II (8)
Los sentimientos expresan
la felicidad, hacen sonreír. El análisis de los sentimientos expresa la
felicidad, excluido lo individual; hace sonreír. Los primeros elevan el alma,
con dependencia del espacio y de la duración, hasta la concepción de la
humanidad considerada en sí misma, ¡en sus miembros ilustres! El último eleva
al alma con independencia de la duración, del espacio, hasta la concepción de
la humanidad considerada en su expresión más alta, ¡la voluntad! Los primeros
se preocupan de los vicios, de las virtudes; el último sólo se preocupa de las
virtudes. Los sentimientos desconocen el orden de su propia marcha. El análisis
de los sentimientos enseña el modo de conocerlo, aumenta el vigor de los
sentimientos. Con los primeros todo es incertidumbre. Expresan la felicidad, el
infortunio; dos extremos, Con el último, todo es certidumbre. Expresa esa
felicidad que resulta, en un momento dado, de saber contenerse en medio de las
buenas o las malas pasiones. Emplea su serenidad para fundir la descripción de
esas pasiones en un principio que circula a través de las páginas: la no
existencia del mal. Los sentimientos lloran cuando es necesario y cuando no es
necesario. El análisis de los sentimientos no llora. Posee una sensibilidad
latente que toma por sorpresa, eleva por encima de las miserias, enseña a
prescindir de guía, proporciona un arma de combate. Los sentimientos, señal de
debilidad, no son el sentimiento. El análisis del sentimiento, señal de fuerza,
engendra los más espléndidos sentimientos que conozco. El escritor que se deja
engañar por los sentimientos no puede ser colocado en una misma línea con el
escritor que no se deja engañar ni por los sentimientos ni por el mismo. La
juventud se propone lucubraciones sentimentales. La edad madura comienza a
razonar sin ofuscarse. Antes sólo sentía, ahora piensa. Antes dejaba vagar sus
sensaciones, ahora les suministra un piloto. Si considero la humanidad como una
mujer, no explicaré que su juventud está en declinación y que su edad madura se
aproxima. Su espíritu cambia en el sentido de lo mejor. El ideal de su poesía
cambiará. Las tragedias, los poemas, las elegías, ya no prevalecerán. ¡Prevalecerá
la frialdad de la máxima! En tiempos de Quinault (50), hubieran sido capaces de
comprender lo que acabo de decir. Gracias a algunos destellos dispersos, desde
hace algunos años, en las revistas, en los infolios, yo mismo soy capaz de
comprenderlo. El género que emprendo es tan distinto del género de los
moralistas que sólo comprueban el mal sin indicar el remedio, como el de estos lo
es de los melodramas, de las oraciones fúnebres, de la oda, del versículo
religioso. No contiene el sentimiento de las luchas.
Elohim está hecho a la
imagen del hombre.
Notas
(50) Philippe Quinault
(1635-1688): dramaturgo francés. Estuvo en boga en el intervalo entre Corneille
y Racine. Escribió los textos de varias óperas de Lulli. (N. del T.)
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