Artiganes o pierdas es el extraordinario titular
que le dedicó el diario argentino Olé a la
actuación de la selección uruguaya cuando terminó el Mundial de Sudáfrica.
Y dos mundiales después esta
insuperable poetización del factor místico recuperado
por el fútbol celeste desde que el maestro Tabárez diseñó un proceso enraizado
en la grandeza del arquetipo
oriental que subyace indoblegablemente bajo nuestra endémica aridez
cultural, sigue más vigente que nunca.
Y nuestro pueblo ha vuelto a sentirse
unificado bajo un símbolo
purificador como sucedió en el enclave fundacional del Ayuí, donde
aprendimos, hace más de dos siglos, que La Patria es la naturaleza, es la religión, es la vida
misma de la vida, es el hogar supremo, el instinto de los instintos, la
condición misma de nuestra dicha. La Patría es una síntesis del Universo y una
rama de la humanidad. Es algo dulce, etéreo, arrullador, alado, invisible,
personal, colectivo, insustituible, único porque la Patria nace con nosotros o
más bien dicho, la Patria somos nosotros mismos.
Esta definición pertenece a Julio Herrera y Reissig, que ya
a principios del 900 prohibió que la uruguayez hipócrita
le pisara el altillo donde se atrevió a soñar con una Poesía Grande.
Y fue precisamente el fútbol, al ser capaz de aunar la gracia de orfebrería del
barroco mestizo con la garra del
comunismo jesuítico-guaraní que inspiró al Protector, el que supo pintarle la
cara al mundo de celeste.
Pero el establishment de Montevideo es incurablemente
tonto, y hace muy pocos días el inocuo gambeteador académico Aldo Mazzucchelli
publicó en Brecha un
artículo titulado El continuado
suicidio simbólico del fútbol uruguayo, donde valora casi con fastidiada
timidez nuestro regreso a cierto aprecio de la
pelota y el abandono de un esquema táctico basado en el peso de un ropero metedor y
raspador en el medio, arquetipo en el que embolsa al rengo y sangriento
Ruso Pérez (olvidándose de que también fue heroico), al Tito
Gonçalvez, a Montero Castillo y hasta al mismísimo Obdulio Varela.
Y enseguida denuncia, con altanería lautarina, la existencia de un revisionismo
histórico sesentista que le metió en la cabeza al público uruguayo en
general (léase el pueblo) la
existencia de una garra celeste o charrúa aparentemente
contrapuesta a la magia de la gambeta (se
dice moña, loco)
de las épocas del gran fútbol rioplatense, cuando siempre se ganaba.
Lo que no explica este sabio que no sabe
nada (Sabina dixit) es por qué los únicos rioplatenses
que ganaron cuatro títulos mundiales entre el 24 y el 50 fueron los que
llevaban la indomabilidad artiguista en
el ADN del inconsciente comunitario.
Los porteños ni ahí.
Y pensar que alcanzaría nada más que con recordar la
batalla de Guayabo para entender la salvaje fe
cósmica que hizo que los artigos en
pelotas aplastaran a los miliquitos de línea que arreaba Dorrego.
Una semana antes de viajar al Brasil el Negro Jefe fue a
hablar con su referente-ídolo Lorenzo Fernández (un impecable y terrible
raspador-gambeateador), y el Gallego lo descorazonó advirtiéndole que la
artesanía y la orfebrería técnica ya no eran patrimonio del Río de la Plata.
Y Obdulio sabía muy bien, además, como líder huelguista,
que la corrupción dirigencial iba transformando a la tacita de plata donde
todavía se jugaba gran fútbol en
un herrumbradísimo astillero onettiano.
Entonces no hubo más remedio que asumir que no solamente
los macacos nos
iban a jugar de igual a igual y prepararse para concretar, a pura calidad y
a pura garra
artiguista, la mayor hazaña de la historia del fútbol.
Y en el 54 quedamos eliminados en una semifinal con alargue
frente a la mítica máquina húngara,
sin el Negro Jefe (desgarrado en octavos) y con un plantel desguazado por el
relajo disciplinario.
Pero en Maracaná ya se había constelado la montañosidad de un
mito con valor de axis mundi (Mircea
Eliade dixit) y no la de un suicidio colectivo, carajo.
Hace muy poco tiempo que Pelé dijo en sus memorias que si
Inglaterra era la madre del fútbol, Uruguay era el padre.
Y eso el pueblo lo sabe, pitucos sin
fe.
Lo que logró Tabárez fue terminar de desmalezar y purificar la
decadencia dirigencial y empresarial que ya lo había entrampado a él mismo en
el Mundial de Italia.
Y cuando empezó el proceso de
este milenio recuerdo haberlo escuchado especificar en una de sus ya célebres
conferencias de prensa que tuvo que aprender a no quemarse dos veces con la
misma sopa y ahora la Magia Grande está servida.
Artiganes o pierdas.
1 comentario:
QUE LASTIMA LA AUSENCIA DE COMENTARIOS.ME GUSTAN MUCHO.EL ARTICULO SE LOS MERECE.MUY BUENO HUGO GG V.!!!!
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