domingo

HONORÉ DE BALZAC - PAPÁ GORIOT (52)


LA ENTRADA EN EL MUNDO (2 / 17)

Yendo a pie en medio de una hermosa noche de luna, Eugenio cayó en serias reflexiones. Estaba contento y descontento a la vez: contento por una aventura cuyo desenlace probable lo haría dueño de una de las mujeres más hermosas y elegantes de París, objeto de sus deseos: descontento porque veía derribados sus proyectos de fortuna; y fue entonces cuando vio la realidad de los pensamientos indefinibles que lo habían asaltado la víspera. El desengaño nos demuestra siempre el poder de nuestras pretensiones. Cuanto más gozaba Eugenio la vida parisiense, menos se decidía a permanecer oscuro y pobre. Marchaba arrugando los billetes de banco en el bolsillo y haciéndose mil razonamientos capciosos para apropiárselos. Por fin llegó a la calle Nueva de Santa Genoveva, entró en su casa, subió, y cuando estaba en lo alto de la escalera vio luz en ella. Papá Goriot había dejado la puerta abierta y la luz encendida para que el estudiante no se olvidase de contarle de su hija, según su expresión. Eugenio no le ocultó nada.

-¿Pero ellas me creen arruinado? -exclamó papá Goriot en medio de una violenta desesperación de celos-. ¡Si aun me quedan mil trescientos francos de renta! ¡Dios mío! ¡Pobrecita! ¿Por qué no ha venido aquí? Yo hubiera vendido mis rentas, tomado a préstamo sobre el capital y, con el resto, habría tenido lo bastante para mí. ¿Por qué no corrió a confiarme su apuro, vecino? ¿Cómo ha tenido usted el valor de ir a arriesgar al juego sus cien únicos francos? Esto desgarra mi alma. He aquí lo que son los yernos. ¡Oh, si los tuviera en mis manos les retorcería el cuello! ¡Dios mío, llorar, ella ha llorado!

-Con la cabeza apoyada en mi chaleco -dijo Eugenio.

-¡Oh, démelo usted! -dijo papá Goriot-. ¡Cómo! ¿Ha habido ahí lágrimas de mi Delfina, de mi querida Delfina, que no lloraba nunca cuando era pequeña? ¡Oh, yo le compraré a usted otro, no se lo lleve, déjemelo! Según el contrato, ella debe gozar de sus bienes. ¡Ah, mañana mismo iré a ver al procurador Derville para exigirle que pida cuenta de su fortuna! Conozco las leyes, soy un viejo lobo y les mostraré los dientes.

-Mire usted, papá; aquí tiene mil francos que ella ha querido darme de sus ganancias. Guárdelos con el chaleco.

Goriot miró a Eugenio, tendió las manos para estrechar una de las del joven, sobre la cual dejó caer una lágrima.

-Usted tiene que triunfar en la vida -le dijo el viejo-. Dios es justo, ¿sabe? Yo entiendo de honradez y puedo asegurarle que hay pocos hombres que se le parezcan. ¿También quiere usted ser mi querido hijo? Bueno, váyase a dormir. Usted puede hacerlo, usted que no es todavía padre. ¡Ah! ¿Conque ha llorado, en tanto que yo estaba aquí tranquilamente, comiendo como un imbécil, mientras ella sufría! ¿Yo, que vendería al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo para evitarles una lágrima a una y a otra?

“A decir verdad” se dijo Eugenio mientras se acostaba, “creo que seré un hombre honrado toda la vida. Hay no sé qué placer en seguir siempre las inspiraciones de la conciencia”.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+