domingo

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (85) - CARLOS CASTANEDA


PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)

XI (2)

Viernes, 29 octubre, 1965 (5)

El rocío de la mañana fue refrescante. Me sentí mejor. El fenómeno, fuera lo que fuese, parecía haberse retirado. Eran las 5:48 cuando don Juan abrió calladamente la puerta y salió. Estiró los brazos, bostezando, y me miró. Dio dos pasos hacia mí, prolongando su bostezo. Vi sus ojos mirar a través de los párpados entornados. Me levanté de un salto; supe entonces que quienquiera, o lo que fuera, que estuviese frente a mí, no era don Juan.

Recogí del suelo una piedra pequeña, con filos agudos. Estaba junto a mi mano derecha. No la miré; únicamente la sostuve apretándola con el pulgar contra los dedos extendidos. Adopté la forma que don Juan me había enseñado. En cuestión de segundos, sentí que me llenaba de un extraño vigor. Entonces grité y arrojé la piedra. Me pareció un clamor magnífico. En ese momento, no me importaba vivir ni morir. Sentí que el grito era estremecedor en su potencia. Era penetrante y prolongado, y en verdad dirigió mi puntería. La figura frente a mí osciló y chilló y trastabilló hacia el costado de la casa, para internarse de nuevo en el matorral.

Tardé horas en calmarme. Ya no pude tomar asiento; trotaba de continuo en el mismo sitio. Tenía que respirar por la boca para recibir aire suficiente.

A las 11 a.m. don Juan volvió a salir. Yo iba a dar un salto, pero los movimientos eran suyos. Fue derecho a su sitio y se sentó como solía. Me miró y sonrió. ¡Era don Juan! Fui a él y, en vez de enojarme, besé su mano. Creía realmente que él no había actuado para crear un efecto dramático, sino que alguien lo había suplantado para hacerme daño o matarme.

La conversación se inició con especulaciones sobre la identidad de una persona femenina que supuestamente había tomado mi alma. Luego don Juan me pidió contarle cada detalle de mi experiencia.

Narré toda la secuencia de eventos en una forma muy deliberada. Él rio todo el tiempo, como si fuera un chiste. Cuando terminé, dijo:

-Te fue bien. Ganaste la batalla por tu alma. Pero el asunto es más serio de lo que yo creía. Anoche tu vida no valía ni un carajo. Tu buena suerte fue que sabías lo suficiente y te defendiste. De no haber tenido un poco de preparación, ahorita estarías muerto, porque lo que viste anoche traía ganas de acabar contigo.

-¿Cómo es posible, don Juan, que alguien tomara la forma de usted?

-Muy sencillo. Lo que te visitó anoche es una diablera y tiene un buen ayudante del otro lado. Pero no fue muy buena para tomar mi apariencia, y tú diste con el truco.

-¿Un ayudante del otro lado es lo mismo que un aliado?

-No, un ayudante es la ayuda de un diablero. Un ayudante es un espíritu que vive del otro lado del mundo y ayuda al diablero a causar enfermedad y dolor. Lo ayuda a matar.

-¿Puede un diablero tener también un aliado, don Juan?

-Por supuesto, si son los diableros los que tienen aliados, pero antes de que un diablero pueda domar a un aliado, el diablero acostumbra tener un ayudante que lo auxilie en sus tareas.

-¿Y la mujer que tomó su forma, don Juan? ¿Tiene sólo ayudante y no aliado?

-No sé si tenga aliado o no. A algunas personas no les gusta el poder de un aliado y prefieren un ayudante. Domar un aliado es trabajo duro. Sale más fácil conseguir un ayudante del otro lado.

-¿Piensa usted que yo podría conseguir un ayudante?

-Para saberlo, tienes que aprender mucho más. Estamos otra vez al principio, casi como el primer día que viniste a pedirme hablar de Mescalito, y yo no podía porque no me habrías entendido ni una palabra. Ese otro lado es el mundo de los diableros. Creo que lo mejor será decirte lo que yo creo y siento, como lo hizo mi benefactor. Él era diablero y guerrero; su vida se inclinaba hacia la fuerza y la violencia del mundo.  Pero yo no soy ninguna de las dos cosas. Esa, es mi naturaleza. Tú has visto mi mundo desde el principio. En cuanto a enseñarle el camino de mi benefactor, nada más puedo dejarte en la puerta, y tú tendrás que decidir solo; tendrás que aprenderlo por tu propia cuenta. Debo reconocer ahora que cometí un error contigo. Habría sido mucho mejor, ahora lo veo, empezar como yo mismo empecé. Así es más fácil darse cuenta de cuán sencilla y a la vez cuán profunda es la diferencia. Un diablero es un diablero y un guerrero es un guerrero. O se puede ser las dos cosas. Hay bastante gente que es las dos cosas. Pero un hombre que sólo recorre los caminos de la vida lo es todo. Hoy no soy ni guerrero ni diablero. Para mí ya no hay nada de eso. Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo. Y esos recorro mirando, mirando, sin aliento.

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