domingo

LA PATRIA QUE TE PARIÓ (EXPLICACIÓN DEL AMOR DE JULIO HERRERA Y REISSIG) - 8



HUGO GIOVANETTI VIOLA

primera edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018

obra de portada: Haugussto Brazlleim

EPISODIO 8: TOPETAZO

Esfinge


Jonás Erik Jönson terminó de leer el opúsculo herreriano incluido en el último número de El Fogón que le mostró Camacho antes de entrar a la misa dominical y volvió a encender la pipa con el entusiasmo sobredorado por la espesura del mediodía donde se respiraba la primera explosión de las glicinas.

-Pues parece que el autor del Epílogo ha dado tanto topetazo blasfematorio contra la bovedilla tontovideana que finalmente sus bucles se asomaron al reino de la Estrella del Mar -se apropió del estilo torrepanorámico el sueco.

-Un astro que según tengo entendido es la mismísima Virgen que se les apareció en el siglo XIII a los eremitas cuando fueron expulsados del Monte Carmelo -señaló la catedral el Inspector mientras se acariciaba el escapulario.

-Eso dice la leyenda. Y los que se quedaron fueron masacrados por los musulmanes, pero los que pudieron escapar contemplaron el rizo de su sonrisa mientras cantaban el Salve Regina. Y Ella ha seguido guiando a los navegantes de todos los tiempos capaces de descoyuntarse desafiando a la Ananké para terminar mordiendo las moradas de la resurrección. Quien lo vivió, lo sabe.

-¿Y por qué dice mordiendo?

-Porque lo que los elegidos aprenden en la cruz es a perdonar al mundo con el cielo entre los dientes.

En ese momento desembocó en la plaza la volanta que usaba doña Julia Bruel de Tomillo para trasladarse desde la Torre que había mandado construir en Pueblo Ituzaingó después de enviudar, y la gente se arracimó en la vereda insolada de la catedral con una mezcla de curiosidad y miedo que le enrojeció la furia a Jonás Erik Jönson:

-Así que hoy tenemos circo, Inspector. Con perfume de glicinas.

La hija de Sabino Regusci que la matrona ladymacbethiana fue a buscar a Buenos Aires iba emergiendo intermitentemente de una especie de autismo histérico que la transformó en una esfinge apenas desembarcaron en Punta del Este, y ahora hablaba nada más que agarrada a una guitarra y era obligada por la abuela a arrodillarse llorando frente al confesionario en las misas dominicales profanadas por aquel escándalo más obsceno que triste.


-La novedad alentadora es que mientras usted estuvo en la isla Natacha empezó a tomar clases escolares bajo la dirección de la hermana María Luisa -se atoró espantando la humareda de la pipa Camacho.

-¿Clases escolares?

-Sí. Porque a la monja se le ocurrió hacerle recitar las lecciones mientras machaca la bendita guitarra que apareció en el sótano de Suelo Santo. Y ya progresó muchísimo.

Entonces el sueco contempló el cuarzo abismal que le ofrecía la niña de nueve años a los fernandinos desde la ventanilla de la volanta y murmuró comprimiendo los labios igual que si rezara:

-Como una virgen en un bosque espeso.

Campo

Eduardo Fabini invitó a Florián Regusci a pasar un fin de semana en Solís de Mataojo, y después de la sobremesa nocturna del sábado salieron a guitarrear entre la floración inmaculada de los naranjos.

-Yo le escuché tocar a Julio ese estudio de Sor en la Torre de los Panoramas y me emocionó mucho -prendió una targanina el futuro compositor de Campo contemplando la imponencia del estrellerío. -Pero recién ahora entiendo que el efecto profundo me lo produjo la poesía subterránea que insuflaba esa música como un fondo de iceberg.

Entonces el trovero que acababa de hacerle escuchar por segunda vez el Requiem al violinista ya consagrado internacionalmente se puso a tocar su Milonga en Do en la guitarra nacarada y al final explicó con ansiedad:

-Esta es una de las canciones de mi autoría que voy a proponerle monodizar a Herrera y Reissig en la próxima tenida.

-Tiene un galope lindo -cabeceó Fabini. -Y una fulguración guerrera y de piringundín al mismo tiempo.

