1º
edición WEB / 2018
Madre e hija ponen distancia. El gesto y la actitud
que tienen para vivir
el día les facilita un instructivo breve, constante,
que habla del ánimo
y el carácter de ambas. Con eso tienen los
pensamientos básicos
para entenderse una con la otra, pero no se conocen.
Se unen misteriosamente. Se habitúan.
La hija siente una pena confiable porque gracias a la
pena
hizo conciencia; su madre acusa un cansancio
crepuscular y ardiente.
Por eso la besa, da muestras de tener un corazón
fluente
expuesto a la debilidad ajena.
Una alegre y otra melancólica
se mueven indistintas provocando en el alma
pequeñas condensaciones en copos. La madre nota que la
niña despunta
y siente ese dolor que no mutila porque su hija no es
un gajo ni una planta
semejante a ella: aquella otra alma pone sus velos,
actúa fuera de su vista,
prescinde, conforma su propio mundo.
No tendría sentido si se tornaran dos extrañas, que no
es lo mismo que estar
o ser desconocidas. Si no pudieran conocerse se debe a
que lo íntimo,
lo hermético de cada Yo no es visible o palpable.
Así que el hecho es simple y delicado.
Madre e hija han puesto distancia.
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