“EL FEMINISMO
TAMBIÉN SE AMPLIFICA PARA ESCAPAR DE UNA PARCIALIDAD APARENTE, PORQUE ES ÉSTE
QUIEN PRETENDE CAMBIARLO TODO”
Hemisferio Izquierdo (HI): ¿Cómo
caracterizan el momento actual del feminismo en nuestro país?
Estefanía Pagano Artigas/ Mariana Matto
(EPA/MM): No
podemos pensar el feminismo abstraído del momento histórico y político, fuera
de la materialidad que como sujeto expresa. El fin de ciclo progresista que
implica el fin de sus bases materiales así como una consiguiente “restauración”
conservadora muestra el avance de una sensibilidad política de derecha también
en nuestro país, que ya ha pasado por Brasil y Argentina y que estructuralmente
significa reformas laborales y el desmantelamiento de planes sociales
tendientes a descargar el ajuste exigido por el propio ciclo del capital. La
insistencia regresiva sobre las agendas de derechos promovidas por el
progresismo, da cuenta también del avance conservador sobre uno de los pilares
en los que se erige la imbricación del capitalismo y el patriarcado: el cuerpo
de las mujeres y de todas aquellas identidades y cuerpos feminizados, ya que
sobre nosotras cae la opresión más fuerte en el seno de la propia clase,
pues somos el sujeto más explotado y oprimido en la estructura de desigualdad
pautada por el trabajo y el género.
La feminización de la pobreza y
precarización de la vida en general, colocan a las mujeres como el sujeto más
fragilizado en su forma de producir y reproducir la vida. La fuerza
restauradora viene a “fragilizar” los derechos, como plantea Rostagnol (1)
respecto a la aplicación de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en
nuestro país. Entre lo orgánico y lo coyuntural, cabría preguntarse en qué
lugar se encuentra el feminismo y de qué manera éste también constituye en sí
mismo un antagonista a la restauración conservadora.
Con el progresismo al gobierno, la
construcción de la agenda de derechos y la bonanza que posibilitó estos nuevos
consensos también dio lugar a una generación más joven que compone
una izquierda social en la que el feminismo emerge con mucha potencia. Ya
no son las feministas del 80, representantes del feminismo que deviene de las
propias organizaciones de izquierda como analiza Ana Laura de Giorgi (2). Se
trata de otro feminismo, más joven y posiblemente escindido desde su comienzo
de su variante mixta (aunque no necesariamente).
El movimiento feminista uruguayo se
destaca quizás por su heterogeneidad y dispersión, aspectos con los que
cualquier movimiento con una masificación reciente debe lidiar, y quizás por
ello no ha podido establecer un marco de acuerdos claro para la acción. Ha sido
muy difícil poder congeniar posturas entre un feminismo más “institucional” y
ligado al oficialismo, organizado en torno a la Intersocial Feminista, y un
feminismo más “autónomo” en relación al gobierno y a las estructuras
tradicionales de participación política organizadas alrededor de la
Coordinadora de Feminismos. Dicha particularidad le ha permitido a esta última
expresar nuevas maneras de comunicar políticamente y masificarse desde esta
impronta que conforma no sólo una simbología y semánticas propias, sino un modo
distinto de concebir la política, un claro ejemplo de política en
femenino: la ausencia de estrados, el mirar a la otra, abrazarla y poner el
cuerpo mientras se lee al unísono la proclama y así crear un ritual colectivo
de elaboración de las pérdidas, entre otras acciones. También la denuncia
sistemática a los feminicidios a través de la movilización callejera: las
Alertas Feministas
Las Alertas ponen sobre la mesa los
feminicidios y la violencia contra las mujeres en todas sus expresiones, y esto
que en principio empezó con poquitas compañeras en la calle, hoy se masifica y
se han expandido más allá de la capital, promovidas por distintas agrupaciones
feministas que han ido surgiendo en los últimos tiempos en el interior de
nuestro país.