-Al poeta de la patria lo entusiasmó. Y la misma noche que la escuchó en Punta Carretas me leyó el final del opúsculo patriótico que Aratta acaba de publicarle al imperator en El Fogón. Lo escribió después de la muerte de Alcides de María.

-Yo quedé maravillado con esa prosa sinfónica -tiró la luciérnaga de la targanina el hombre-muchacho que usaba una colonia muy delicada. -Y nunca hubiera pensado que Julio iba a ser capaz de derrochar tanto amor por nuestro campo. ¿Ahora qué bufarán los que lo acusan de decadente conservado en fármaco?

-Los eunucos siempre bufan -le alcanzó el instrumento que reverberaba como si hubiera luna Florián al violinista que todavía estaba muy lejos de considerarse un compositor hondo. -Y ahora creo que le toca a usted desgranar algún Triste en mi humilde estrellera.

-Será un honor. Aunque esta variación que compuse hipnotizado por el aflautamiento de las oropéndolas asturianas no recoge el latido que le ausculto a nuestras serranías. Y eso me pone triste de verdad. Y además le confieso que desde que volví de España me obsesiona la idea de enclaustrarme en el boscaje de la fuente del puma igual que un eremita, hasta dar con el tono secreto de la tierruca.
                                                                                         
-Y con la garra del puma.                

-Sí. Porque alguien tiene que apoderarse de la clave de ese misterio, paisano. Julio siempre me habla de su obsesionante ideal pitagórico pero la responsabilidad que yo siento no es la de capturar la armonía de las esferas sino la de este humus. Y por momentos se me hace que mi carrera como instrumentista ya ha cumplido su ciclo.

-¿Tan así? -se atusó los mostachos el hombre recortado sobre el soplo del cielazo que hacía culebrear al farol de la mesita.

-Se lo contesto con un exabrupto: ¿usted piensa que nacimos para ser felices, Regusci?

-Sí. Pero mi hermano Sabino siempre decía que eso se lo tiene que demostrar cada uno a sí mismo, todos los días. Y que es el mayor desafío que nos hace arrostrar la vida.

Jorobados                                                    

Cada vez que doña Julia Bruel de Tomillo traía a su nieta Natacha a la catedral terminaba por contar el desembarco en Buenos Aires donde Sabino Regusci la había recibido hecho un esperpento cadavérico, pero aquel domingo agitaba viborescamente el ejemplar de Caras y Caretas en el que Julio Herrera y Reissig posó simulando inyectarse morfina.

-Por fin lo identifiqué: aquí tienen al otro jorobado que estaba en el puerto con el criminal que engualichó a mi hija -aullaba la matrona maquillada como una cocotte.

-Pero me cago en Dios -murmuró el Inspector Camacho. -Era lo único que faltaba.

-Lo único que faltaba era que usted blasfemara como un carrero en al atrio del templo de la Virgen del Santander -mordió la pipa Jonás Erik Jönson.

-Este es el vicioso anarquista que acompañaba a tu padre en las farras -terminó por refregarle la revista en la cara a la niña con resplandor de pájara doña Julia. -Escuchen lo que dice: Vivo en plena lujosa miseria, comiéndome mis títulos aristocráticos. El progreso no existe para los artistas en esta ciudad colonial, jesuítica, mongólica por excelencia. Así, ¡para qué escribir! El país, literalmente, es sordomudo. ¡Oh, paradoja de la literatura, en un cementerio de almas!

Y después que dos alcahuetas de la aristocracia fernandina se acercaron a sostenerla ofreciéndole un frasquito de colonia la mujer papagayescamente pintarrajeada a pesar del luto roncó:

-Ese jorobado que se hace adorar en un altillo de cagatintas es un Luzbel purulento como tu padre, nena. Y más hubiera valido que te le pudrieras en la tripa a Carolina antes de contagiarte del gualicho que terminó por matarla a ella y a tus hermanos, rechiflada de mierda.



-Me alegra oírlo blasfemar a usted también como cuando lo llamábamos el Cristo Amarillo -ironizó Camacho, descerrajando un gargajo hacia la calle.

