II (6)
¡Cómo se acuclillan en
los escaparates las infamias de la novela! Por un hombre que se pierde como
otro por una moneda de cien céntimos, parece a veces que uno mataría un libro.
Lamartine creyó que la
caída de un ángel se convertiría en la Elevación de un Hombre. Se equivocó al
creerlo.
Para hacer que el mal
sirva a la causa del bien, comenzaré por decir que la intención del primero es
mala.
Una verdad trivial
encierra más genio que las obras de Dickens, de Gustave Aymard (43), de Víctor
Hugo, de Landelle (44). Con las últimas, un niño que sobreviviera al universo,
no podría reconstruir el alma humana. Con la primera, podría. Presumo que no
llegaría a descubrir tarde o temprano la definición del sofisma.
Las palabras que expresan
el mal están destinadas a adquirir un significado útil. Las ideas mejoran. El
sentido de las palabras contribuye a ello.
El plagio es necesario.
Está implícito en el progreso. Sigue de cerca la frase de un autor, se sirve de
sus expresiones, borra una idea falsa, la reemplaza por una idea justa.
Una máxima, para estar
bien hecha, no requiere ser corregida. Requiere ser desarrollada.
Desde que despunta la
aurora, las chiquillas van a recoger rosas. Un soplo de inocencia recorre los
valles, las capitales, socorre la inteligencia de los poetas más entusiastas,
deja caer protecciones para las cunas, coronas para la juventud, creencias en
la inmortalidad para los ancianos.
He visto a los hombres
fatigar a los moralistas descubriéndoles su corazón y hacer caer sobre ellos la
bendición de lo alto. Emitían meditaciones lo más amplias posibles, llenando de
júbilo al autor de nuestras felicidades. Respetaban la infancia, la vejez, lo
que respira y lo que no respira, rendían homenaje a la mujer, consagraban al
pudor las partes que el cuerpo se cuida de nombrar. El firmamento, cuya belleza
admito, la tierra, imagen de mi corazón, fueron invocados por mí, a fin de que
me señalaran un hombre que no se creyera bueno (45). El espectáculo de ese
monstruo, de haber sido realidad, no me habría hecho morir de asombro: se muere
por mucho más. Todo esto no necesita comentarios.
La razón y el sentimiento
se aconsejan, se complementan Quienquiera que conozca a uno solo de ellos,
renunciando al otro, se priva de la totalidad de la ayuda que nos ha sido
acordada para conducirnos. Vauvenargues ha dicho: “Se priva de una parte de la
ayuda.”
Aunque su frase y la mía
descansen sobre las personificaciones del alma en el sentimiento y la razón, la
que yo eligiera al azar no sería mejor que la otra, si yo las hubiera escrito.
Una de ella de no puede ser rechazada por mí. La otra pudo ser aceptada por
Vauvenargues.
Cuando un predecesor
utiliza para el bien una palabra que pertenece al mal, es peligroso que su
frase subsista al lado de la otra. Es mejor que la palabra conserve la
significación del mal. Para utilizar en pro del bien una palabra que pertenece
al mal, es preciso tener derecho a ello. Aquel que utiliza en pro del mal las
palabras que pertenecen al bien, no lo posee. No es creído. Nadie querría usar
la corbata de Gérard de Nerval (46).
Notas
(43) Gustave Aymard:
nació en 1818. Viajero y novelista. Escribió libros de aventuras en el ambiente
de los indígenas de América, de un tono parecido a los de Fenimore Cooper. (N. del T.)
(44)
Guillaume-Joseph-Gabriel de la Landelle: nació en 1812. Novelista de temas marinos,
en boga en la época de Lautréamont. Muy leído también por Rimbaud. (N. del T.)
(45) En el canto I,
estrofa 5 de “Los cantos de Maldoror” hace la invocación a que se refiere aquí,
pero en esta forma: “muéstrame a un hombre que sea bueno”. (N. del T.)
(46) Alusión al suicidio
de Nerval, que se ahorcó. (N. del T.)
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