A
Milton Fornaro
Hpmbre que supo ser asunto
como forastero, el que llegó una tardecita al boliche El Resorte. Era una tarde
calurosa como abrazo e gorda. Las chicharras estaban afónicas de cantar, y las
hormigas de aconsejarlas.
Una calor, que las pulgas
saltaban sólo en caso de mucha necesidá…
En los rincones, las
arañas tejían telas de verano.
Tomando unos vinos, taban
la Duvija, el tape Olmedo, el pardo Santiago, Poético Frenesí, Etcétera
Etcétera, Tacuarembó Sorano, Rosadito Verdoso, y Simplemente Complejo.
El tape Olmedo barajaba
un mazo de cartas, sin apuro, como quien espera al contrario que fue y ya
viene. La Duvija se miraba las palmas de las manos, calculando el largor de las
rayas del corazón y la vida. El pardo Santiago dibujaba caprichos arriba del
mostrador con una gota de vino. Rosadito Verdoso esperaba que los higos se
refrescaran con la sombra. El barcino, cansado de hacer mostrador, estaba
echado afuera, junto a la puerta.
Los demás estaban en
nada.
Fue cuando llegó el
forastero con el piano. Piano con dos ruedas de bicicleta, tirado por un
caballo flaco como el dueño de las riendas.
Algunos miraron pa la
puerta, apenas curiosos por la calor. Las ruedas hacía tiempo que no veían
grasa, y se anunciaban.
La tarde se iba cayendo
sin apuro atrás de una lomita, cuando el forastero se bajó del piano y le
acarició el anca al matungo como si lo peinara. El animalito torció el cogote y
miró pa atrás, como agradeciendo aquello.
La Duvija se asomó a la
puerta pa ver, y allí se quedó, mirando.
El forastero sacó tabaco,
abrió la tapa del piano, armó el cigarro, se puso un pastito tierno entre los
dientes. Algunos pájaros cruzaban buscando nido, y el sol se hizo churrinche.
El hombre dentro al
boliche, saludó, pidió permiso, y salió con un cajón de cerveza doble uruguaya.
Se tomó una botella por el pico y otra se la dio al caballo, como una mamadera.
Al caballo le quedó una espuma en la boca como si hubiera galopiado mucho, como
si se hubiera lavado los dientes con la pasta que usan nueve de cada diez
caballos.
El tape se sirvió un
vino. Una arañita le bajaba por la tela de verano derechito al vaso, y él la
sopló pa desviarla.
El hombre se sentó frente
al teclado amarillento, apolillado, repodrido. El caballo aflojó una pata y quedó
de cabeza gacha, como esperando que el pasto le creciera hasta el hocico.
La gota de vino arriba
del mostrador se hizo cara de mujer, el pardo la tapó con el vaso y la fregó en
redondo.
El hombre tocó el piano
todo lo que quiso. La Duvija con el barcino en los brazos lo estuvo mirando
todo el tiempo.
Cuando el sol ya no daba
más, el hombre cerró el piano despacito. Estuvo un momento abrazado al caballo,
y después le palmeó las tablas del pescuezo. La Duvija con el barcino en los
brazos lo estuvo mirando todo el tiempo.
Ya estaba oscuro y se
seguía escuchando el chirrido de las ruedas como grillos, a lo lejos. En el
silencio del boliche, alguien comentó:
-Qué joder con el
pianista.

























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