Y en ese momento se abrió paso entre el gentío una monja de fiereza aguileña que le alcanzó una guitarra a la criatura y le ordenó sonriendo:

-Canta el himno, palomica.

-Esa es la hermana María Luisa -murmuró el Inspector, mientras Natacha Regusci Tomillo empezaba a fosforecer y su abuela fingía un desmayo desparramándose entre los chillidos de las alcahuetas.

-Teobaldo Juan mamá cuando yo sea de luz vámonos a pasar otra vez cantando todojuntos -gorjeó la niña, que apenas atinaba a machacar una arritmia rabiosa con una sola mano.

-El aire es de terciopelo -recitó Jonás Erik Jönson redondeando los labios como un pez después que un gran silencio hizo resplandecer el atrio de la catedral. -Por el camino violeta / cual a través de una grieta / se ve cómo piensa el cielo.                                                                                

Insomnio

-¿No me hace el bien de preparar otro mate? -le alcanzó el porongo y la pava Eduardo Fabini a Florián Regusci. -Hoy no alcancé a dormir ni siquiera una hora y aproveché para estudiar las variaciones del apareamiento entre las ranas.

El violinista llevaba puesto un redingote sobre el piyama, y de repente sacó una hoja borroneada y un recorte ya amarillento del bolsillo y murmuró:

-Hoy la salida del sol entre barras me llagó como a un místico. ¿Ha leído a San Juan de la Cruz?

-Me parece que alguna vez se lo escuché nombrar a Justo, pero yo no soy leído.

-Yo tampoco -chistó el violinista. -Nosotros vivimos chapaleando entre los pentagramas y no nos queda tiempo ni para soñar. Y eso que allá en Bélgica tanto Deloc como Thomson siempre me acusaron de perezoso. Pero escuche lo que transcribe Julio en la última carta que me mandó desde Buenos Aires: -“El silbo de los aires amorosos”. Dos cosas dice el alma en el presente verso, es a saber “aires” y “silbo”. Por los “aires amorosos” se entienden aquí las virtudes y gracias del Amado, las cuales mediante la dicha unión del Esposo embisten en el alma amorosísimamente y comunican y tocan en la substancia de ella. Y al silbo de estos aires llama una subidísima y sabrosísima inteligencia de Dios y de sus virtudes, la cual redunda en el entendimiento del toque que hacen estas virtudes en la “substancia” del alma. Y este es el más subido deleite que hay en todo lo demás que gusta el alma “aquí”. Y es también de saber que entonces se dice venir el aire amoroso, cuando sabrosamente hiere, satisfaciendo el apetito del que deseaba el tal refrigerio; porque entonces se regala y recrea el sentido del tacto, y con este regalo del tacto siente el oído gran deleite en el sonido y silbo de aire, mucho más que el tacto en el toque del aire; porque el sentido del oído es más espiritual, o por mejor decir, allégase más a lo espiritual que al tacto, y así el deleite que causa es más espiritual que el que causa el tacto.

-Y es la pura verdad -demoró en comentar Florián Regusci, con un asombro dulcemente insolado. -Uno la siente así a la cosa.

-El problema es que uno no duerme cuando se obsesiona con auscultarle al humus patrio ese fluido familiar que nos impresiona, esa substancia imponderable que nos toca, estremeciéndonos, al simpatizar con nuestra misma substancia -señaló el recorte muy subrayado Fabini: -Este es el final de El círculo de la muerte, un opúsculo de filosofía estética que Julio redactó y publicó en el Diario de Buenos Aires. Y lo cierra sentenciando: es ese “algo” resistente al tiempo, a la censura y a la volubilidad de las modas artísticas, como un metal milagroso, moldeado en un conjunto de cosas simples y a la vez complejas, que grita, como Memnón en la obra del genio: ¡soy lo que vos anhelabais y lo que buscan todos: doblad la rodilla!

-Qué animal -rechazó un mate para hacer trinar con mucho vibrato la frase básica del Triste Nº 1 el guitarrista. -Ese muchacho es demasiado genial para sobrevivir entre esta horda de perros.

-No sea injusto con los perros, Regusci -mordió repugnadamente la bombilla Fabini.

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