por Begoña Casas
Aguirregomezcorta
PRIMERA ENTREGA
Para todo ser humano, el amor y la belleza son aspectos muy importantes
de la vida. El hombre es, en cierta medida, como Eros, buscando de una u otra
forma (consciente o inconscientemente) algo que sea bello y duradero, con
anhelo de belleza y de amor.
Pero ¿qué se entiende en la época actual por amor y belleza? Hoy no se
considera el amor como una asignatura pendiente, como algo para aprender, sino
como un sentimiento espontáneo, un deseo, una atracción, que muchas veces dura
muy poco. Y en ocasiones hay más búsqueda acerca del cómo ser amados que de
cómo aprender a amar. Es, precisamente, esa necesidad de ser amados y aceptados
por los demás lo que mueve al hombre a desear y a buscar la belleza en las
formas.
En nuestros tiempos hay un gran culto al cuerpo, a conservarlo joven y atlético a través de técnicas quirúrgicas o productos. Todo es válido con tal de retener la juventud el máximo posible de tiempo. Y se valora más la belleza de un cuerpo que la belleza en las ideas, la belleza en un acto noble, en el valor de una persona. Se busca una belleza hueca, vacía, que sigue unos estereotipos según la moda, más como herramienta de seducción, como forma de poder (para manipular, para vender algo, para conseguir nuestros fines) o quizá a veces como forma de encubrir carencias y debilidades.
¿Realmente existe en este tiempo un culto a la belleza de las formas? Las representaciones artísticas, el trato entre hombres, la ausencia de cortesía y amabilidad, la música… en ocasiones parecen hacer culto a lo vulgar y a lo meramente sensual, pero vacío.
A veces pensamos que para un filósofo de la Antigüedad era muy fácil dedicarse a la filosofía porque no estaban en medio de una vida tan agitada como hoy en día. A Plotino (203-204d.C., 269-270 d.C.) le tocó vivir una época muy turbulenta, en el momento de la gran crisis del siglo III, que se inició en el siglo anterior con el reinado de Cómodo. Entonces se producían continuas guerras contra germanos y persas, que presionaban cada vez más sobre las fronteras, muertes violentas en cadena de emperadores, problemas económicos, pestes, disminución de la población, aumento de los impuestos. Una época de crisis, no muy diferente a las que se pueden haber sucedido a lo largo de la historia. Plotino, a pesar de su época, estaba envuelto por una atmósfera de serenidad y misticismo en toda su obra.
Lo que se sabe acerca de la vida de Plotino se lo debemos principalmente a su discípulo Porfirio. Este cuenta que Plotino nació en Licópolis, en Egipto, y que a los veintiocho años viajó a la ciudad de Alejandría, el foco cultural del momento, la capital de las ciencias, las artes y la filosofía. Al parecer, Plotino se puso a estudiar con los maestros más prestigiosos de Alejandría pero ninguno le satisfacía, hasta que un amigo suyo lo llevó a la clase de Amonio Saccas, y cuando Plotino le oyó hablar, dijo: “¡Este es el que yo buscaba!”, y se quedó con él once años completos. Amonio Saccas era un extraño personaje que se ganaba su sustento cargando bultos en el puerto de Alejandría y después enseñaba a un pequeño círculo de discípulos. Su escuela era de naturaleza ecléctica, buscaba la verdad conciliando las diversas disciplinas y corrientes de pensamiento y creencias.
Finalizado su aprendizaje, Plotino se unió a una expedición del
emperador Gordiano III a Persia, con el fin de adquirir conocimientos de la
filosofía persa y de la India. Pero Gordiano fue asesinado en Mesopotamia.
Plotino logró escapar y se dirigió a Roma, donde fundó su propia escuela de
filosofía. Las personalidades más destacadas de Roma, incluyendo al emperador
Galieno y su esposa, así como hombres y mujeres humildes, asistían a las clases
de Plotino y acudían a él para pedirle consejo. Incluso muchas familias le
confiaron la educación de sus hijos y el cuidado de sus fortunas.
Entre sus discípulos destacaron Amelio y Porfirio. Al momento de conocer a Porfirio, Plotino tenía escritos veintiún tratados, y a instancias de Amelio y Porfirio llegó a escribir cincuenta y cuatro, que se agruparon en seis libros de nueve tratados cada uno: las Enéadas.
Porfirio describe a su maestro como un hombre dotado de una poderosa
inteligencia y gran capacidad de concentración: cuando iba a escribir un
tratado, primero lo elaboraba todo mentalmente (de principio a fin) y luego lo
escribía en el papel como si estuviera copiando directamente de un libro, sin
repasar lo escrito. Usaba un lenguaje sencillo, coloquial en sus clases, y era
una persona con una gran bondad.
Después de un intento fallido de levantar una ciudad regida por sabios, y de
una enfermedad que le obligó a retirase a una casa de campo, murió sobre el año
269 ó 270.
No hay comentarios:
Publicar un comentario