No olvidemos nuestra incorporación a la
movilización internacional del paro el 8 de marzo. El Paro Internacional de
Mujeres lleva en Uruguay una existencia de dos años y esto revela no sólo una
unión internacionalista de mujeres, sino la necesidad de efectivizar un paro
masivo que nos tuvo movilizadas en asambleas, tanto en nuestros sindicatos como
en los barrios y centros de estudio, y permitió discutir entre muchas los
problemas que hoy organiza la lucha concreta del feminismo: la violencia basada
en género y sus múltiples manifestaciones (abuso sexual, violencia psicológica
y física, acoso callejero, feminicidio); las formas y estrategias de
despatriarcalizar el arte, la ciencia, la academia, la filosofía, el lenguaje;
la participación política de las mujeres como el vínculo entre el feminismo y
militancia político-social; el trabajo productivo como feminización de la
pobreza, la brecha salarial, la segregación horizontal, la relación trabajo
productivo-reproductivo; la alianza género/raza/clase y sus principales debates
en torno a la interseccionalidad.
El paro del 8M habilitó movimientos en
el orden de la política y la micropolítica sobre la que insistimos las
feministas, y evidenció cuestiones sobre “táctica” y estrategia como
movimiento, pues aunque no sea un movimiento homogéneo, podemos al menos
establecer algunas necesidades urgentes: nos están matando y la precarización
de nuestra vida es cada vez mayor.
Se han aprobado leyes como las ya
conocidas del aborto, la ley integral de violencia basada en género y el
derecho a la identidad de género y cambio de nombre. También está en discusión
la ley de trata y explotación (3) que aún cuenta con media sanción, y resta la
aprobación de la ley integral para las personas trans. Esta agenda de derechos,
(proveniente de lucha "legal" para la adquisición de derechos en
el plano "formal") coloca en el plano legal los nudos problemáticos
que el feminismo visibiliza y denuncia en su lucha cotidiana, pero constituye
también un conjunto de “normas” legales sin presupuesto para su implementación,
lo cual equivale a decir que sólo son tinta en un papel. Pero la lucha
feminista no se agota en las reformas legales que sus demandas a veces
encarnan, nosotras vamos por todo. Es fundamental trascender las agendas y
militar fuertemente en un feminismo popular y clasista. Un feminismo de todas y
para todas las mujeres (en todas su expresiones y manifestaciones) que viven la
opresión capital-patriarcado todos los días.
Este resurgir feminista en nuestro país
atraviesa un momento de expansión-masificación que posibilitó el reconocimiento
de la violencia contra las mujeres. Las Alertas plantaron el feminicidio en la
agenda política, y las denuncias reiteradas (como por ejemplo el reciente Yo
te creo, hermana resultado de las múltiples denuncias en las redes
hacia los abusos y acosos del Gucci) también son un correlato local de lo que
en otras partes del mundo sucede, particularmente con el #Metoo, y actualmente
en Chile con la ocupación de centros universitarios denunciando las terribles
situaciones de acoso perpetradas en los centros educativos. Esto deja entrever
dos cuestiones. En primer lugar que los casos de violencia contra las mujeres,
sobre todo aquellos que suponen abuso y acoso, ya no cuentan con el manto de
silencio en el que se amparaban, poniendo en evidencia la carencia de
herramientas institucionales para “juzgarlos” así como la impunidad con la
que gozan los varones (más aún si cuentan con algún prestigio derivado de
poseer capital cultural y un lugar preponderante en la academia). En segundo
lugar, y sobre todo, enuncia un momento político distintivo, en que las mujeres
hemos dicho: ¡BASTA! La denuncia pública de abusadores y violentos es la mejor
escenificación de la premisa fundante del feminismo: lo personal es
político. Además, es una de las maneras más eficaces de visibilizar el
corporativismo institucional-patriarcal y el agruparnos también en torno a
nuestro cuidado y el de nuestras compañeras.
Pero a esta expansión-masificación se
le antepone una reacción conservadora que tiene un anclaje muy fuerte en el
advenimiento de una racionalidad de derecha, pero que también tiene sus
manifestaciones específicas en la propia izquierda. Amigos, parejas, compañeros
de trabajo ven cómo se desgasta y se cuestiona su lugar de privilegios: las
feministas venimos a cuestionar el uso de la palabra, la masculinización de la
política, lo personal en lo político y lo político en lo personal. Ya no
relegamos nuestro placer, ya no bancamos la violencia ni en su variante más
sutil como puede ser el lenguaje, y eso genera una reacción no sólo en los
sectores más conservadores sino entre nuestros propios compañeros. Comenzar a
denunciar a compañeros violentos, acosadores, que no pasan la pensión a sus
hijos/as, etc. supuso también una inevitable escisión de las mujeres hacia
espacios autónomos de militancia feminista.
