por Miguel Ángel Furones
En 1965 comenzó a estudiar
secundaria en el Real Colegio de Santa Isabel de Madrid. Un colegio de monjas
que en aquella época tenía dos clases de alumnas claramente diferenciadas: las
ricas y las pobres. Entraban por puertas distintas, rezaban en lugares
diferentes (la capillita para las ricas, la iglesia para las pobres). Y
mientras unas no tenían uniforme, las otras contaban con tres: el de verano, el
de invierno y el de gala.
Cuando las niñas ricas querían hacer pis
pedían la permisión para que les dieran la llave. Después, por
supuesto, de haber comenzado con un obligatorio bon jour ma mère reverencial.
Con tanta pijería no es de
extrañar que de ese colegio salieran alumnas tan afamadas como, por ejemplo, la
reina Fabiola de Bélgica.
¿Cómo es posible que al mismo tiempo y desde ese
mismo colegio saliera también Gioconda Belli, la poetisa y activista
nicaragüense reconocida como una de las grandes defensoras de los derechos de
la mujer en el continente americano, que además luchó contra la dictadura de
Somoza como militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional,
compaginando su labor de escritora con la del transporte clandestino de armas?
La respuesta pudiera ser que incluso la educación
que nos deforma también nos forma. En especial, si tenemos la sensibilidad
suficiente para detectar, a través de ella, todo lo que no está como es debido.
Hoy, a sus 70 años, su bibliografía sobre el tema
del feminismo es ya casi inabarcable. Desde sus iniciales poemas, en los que
abordaba el cuerpo y la sensualidad de la mujer, hasta su primera novela, La
mujer habitada, que superó el millón de ejemplares en países tan
alejados de su cultura latina como es Alemania. O incluso su novela más
reciente, El país de las mujeres, en la que habla de un país
gobernado exclusivamente por ellas.
Pero lo más llamativo de esta gran poetisa es que,
pese a su lucha militante en el feminismo, jamás dejó de incluir al hombre en
sus poemas. Un claro ejemplo puede ser este, titulado precisamente, De
la mujer al hombre.
Dios te hizo hombre para mí.
Te admiro desde lo más profundo
de mi subconsciente,
con una admiración extraña y desbordada
que tiene un dobladillo de ternura.
de mi subconsciente,
con una admiración extraña y desbordada
que tiene un dobladillo de ternura.
Tus problemas, tus cosas
me intrigan, me interesan
y te observo
mientras discurres y discutes
hablando del mundo
y dándole una nueva geografía de palabras.
me intrigan, me interesan
y te observo
mientras discurres y discutes
hablando del mundo
y dándole una nueva geografía de palabras.
Mi mente está covada para recibirte,
para pensar tus ideas
y darte a pensar las mías;
te siento, mi compañero, hermoso,
juntos somos completos
y nos miramos con orgullo
conociendo nuestras diferencias
sabiéndonos mujer y hombre
y apreciando la disimilitud
de nuestros cuerpos.
para pensar tus ideas
y darte a pensar las mías;
te siento, mi compañero, hermoso,
juntos somos completos
y nos miramos con orgullo
conociendo nuestras diferencias
sabiéndonos mujer y hombre
y apreciando la disimilitud
de nuestros cuerpos.
Esta forma de sentir y de vivir con pasión su
relación con los hombres (tras tres matrimonios consecutivos) le ha llevado a
tener que soportar ciertas críticas desde un feminismo más excluyente. Pero
Belli, consecuente con sus certezas y sus sentimientos, quiso dejar clara su
visión del tema con otro poema que, para que no hubiera la menor duda de lo que
estaba hablando, tituló Nueva tesis feminista.
¿Cómo
decirte, hombre,
que no te
necesito?
No puedo
cantar a la liberación femenina
si no te
canto
y te
invito a descubrir liberaciones conmigo.
No me
gusta la gente que se engaña
diciendo
que el amor no es necesario
–’témeles,
yo le tiemblo’.
Hay tanto
nuevo que aprender,
hermosos
cavernícolas que rescatar,
nuevas
maneras de amar que aun no hemos inventado.
A nombre
propio declaro
que me
gusta saberme mujer
frente a
un hombre que se sabe hombre,
que sé de
ciencia cierta
que el
amor
es mejor
que las multivitaminas,
que la
pareja humana
es el
principio inevitable de la vida,
que por
eso no quiero jamás liberarme del hombre;
lo amo
con todas
sus debilidades
y me
gusta compartir con su terquedad
todo este
ancho mundo
donde
ambos nos somos imprescindibles.
No quiero
que me acusen de mujer tradicional
pero
pueden acusarme
tantas
como cuantas veces quieran
de mujer.
Gioconda Belli, educada en un colegio clasista solo
para niñas, llena sus versos de complicidad y equivalencia cuando le habla al
hombre. Esa es parte de su contribución hacia una liberación definitiva de la
mujer en la que, finalmente, estemos todos.
(YOROKOBU / 21-5-2018)
(YOROKOBU / 21-5-2018)
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