sábado

HONORÉ DE BALZAC - PAPÁ GORIOT (44)


LA ENTRADA EN EL MUNDO (2 / 9)


Estas tonterías, estereotipadas para uso de los principiantes, son siempre encantadoras para las mujeres y sólo resultan pobres leyéndolas en frío. El gesto, el acento, la mirada de un joven les dan incalculable valor. La señora de Nucingen encontró a Eugenio encantador, y luego, como todas las mujeres, no pudiendo responder nada a cuestiones tan francamente planteadas como la del estudiante, le contestó otra cosa.

-Sí. Mi hermana obra mal, portándose como lo hace con nuestro pobre padre, que ha sido para nosotras un dios. Ha sido necesario que el señor de Nucingen me ordenase terminantemente que no viese a mi padre más que por la mañana, para que yo accediese respecto de este punto. Pero fui mucho tiempo desgraciada. Lloraba. Estas violencias, sucediendo a las brutalidades del matrimonio, fueron una de las cosas que más turbaron mi hogar. A los ojos del mundo soy la mujer más feliz de París, pero la más desgraciada en realidad. Me va usted a juzgar loca hablándole de este modo, pero usted ya conoce a mi padre, y este solo hecho basta para que no lo considere un extraño.

-Jamás habrá usted encontrado persona que esté animada de un deseo más vivo de pertenecerle -dijo Eugenio-. ¿Qué buscan ustedes las mujeres? La dicha repuso el estudiante con voz que llegaba al alma-. Pues bien, si la dicha de una mujer consiste en ser amada y adorada, en tener un amigo a quien confiar sus deseos, sus caprichos, sus penas, sus goces, y mostrarse ante él en toda la desnudez de su alma, con sus bonitos defectos y sus hermosas cualidades sin temor a ser traicionada, créame usted que ese corazón adicto, siempre ardiente, no puede encontrarse más que en un hombre joven, lleno de ilusiones, que puede morir a una seña suya  y que no conoce aun el mundo ni quiere conocerlo, porque usted será el mundo para él. Mire, va usted a reírse de mi sencillez. Yo llego del interior de una provincia, completamente ajeno a todo esto, sin haber conocido más que almas hermosas, y pensaba permanecer sin amor; pero frecuenté la casa de mi prima, quien me demostró cariño y me hizo adivinar los mil tesoros de la pasión; soy pues, como Querubín, el amante de todas las mujeres, esperando poder unirme a una de ellas. Al verla, cuando entré, me sentí inclinado hacia usted como por una corriente. ¡Había pensado tanto en su persona! Pero no la había soñado tan hermosa como lo es en realidad. La señora Beauséant me ordenó que no la mirase a usted tanto, porque no sabe cómo son de seductores sus bonitos labios rojos, su tez blanca y sus ojos tan dulces. Yo también estoy diciéndole locuras, pero déjeme decírselas.

Nada complace más a las mujeres que oír que les dirigen estas cariñosas palabras. Hasta la devota más severa las escucha con gusto, aunque no pueda responder a ellas. Después de haber empezado de este modo, Rastignac desató su rosario, con voz coquetamente sorda, mirando de cuando en cuando a de Marsay, el cual no dejaba el palco de la princesa Galathionne. Rastignac permaneció al lado de la señora de Nucingen hasta que su marido fue a buscarla para acompañarla a su casa.

-Señora -le dijo Eugenio-, tendré el placer de ir a verla antes del baile de la duquesa de Carigliano.

-Puesto que la señoga lo invita -le dijo el barón, especie de alsaciano cuya cara redonda anunciaba una peligrosa astucia-, esté segudo de ser bien gecibido.

“Las cosas marchan bien, ella no se ha asustado al oír que le decía: ‘¿Me amaría usted?’ Le he puesto ya el freno al corcel; conque, montémoslo y sepamos gobernarlo” se dijo Eugenio yendo a saludar a la señora de Beauséant, que se levantaba y se retiraba con Adjuda en aquel momento. El pobre estudiante no sabía que la baronesa estaba distraída y que esperaba de de Marsay una de esas cartas decisivas que desgarran el alma. Satisfecho de su falso éxito, acompañó a la vizcondesa hasta el peristilo, donde cada uno esperaba su coche.

-Su primo no parece el mismo -dijo el portugués a la vizcondesa cuando Eugenio se despidió-. Hará saltar la banca. Es escurridizo como una anguila, y creo que irá lejos. Sólo usted ha podido escogerle una mujer en el momento en que esta necesitaba consuelo.

-Pero es preciso saber si Delfina ama aun al que la abandona -dijo la señora de Beauséant.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+