Es posible visualizar la reacción
violenta de los hombres a través del incremento de denuncias por violencia
machista en el hogar, y de manera más “expresiva” (4) en el incremento
significativo de feminicidios. Esta apreciación tiene también implicancias al
momento de analizar la resignificación de la masculinidad en esta forma
específica de acumulación del capital. La moralidad del varón proveedor en
declive que hasta entonces caracterizó la masculinidad hegemónica, así como los
cambios en las pautas de relacionamiento entre hombres y mujeres que el
feminismo entre otras cosas desencadena, hace que el hombre se comporte
violentamente y luche por restituir este lugar simbólico-material que ya no
ocupa, o que está dejando de ocupar. Esto es así en el “ámbito” del hogar,
donde ocurren las manifestaciones de violencia más terrible, pero también lo es
en la esfera pública y los espacios de militancia. Ya no queremos ser
apuntadoras y secretarias, denunciamos al acosador y también al violento en
nuestras propias organizaciones, y así tejemos alianzas que contrarrestan las
alianzas corporativas que los varones establecen entre sí.
Otras manifestaciones locales de esta
“restauración” conservadora podemos verlas en la organización “Con mis hijos no
te metas” que se opuso a la guía de educación sexual denunciando la “ideología
de género” en el aula, y que luego financió la presencia de hombres y mujeres
de barrios pobres para sostener los carteles que expresaban “Femenina sí,
feminista no” y provocar reacciones en la marcha del 8M. También en la reacción
que las bombitas de pintura generó en el conjunto de la población y la amenaza
de iniciar acciones legales; la presencia de Paul Hruz en una actividad
organizada por el Sindicato Médico del Uruguay para abordar la identidad trans
como trastorno denominado “disforia de género”; el crecimiento de bancada
evangélica del PN; la presencia de Agustín Laje y Nicolás Márquez al
Palacio Legislativo invitados por Varones Unidos; el neofascismo rampante de
Hoenir Sarthou y Salle, creador del neologismo “homolesbocomunismo” usado en
varias ocasiones para denostar figuras públicas del oficialismo con un compromiso
marcado con la agenda de derechos; los objetores de conciencia que dejan
departamentos enteros sin posibilidades de ejercer el derecho a interrumpir
voluntariamente nuestro embarazo; fetos con abogados asignados por juezas con
nombre Pura Concepción Book; una diputada nacionalista que
advierte que “si tuvimos mal ojo, hacernos cargo” mientras se vota la ley
de violencia basada en género en el parlamento; Topolansky días antes del 8M
desmarcándose con la expresión “Yo no soy feminista, no me gustan los extremos”,
etc.
HI: ¿Cómo ven la articulación entre el
feminismo y el resto de las luchas sociales y el tiempo político?
EPA/MM: Quizás
debamos invertir la pregunta y pensar en por qué se desarticula el feminismo de
los frentes sociales, para luego llegar a su (re) articulación con éstos. Cuál
es el proceso que lleva generalmente a las feministas a abandonar los espacios
de militancia compartidos, en qué momento ocurre esa escisión y cuáles son sus
causas resulta para muchas el nudo gordiano de nuestras preocupaciones. Hacer
un ejercicio contrario y pensar en la raíz de este “alejamiento” nos pone
frente a frente a este repliegue para ver su apariencia: las feministas
cambiamos la lucha de clases por la de géneros, los espacios mixtos por los
autónomos de mujeres, nuestra propia liberación por la de toda la humanidad.
