PRIMERA
PARTE “LAS
ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)
(Una forma yaqui de conocimiento)
IX
(4)
Lunes,
28 de diciembre, 1964
-Me dijo usted, don Juan,
que la yerba del diablo prueba a los hombres. ¿A qué se refería usted?
-La yerba del diablo es
como una mujer, y como mujer halaga a los hombres. Les pone trampas a cada
vuelta. Te puso una trampa forzándote a untarte la pasta en la frente. Y
tratará de nuevo, y tú probablemente caerás. Te lo advierto. No la tomes con
pasión: la yerba del diablo es sólo un camino a los secretos de un hombre de
conocimiento, hay otros caminos. Pero su trampa es hacerle creer que el único
camino es el suyo. Yo digo que es inútil desperdiciar la vida en un solo
camino, sobre todo si ese camino no tiene corazón.
-Pero, ¿cómo sabe usted
cuando no tiene corazón un camino, don Juan?
-Antes de embarcarte en
cualquier camino tienes que hacer la pregunta: ¿tiene corazón este camino? Si
la respuesta es no, tú mismo lo sabrás, y deberás entonces escoger otro camino.
-¿Pero cómo sé de seguro
si un camino tiene corazón o no?
-Cualquiera puede saber
eso. El problema es que nadie hace la pregunta, y cuando uno por fin se da
cuenta de que ha tomado un camino sin corazón, el camino está ya a punto de
matarlo. En esas circunstancias muy pocos hombres pueden pararse a considerar,
y más pocos aun pueden dejar el camino.
-¿Cómo debo proceder para
hacer la pregunta apropiada, don Juan?
-Pregunta nada más.
-Lo que quiero decir es
si hay un método indicado para que yo no me mienta a mí mismo y crea que la
respuesta es sí cuando en realidad es no.
-¿Por qué habrías de
mentir?
-Tal vez porque en el
momento el camino es agradable y me gusta.
-Esas son tonterías. Un
camino sin corazón nunca es disfrutable. Hay que trabajar duro tan sólo para
tomarlo. En cambio, un camino con corazón es fácil: no te hace trabajar por
tomarle gusto.
Don Juan cambió de pronto
el rumbo de la conversación y me enfrentó directamente con la idea de que me gustaba
la yerba del diablo. Tuve que admitir que mi mente sentía cierta inclinación
hacia ella. Me preguntó cómo me sentía respecto a su aliado, el humito, y tuve
que decirle que la sola idea de tener que usarlo me asustaba hasta hacerme
perder los sentidos.
-Te he dicho que para
escoger un camino debes estar libre de miedo y de ambición. Pero el humito te
ciega de miedo, y la yerba del diablo te ciega de ambición.
Argüí que se necesitaba
ambición para emprender cualquier camino, y que su aseveración de que había que
estar libre de ambición carecía de sentido. Una persona tiene que tener
ambición para poder aprender.
-El deseo de aprender no
es ambición -dijo-. El querer saber, es nuestro destino como hombres, pero convidar
a la yerba del diablo es solicitar poder, y eso es ambición, porque no lo estás
haciendo para saber. No dejes que la yerba del diablo te ciegue. Ya te tiene enganchado.
Invita a los hombres y les da una sensación de poder: los hace sentirse capaces
de hacer cosas que ningún hombre común puede. Pero esa es su trampa. Y, luego,
el camino sin corazón se vuelve contra los hombres y los destruye. No se
necesita gran cosa para morir, y buscar la muerte es no buscar nada.
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