domingo

RICARDO AROCENA EL GRITO II / CAMILA (3)



Confesión de la acusada Doña Camila Barbosa, realizada en la Cárcel de Montevideo, a los 30 días del mes de abril del año mil ochocientos once.

Señores del Tribunal, Señor Fiscal, tal como aquí se ha evidenciado y figura en actas, con Justo Correa, Jacinto Gallardo, Cecilio Guzmán y tantos otros participé activamente en la organización de la conspiración contra el poder que Vosotros representáis, desde mucho antes que estallara la insurrección, por lo menos desde que fue detenido Don Mariano Chaves, hacia mediados de 1810. Por aquel entonces nuestra ocupación consistía en difundir cuanto nos llegara de Buenos Aires en forma impresa, para posteriormente comprometer a cada paisano, a cada familia, a cada pago, a cada partido, para que de ser necesario formaran parte del alzamiento. Nada debía quedar librado a la espontaneidad, ni al azar, por tal motivo no hubo lugares en los que no anduviéramos, tanto solos como en grupo. Junto Con Sebastián Cornejo, Basilio Cabral y Francisco Bicudo recorrimos Cololó desde la Cuchilla hasta el Río Negro, la región de Coquimbo y la de Sarandí. Recuerdo la alegría de la mujer de Bicudo, María Isabel Domínguez, cuando la visitábamos. Siempre nos sorprendía informándonos de nuevos apoyos a la justa causa. En alguna ocasión, con el objetivo de tener noticias sobre el Cuerpo de Ejército comandado por Martín Rodríguez, acompañamos al porteño Enrique Reyes en sus viajes a Gualeguaychú, Gualeguay y Arroyo de la China. Con el correr de los meses de la agitación pasamos a tener que sostener a la paisanada.  Los ánimos de la gente fueron caldeándose por lo que tardaba la llegada de las tropas, había que evitar que explotara, para colmo, la involuntaria infidencia de Martin Brocal, puso a la guarnición de Mercedes en alerta. Presencié la provocación que desataron como respuesta, vi las partidas avanzando por el pueblo, escuché los gritos de amedrentamiento, pero en los rostros de la gente el desasosiego ya había dado paso a la resolución. Cualquiera cede al rigor de los castigos, pero cuando se ha connaturalizado la violencia, cuando los ojos se han familiarizado con los sufrimientos, las amenazas pierden su vigor. Todo era cuestión de tiempo. Por aquel entonces, acompañada por un grupo de vecinos, volvía de la Calera Real de Dacá. A la vera de una espesa arboleda de Dardos de Castilla, hacía un alto en su camino, un reducido grupo de hombres, era notorio que habían estado galopando durante todo el día. Todos reconocimos a uno de ellos por ser un asiduo visitante de Capilla Nueva, adonde contaba con muchos seguidores. Un aire fresco nos caló el alma en aquel tórrido verano, era Don José Artigas. Lo saludamos desde lejos, aquel nombre era repetido como el posible jefe que todos reclamábamos. Lo vimos partir, no quedó en el pueblo, por lo que especulamos que seguramente seguía hasta Buenos Aires a confirmar su grado. La lectura en la Plaza de Capilla Nueva del manifiesto por el que Elío declara rebeldes a Buenos Aires y sus seguidores, las provocaciones, la serie de órdenes anti políticas y el plan de vergonzosas imposiciones, acrecentaron el implacable odio al Virrey y al poder colonial. Aquellos tristes recursos aumentaron el cúmulo de errores. Se equivocó ese hombre orgulloso, irascible y peligroso y con sus medidas y amenazas agudizó todos los males. Nada ni nadie podía ya contener el despertar de la naturaleza humana, tanto tiempo mutilada. Todo parecía avanzar inexorablemente hacia un destino prefijado. Con Pedro Viera estuvimos vinculados desde que comenzó sus visitas a Capilla Nueva para organizar la insurrección, algunas veces lo acompañamos hasta sus pagos en Biscocho, adonde personalmente conocí a su señora, Doña Juana Chacón y a su hijo Celedonio. Ella me contó que desde que llegaron a Soriano, su esposo estuvo dedicado a las faenas rurales y que fue capataz y administrador de las estancias del malaqueño español Juan María Almagro y de la Torre. Por mi parte pude comprobar el inmenso prestigio que tenía Viera entre los paisanos de los partidos colindantes. La historia le había reservado un lugar de privilegio como uno de los comandantes del alzamiento.

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