domingo

EN PIEZAS / LA TERRORÍFICA MANIPULACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS (11) - FEDE RODRIGO


1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018

Interludio de magnates

Los días felices como hoy él siempre amanece un poco más tarde. Hoy no tenía preocupaciones laborales ni familiares: hoy era el día semanal del ajedrez.

El bronce del pomo había girado, la puerta rechinado y el perchero carísimo hacía un rato que sostenía dos sacones todavía más caros. Más allá, dos tipos jugaban a sentirse comunes arruinando la vida de un barrio.

Hace veinte años, el hombre que hoy se levantó feliz (y que en aquel momento todavía era un tipo común) pasó la tarde en una feria de ciencias: “Convivencia Armoniosa con el Ambiente”, financiada por un poderoso banco lavaculpas del norte.

Después de escuchar durante horas a jóvenes de ideas y peinados muy variados, llegó al stand de un olvidado liceo público. Un pibe de no más de 16 (con media cara escondida detrás del pelo) contaba lleno de desmedida humildad su pequeño proyecto de almacenamiento parcial de la energía de los rayos de la tormenta. “Cuando el rayo cae sobre el pararrayos en uno de los extremos de la piscina llena con agua de mar, borbotea hidrógeno (producto de la reducción de los protones del agua) y se almacena en un dispositivo como este. El rayo continúa y hace tierra del otro lado donde se desprende oxígeno que también es almacenado para su uso. Una simple electrólisis del agua con una descarga de hasta 300.000 voltios.”

El hombre se endeudó hasta el apellido para invertir en esta genialidad adolescente. Un par de años después nació la primera planta “Rayo de Vida” en las costas del estuario. Hoy ese tipo conversa con su amigo de ochenta y pico y su riqueza jamás volvió a caber en sus bolsillos. (Es responsable de 300 kilómetros de costa y del 40 % de la matriz energética del país.)

Ya era la tercera vez que se juntaban pero la partida llevaba varios días. Estaba siendo miserablemente más rápida de lo que esperaban. El enérgico inversionista ambiental había jaqueado atropelladamente al viejo, le comió un pobre peón y un alfil (ya tenía la partida en el bolsillo). El viejo de mirada arrugada, por otra parte, sólo había logrado comer un peón como consuelo a la pérdida de su osado alfil. Pero él ganaba casi siempre y este pequeño cambio de reglas no afectaba la situación.

-Estás comiendo piezas como desesperado. Te recuerdo que este es un juego de paciencia. ¿De qué te reís?

-Me río porque ya te dije: vos tenés la calma del que nace rico. Yo me la tengo que rebuscar para meterme en tu mundo.

-Vos siempre una víctima, ¿no?

-Te la jugaste demasiado por el policía ese que elegiste. Resultó ser un cagón.

-Sí. Suerte que tengo dos alfiles. El segundo está por caer. Es un loquito que ya fue reasignado.

-Ah. Mirá qué bien.

El viejito dejó la culpa y se puso a jugar.

-Es que me quiero llevar la flor. Ya que me estoy quejando, sigo: ¿y tu rey para cuándo? A mí no me molesta darte ventaja pero tu rey no ha aparecido.

-Vos porque creés que el tuyo es inmortal. Pero ya vas a ver cómo se asusta cuando vea su sangre (como le pasa a todo el mundo).

-Dale. Mové que ya se me está acalambrando la paciencia de verte así de quieto.


DEL BARRIO 1

Diego: siempre pensé que era el nombre perfecto para él. Porque tiene dos egos, uno pálido (como ajeno) pero otro puntiagudo latente, potencialmente nocivo. Igual a una pobre mamushka de sólo dos piezas.

-El problema de Pinocho no es la nariz: es la boca. Si no aprendemos a detectar bien los problemas es imposible.

