemente fue ella quien determinó su estilo, tanto o
más que los autores que devoró. “Escribes como habla tu madre”, le decía a
Michon su editor. “Tenía un gran sentido de la lengua”, apunta él, “hablaba
bien de verdad”. “La enterré el 11 de septiembre de 2001”, añade. Ya de
vuelta a casa, le llegaron las noticias de Estados Unidos. “Hay una creencia en
el cristianismo: la comunión de los santos. Postula que cuando alguien, con un
alma magnífica, se apaga, un desastre considerable ocurre en algún lugar del
mundo. Me dije: Es esto. No soy especialmente
devoto, y es terrible decirlo, pero de alguna manera me alivió, me distrajo,
aquello era una catástrofe mucho peor que la muerte de un individuo en el
departamento de la Creuse, pero era como si el mundo entero participara del
duelo”.
—¿Lo ha escrito?
—No me atrevo. Me
apetecería.
(El País / 29-9-2018)
(El País / 29-9-2018)
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