Lo cierto es que estas afirmaciones no
cuentan con respaldo fáctico y son muchas veces síntoma del machismo solapado
en la propia izquierda, ya que gran parte del feminismo ha tratado de urdir (no
sin dificultades), estos dos aspectos que por momentos parecen
irreconciliables: clase y género (5). Cabría entonces hacerse dos preguntas:
cómo un feminismo muy cercano a los espacios partidarios de la propia izquierda
(como es el caso del feminismo en nuestro país a mediados de los 80), se
desagrega paulatinamente, y si esta dinámica de desagregación no es parte
constitutiva de los procesos sociales por los que el feminismo atraviesa desde
sus comienzos, ya no respecto a lo más reaccionario de la sociedad, sino dentro
de los espacios de militancia de la propia izquierda y con los compañeros de
militancia como principales interlocutores. En este sentido, nos animamos a
afirmar que dicho alejamiento es más reactivo al rechazo permanente y sistemático
del feminismo y sus agendas por parte de la izquierda acostumbrada a situar el
debate únicamente en la clase, y también una determinación pautada por la
propia imbricación entre capitalismo y patriarcado: las mujeres estamos
oprimidas respecto a los hombres, y esto pauta en sí mismo la especificidad
política del sujeto.
Por otro lado, el feminismo va tejiendo
redes casi como un patrón de acumulación distintivo, y esta forma de
construcción política (que muy lejos de ser inoperante, es su condición de
crecimiento), interpela los consensos “patriarcales”. Las estructuras jerárquicas
de organización también contribuyen en relegarnos a los márgenes políticos, ya
sean éstos comisiones de género (que son necesarias, por supuesto) pero que no
son decisivas en cuanto a líneas políticas “duras” refiere. Los temas de
género para las mujeres, la secretaría para las mujeres, pero las discusiones
programáticas así como los espacios políticos donde estas se toman, para
varones.
Así las cosas, es una tarea política de
importancia preguntarnos cómo retornamos a los “espacios perdidos” de la
militancia mixta (gremios, sindicatos y organizaciones políticas) de las que
muchas huimos, o fuimos echadas por cansancio porque perdimos la batalla. ¿Será
que perdimos la batalla o no tuvimos espacio para darla? ¿perdimos la batalla o
en espacios super masculinizados "nos pasaban la mano por el hombro para
dejarnos conformes" y en realidad nunca fue habilitada otra forma de
concebir la política que integrara la militancia concreta y también los
"supuestos" en los que esta se apoya?
Si bien una parte minoritaria de
nuestro feminismo rechaza las estructuras tradicionales de participación
política, otra parte proviene de estas estructuras del campo de la izquierda.
Quizás este momento de especificidad de la lucha que se organiza entre mujeres,
tenga que ver con el repliegue necesario luego de transitar experiencias
“traumáticas” y fallidas en los espacios mixtos. “Valientes las que se quedan”,
decimos algunas, mientras otras piensan en cómo permanecer, y también en cómo
regresar, conscientes de la importancia de trabajar políticamente desde esos
espacios y sosteniendo muchas veces una doble militancia en organizaciones
“mixtas” y en espacios feministas propiamente dichos. El sindicalismo tiene
poco lugar para nosotras, y nosotras ya estamos cansadas de demandar lo que nos
corresponde. Compleja dialéctica aquella que materializa en formas políticas la
diferenciación entre hombres y mujeres, colocando a los primeros en
lugares “connaturales” a su género: el espacio público, y resignando a las
segundas a la esfera doméstica.
Lo indiscutible es que el desarrollo
del feminismo y su potencia se ha dado históricamente desde su especificidad
organizativa, porque cuando hacemos entre mujeres damos respuesta más
fácilmente a las múltiples violencias a las que estamos expuestas. Salimos
primero a las calles, luego somos miles, el momento es propicio y la sociedad
mira por debajo del rabillo del ojo. Las Alertas se sostienen, y los colectivos
de mujeres se multiplican. No faltan los oportunistas que anuncian poner a disposición
su cargo para dejar un espacio en la cúpula de decisión política a una
compañera mujer que hasta el momento solo conformaban el secretariado ejecutivo
del Pit Cnt con voz pero sin voto. De todas formas, estos movimientos (aunque
sólo sean discursivos) también dan cuenta de la acción del feminismo hacia los
espacios “perdidos”.