El payaso Carcajada le gritaba a un interlocutor lejanamente borracho que ya no lo escuchaba. Quedó solo y callado. Las sonrisas están cada vez más difíciles y ya no hay quien las compre (deben ser lo único que cuanto más se necesita, menos se compra). Después de treinta años en esto, hoy se levantó decidido a buscar algo más. Un trabajo nuevo. Uno de los que no te llenan el alma pero al menos sí la panza.

Y tuvo que volver a maquillarse (culpa de las lágrimas). Quién puede ver morir a un niño y no llorar en su respeto. Todo sucedió de forma escalofriantemente natural y para colmo se tuvo que ir, no fue cosa que lo culparan a él. (por pobre.)

Cada vez es más difícil y cada vez hace más frío en las noches de tripa vacía. Sus ideales siguen intactos sí, pero el cuerpo joven que antes los contenía no. Mirarse aparecer las costillas como la ladera de un acantilado erosionado lo desmorona.

Peor estaba la niña del tembloroso vestido negro. Sus labios violetas le sonrieron al pasar. El payaso practicaba unas payasadas y los saludó con el gorro.

-Buscamos a Raúl: él nos puede salvar.

-No tengo ni idea de donde puede estar. Pero puedo ayudar a buscarlo.

-No, gracias. Muy amable. Es raro porque siempre anda por acá. Yo siempre le traía manzanas. Vamos, Darío, Hasta luego.

-Hasta luego, mi niña. Chau amigo.

Pero ahora debían ser más de las doce porque la gente buena ya no andaba por ahí. Bueno, tal vez uno fuera de los buenos. Era pelado y pálido (como la luna) y llevaba uniforme azul y manchado (como el cielo). Caminaba con la mirada perdida de un hurgador que entra a un museo de arte moderno: como quien no sabe las reglas, como quien recién se muda de barrio.

Estaba parado al lado de la moto y se metía un par de pastillas rosadas en la boca. El payaso no lo conocía pero yo sí: desde chico había sido inteligente. Demasiado. Tanto como para poder esconderlo y así evitar que su padre le pegara. (Es que nadie puede saber más que un padre así.)

Para evitarse moretones en las neuronas dejó de usarlas y acató: “vas a ser policía como tu padre”. La madre, mujer de sumisión enjaulada, le preparó unas comidas caseras y las puso en el bolsillo de la mochila antes de que su hijo se fuera para no volver. Primer destino: la escuela de policía. Segundo: la calle. Tercero: la muerte. Como madre de un soldado espartano, se suponía que la mujer debía estar orgullosa. Pero la única muerte que rogaba en silencio era la de su marido.

-Desde lejos y a oscuras igual se nota que no es del barrio, mi amigo.

-Buenas noches, señor.

-Buenas noches, oficial. Soy el payaso Carcajada para lo que precise.

-Mucho gusto. Oficial Diego Miranda.

-¿Y qué lo trae por esta amada bichera a la que llamamos hogar?

-Me mandaron desde la central, paree que las cosas no andan muy bien por acá en la vuelta.

-La orden de algún viejo pituco con el culo arriba de un sillón de cuero, ¿eh? ¡Qué sabrá cómo andamos por acá!

-Discúlpeme si lo ofendí, señor.

-Vos no, pibe. ¿Qué vas a tener que ver vos con la mierda que anda por los barrios ricos? Seguro tenés más cosas en común con este viejo ridículo que le mendiga sonrisas a la noche que con algún bota-lustrada-a-lengua de más allá del barrio. Igual no le digas nada pero estamos como sudor de espalda: todo pal culo. ¿Querés calentarte la tripa con un buchecito?

-Estoy en servicio, señor. Le agradezco.

-Servicio. Servicio. Qué palabra de mierda ¿no?

Algún rayo de sol ya se le entreveraba a la noche: su turno se terminaba. Encendió la poderosa moto y toda la mañana se dio contra su cara helada mientras volvía a casa. Increíblemente, había sobrevivido prácticamente ileso a la primera puñalada de realidad. Ahora sólo quería entibiarse la cara contra su almohada.

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