domingo

JULIO CÉSAR CASTRO (JUCECA) - LA VUELTA DE DON VERÍDICO (50)


EL PIANISTA

A Milton Fornaro


Hpmbre que supo ser asunto como forastero, el que llegó una tardecita al boliche El Resorte. Era una tarde calurosa como abrazo e gorda. Las chicharras estaban afónicas de cantar, y las hormigas de aconsejarlas.

Una calor, que las pulgas saltaban sólo en caso de mucha necesidá…

En los rincones, las arañas tejían telas de verano.

Tomando unos vinos, taban la Duvija, el tape Olmedo, el pardo Santiago, Poético Frenesí, Etcétera Etcétera, Tacuarembó Sorano, Rosadito Verdoso, y Simplemente Complejo.

El tape Olmedo barajaba un mazo de cartas, sin apuro, como quien espera al contrario que fue y ya viene. La Duvija se miraba las palmas de las manos, calculando el largor de las rayas del corazón y la vida. El pardo Santiago dibujaba caprichos arriba del mostrador con una gota de vino. Rosadito Verdoso esperaba que los higos se refrescaran con la sombra. El barcino, cansado de hacer mostrador, estaba echado afuera, junto a la puerta.

Los demás estaban en nada.

Fue cuando llegó el forastero con el piano. Piano con dos ruedas de bicicleta, tirado por un caballo flaco como el dueño de las riendas.

Algunos miraron pa la puerta, apenas curiosos por la calor. Las ruedas hacía tiempo que no veían grasa, y se anunciaban.

La tarde se iba cayendo sin apuro atrás de una lomita, cuando el forastero se bajó del piano y le acarició el anca al matungo como si lo peinara. El animalito torció el cogote y miró pa atrás, como agradeciendo aquello.

La Duvija se asomó a la puerta pa ver, y allí se quedó, mirando.

El forastero sacó tabaco, abrió la tapa del piano, armó el cigarro, se puso un pastito tierno entre los dientes. Algunos pájaros cruzaban buscando nido, y el sol se hizo churrinche.

El hombre dentro al boliche, saludó, pidió permiso, y salió con un cajón de cerveza doble uruguaya. Se tomó una botella por el pico y otra se la dio al caballo, como una mamadera. Al caballo le quedó una espuma en la boca como si hubiera galopiado mucho, como si se hubiera lavado los dientes con la pasta que usan nueve de cada diez caballos.

El tape se sirvió un vino. Una arañita le bajaba por la tela de verano derechito al vaso, y él la sopló pa desviarla.

El hombre se sentó frente al teclado amarillento, apolillado, repodrido. El caballo aflojó una pata y quedó de cabeza gacha, como esperando que el pasto le creciera hasta el hocico.

La gota de vino arriba del mostrador se hizo cara de mujer, el pardo la tapó con el vaso y la fregó en redondo.

El hombre tocó el piano todo lo que quiso. La Duvija con el barcino en los brazos lo estuvo mirando todo el tiempo.

Cuando el sol ya no daba más, el hombre cerró el piano despacito. Estuvo un momento abrazado al caballo, y después le palmeó las tablas del pescuezo. La Duvija con el barcino en los brazos lo estuvo mirando todo el tiempo.

Ya estaba oscuro y se seguía escuchando el chirrido de las ruedas como grillos, a lo lejos. En el silencio del boliche, alguien comentó:

-Qué joder con el pianista.

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