Tener la mitad de mujeres en el
secretariado del Pit Cnt no lo hace ni más clasista, ni más feminista. Tener un
secretariado con la mitad de sus integrantes mujeres quizás lo vuelva más justo
respecto a su composición por género (que hasta ahora ha sido enteramente
masculino), teniendo en cuenta que esta diferenciación en la ocupación de
lugares de decisión es parte del modo en que se estructuran las relaciones
sociales en términos de jerarquía, pero no contiene necesariamente a las
demandas de la clase (ser feminista no nos hace en sí más clasistas), y cuando
de avanzar sobre la fuerza de trabajo y las condiciones de vida de la población
se trata, es bien claro que las mujeres (fundamentalmente jóvenes), se
llevan la peor parte.
Por su cualidad de transversalizar, el
feminismo dota de enorme potencia en todos los espacios que habita pues
contiene en sí mismo una nueva racionalidad política, un hacer política en
femenino, una ruptura con las formas tradicionales de hacer política compuesto
por nuevas maneras de vincularnos, de comunicar políticamente (una nueva
semántica), la insistencia en la preocupación prefigurativa y una ética
liberadora tanto para hombres y mujeres, pues los preceptos de la masculinidad
dominante que hoy nos matan, también constriñen a los varones. Esto nos lleva a
discutir también el lugar que le otorgamos a los hombres y la necesidad de que
ellos también amplifiquen sus postulados en otros espacios.
La política en femenino parece
anunciar una nueva racionalidad política donde lo vincular y afectivo juega un
rol preponderante. Las lógicas estrictamente instrumentales de postular tal o
cual referente político ya no son admitidas por consenso, porque se vuelve
indisociable la persona en su “vida personal” y el líder político. Esto nos
cuesta muchas veces la fractura de orgánicas políticas, o el mote de que
fragmentamos la clase, como si nosotras y no el capitalismo imprimiera esta
fragmentación. Cabe preguntarse entonces cómo seguimos desmontando los
discursos y dispositivos de violencia contra las mujeres sin que esto
signifique una ruptura con los espacios que habitamos; cómo establecemos
prácticas de cuidados entre nosotras en espacios que son realmente hostiles y
qué sucede cuando dos semánticas-modos de concebir lo político y la política,
en apariencia inconmensurables, se ponen en diálogo.
Sin embargo, lo que parece ser potencia
puede volverse fragmentación si no se atiende la articulación con otras luchas,
y eso nos lleva a pensar desde la totalidad que las unifica. ¿Cómo
contrarrestamos la fragmentación y contribuimos, también desde el feminismo, a
un pienso colectivo como sujetas de transformación social?
Deberíamos preguntarnos sobre qué
consensos descansa hoy el feminismo local y si es posible elaborar síntesis
políticas que nos permitan reagruparnos como movimiento, así como también
mediante la integración de las demandas de otras luchas. Nuestro feminismo se
ha manifestado en repudio al decreto antipiquete y la reforma de la caja
previsional en Argentina, el asesinato de Marielle en Brasil, etc. El feminismo
también se amplifica para escapar de una parcialidad aparente, porque es éste
quien pretende cambiarlo todo.
La forma en la que se estructura el
trabajo en la sociedad capitalista hace de la clase un punto central sobre el
que situar al feminismo. El modo de organización social basado en la
explotación del trabajo, hace que el mismo estructure la propia diferenciación
social convirtiéndola en trabajo productivo/trabajo reproductivo. La
fragmentación, entonces, es propia de la clase social y cada una de sus
expresiones de lucha son también parte del lugar específico que cada sujeto
ocupa en las relaciones sociales. Cada sujeto lucha en función de su lugar y preocupaciones
específicas.
Como feministas y militantes de
izquierda, estamos acostumbradas a que nos exijan trascender la fragmentación o
la parcialidad de nuestras luchas, como si todas las luchas no fueran en sí
mismas expresión de la parcialidad del sujeto que enuncian y sus necesidades y
preocupaciones concretas (lucha sindical, estudiantil, indígena, campesina,
etc), y como si a todas las luchas se les exigiera lo mismo, porque no hay nada
más reformista que la actuación política de la propia clase para poder
reproducir su vida en base al sostenimiento de la fuerza de trabajo. Sin
embargo, no vemos a nadie indignado con la lucha sindical. Parece una obviedad
decir que la lucha sindical es sumamente necesaria, porque si bien plantea la
pelea por una mejor distribución salarial sobre la base de la explotación de
nuestra propia fuerza de trabajo, también permite el juego dialéctico y su
potencia transformadora, la de cuestionar al capitalismo en su conjunto.
