MAGIA Y RELIGIÓN
PRIMERA ENTREGA
PREFACIO
La primera aspiración de
este libro era explicar la ley que regulaba la sucesión en el sacerdocio de
Diana en Aricia. Cuando me propuse resolver el problema, hace más de treinta
años, supuse que podría presentarse con brevedad la solución, mas pronto
encontré que para interpretarla como probable y hasta inteligible era necesario
discutir otras varias cuestiones generales, de las cuales algunas apenas si
habían sido explanadas antes. En ediciones sucesivas, la discusión de estos
temas y los relacionados con ellos han ocupado cada vez más espacio; la
investigación ha derivado por distintas direcciones, al punto que los dos
volúmenes de la obra original se han aumentado a doce. Al mismo tiempo se me ha
expresado el deseo de que el libro fuese publicado en forma más resumida. Este
compendio es un intento hecho para satisfacer ese deseo y facilitar de este
modo la obra a un círculo más extenso de lectores. Aunque el volumen del libro
ha sido muy reducido, he procurado retener las ideas directrices junto a un
número suficiente de ejemplos para ilustrarlas con claridad. El lenguaje del
original se ha conservado en su mayor parte, aunque acá y acullá he condensado
algún tanto la exposición. Con objeto de conservar del texto lo más posible,
sacrifiqué todas las notas y, con ellas, las referencias exactas de las
autoridades. Los lectores que deseen indagar la fuente de cualquier afirmación
deben consultar la obra grande, que está plenamente documentada y provista de
una bibliografía completa.
En el resumen no he
añadido material nuevo ni he alterado los conceptos que expresé en la última
edición, pues la evidencia que mientras tanto haya llegado a mi conocimiento ha
servido, casi siempre, para confirmar mis conclusiones anteriores o para
proveer de nuevos ejemplos las leyes ya dadas. Así, en la cuestión crucial de
condenar a muerte a los reyes, ya al término de un plazo fijado o cuando su
salud o energías empiezan a decaer, el núcleo de ejemplos que señalan la
persistencia tan extendida de la usanza se ha aumentado considerablemente en el
intervalo. Encontramos u caso sorprendente de monarquía limitada de esta clase
en el poderoso reino medieval de los tazares, en la Rusia meridional, donde los
reyes eran condenados a muerte a la terminación de un plazo determinado o
cuando alguna calamidad pública, como sequía, carestía o derrota en la guerra,
indicaba una quiebra de sus poderes naturales. La evidencia del regicidio
sistemático entre los kazares, deducida de los relatos de antiguos viajeros
árabes, ha sido expuesta por mí en otro lugar. (1) También África nos ha dado
diversos ejemplos nuevos de una práctica similar al regicidio, y de entre ellos
el más notable, quizá, es la costumbre observada en Bunyoro en tiempos pasados,
de escoger un rey de burlas de clan especial, cada año, en el que suponían
encarnaba el rey difunto y que cohabitaba con sus viudas en su templotumba:
después de reinar una semana, era estrangulado. (2) La costumbre presenta un
paralelo estrecho con el antiguo festival babilónico de Sacaea, en el que
vestían con el ropaje ideal a un rey de burlas, le dejaban gozar de las
concubinas ddel verdadero rey y, después de reinar cinco días, le desnudaban,
azotaban y mataban. Este festival, a su vez, ha recibido no hace mucho
confirmación de algunas inscripciones asirias (3) que creemos ratifican las
interpretación del festival que he dado anteriormente como una celebración del Año
Nuevo y origen del festival judaico del Purim. (4) Otros paralelos
recientemente descubiertos de los reyes sacerdotales de Árida son los
sacerdotes y reyes africanos a quienes se acostumbraba matar al final de dos o
de siete años, estando el rey o el sacerdote durante ese término expuesto a ser
atacado y muerto por un hombre fuerte, que por ello le sucedía en el sacerdocio
o en el reino. (5)
Con estos y otros
ejemplos de costumbre semejantes ante nosotros, me es posible ya considerar
como excepcional la regla de sucesión al sacerdocio de Diana en Árida;
ejemplifica netamente una institución muy extendida, de las que los casos más
abundantes y más parecidos se han encontrado hasta ahora en África. No podemos
prejuzgar el alcance de la temprana influencia africana sobre Italia ni la
existencia de una población africana en la Europa meridional, que los hechos
apuntan. Las relaciones prehistóricas entre los dos continentes son todavía
oscuras y están siendo investigadas.
Si es exacta o no la
interpretación que ofrezco, debe dejarse que lo determine el porvenir. Siempre
estaré presto a abandonarla si puede indicarse una mejor. Mientras tanto, al
entregar este compendio al juicio del público, deseo prevenirle contra una
errónea interpretación de su alcance, que parece ser frecuente todavía, aunque
he procurado corregirla antes de ahora. Si en la obra presente me he espaciado
algún tanto más en el culto de los árboles, no es por exagerar su importancia
en la historia de la religión, y menos todavía porque yo desee deducir de ello
un sistema completo de mitologías: es simplemente porque no puedo pasar por
alto el asunto al intentar explicar la significación de un sacerdote que lleva
el título de rey del bosque y uno de cuyos requisitos para el puesto era
arrancar una rama, la rama dorada de un árbol del bosque sagrado. Pero estoy
bien lejos de justipreciar la reverencia a los árboles como de importancia
suprema para la evolución de la religión, que considero ha estado en todo
subordinada a otros factores y en particular al miedo a los muertos, que en
general creo ha sido la fuerza más poderosa en la formación de la religión
primitiva. Espero que después de esta recusación explícita no seré ya acusado
de abrazar un sistema de mitología que juzgo no sólo falso, sino hasta ridículo
y absurdo. Mas estoy demasiado familiarizado con la hidra del error para
esperar que cortando una de las cabezas del monstruo pueda prevenir el retoño
de otra, y aun de la misma. Solamente puedo confiar en la sinceridad e
inteligencia de mis lectores para rectificar esta importante deformación de mis
puntos de vista, comparándola con mi propia y expresa declaración.
J. G. FRAZER
Notas
(1) J. G. Frazer, “The Killing of the Khazar King”,
Folklore XXVIII (1917), pp. 382-407.
(2) Rev. J. Roscoe, The Soul of Central Africa
(Londres, 1922), p. 200. Cf. J. G. Frazer, “The Mackie Ethnoloigcal Expedition
to Central Africa”, Man, xx (1920), p. 181.
(3) H. Zimmern, Zum babylonischen (Leipzig, 1918), Cf.
A. H.
(4) The Golden Bough, parte VI. The Scapegoat, pp. 354
ss., 412 ss.
(5) P. Amaury Talbot, en Journal of the African Society, julio 1916, pp. 309 s,; id., en
Folk-lore, XXVI (1916), pp. 79 s.; H. R. Palmer, en Journal of the African Society, julio 1912, pp. 403, 407 ss.

























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