Entonces, ¿por qué no pensar que el feminismo también es una posibilidad de
escenificar la lucha de clases en otros terrenos, con formas propias y
novedosas, y que allí también se transita por esta dialéctica entre reforma y
revolución?
Una manera de pensar un feminismo
anticapitalista es pensándonos como parte de esta totalidad que nos vincula,
aunque no de la misma manera, al avance del propio capital. Decimos que no de
la misma manera pues no somos explotadas igual (feminización de la pobreza,
doble jornada laboral- trabajo reproductivo o doméstico como forma específica
de relación social construida por el capitalismo-), ni que hablar si somos
negras o indias, trans-travas, etc. Cada diferenciación se intersecta en otras
dimensiones estructurales y estructurantes de la propia opresión.
En este sentido, creemos que el paro de
mujeres es un ejemplo paradigmático de articulación con otras luchas en tanto
posibilidad para articular y pensarnos, entre nosotras y para con otros, en los
lugares donde este paro nos interpela directamente. El paro ofició como rescate/recuperación
de experiencias pasadas de luchas de mujeres, como momento de reflexión y
apertura de nuevos problemas políticos que nos permitieron redimensionar el
sentido de la propia huelga y el paro.
La huelga no sólo detiene y atiende
aquellas tareas correspondientes al trabajo productivo, sino también aquellas
tareas invisibles del trabajo reproductivo que hacemos fundamentalmente las
mujeres. Ante la llegada del paro comenzamos a pensar cómo organizarnos y
entretejemos redes de mujeres en todos los espacios que habitamos (nuestros
barrios, lugares de trabajo y estudio, etc), y también cuáles son los elementos
en torno a los cuales el movimiento feminista puede unificarse para fortalecer
la lucha de las mujeres en su dimensión internacional porque el
internacionalismo también tiene rostro de mujer.
Las dificultades organizativas para
instrumentar un paro de mujeres son muchas (mujeres solas con niñxs a cargo,
sindicatos que no garantizan el paro junto a las tensiones para comprender la
huelga de mujeres), y plantean ciertas limitaciones para el movimiento de
mujeres y la izquierda en general. Múltiples reflexiones se pueden extraer de
esta experiencia, tanto en los modos de diversificación de la lucha para ese
día, como las tensiones inherentes a la especificidad de la lucha de las
mujeres en relación a la clase.
Si bien el feminismo debería ser
esencialmente anticapitalista pues tiene como fin último acabar con todas las
opresiones, la realidad nos muestra que en rigor esto no es así, y que como
cualquier concepción política del sujeto y la sociedad, la gestión del
capitalismo también atraviesa al feminismo en sus agendas. Pero no estuvimos
hablando de ese feminismo, sino del que intenta superar la parcialidad porque
pretende cambiarlo todo y es expresamente anticapitalista.
.Notas:
1. https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2018/03/15/La-fragilidad-del-derecho-a-abortar
2. https://feminismos.ladiaria.com.uy/articulo/2017/3/feministas-si-pero-de-izquierda/
3. https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2018/05/13/Consideraciones-sobre-la-ley-de-trata-y-explotaci%C3%B3n-sexual
4. Rita Segato, La guerra contra
las mujeres
5. Es preciso señalar que del
feminismo negro proviene el concepto de Interseccionalidad para definir las
identidades sociales solapadas o intersectadas en múltiples (e incluso
simultáneos) niveles (género, etnia, clase, discapacidad, orientación sexual,
religión, casta, nacionalidad, etc.) que refuerzan los sistemas de opresión y
explotación. Clase, género y raza son aspectos estructurantes de relaciones
sociales jerárquicas y desiguales, pero existen otras dimensiones a tener en
cuenta en el “zurcido” de una estrategia general de cambio social.
(Hemisferio Izsquierdo / 26-5-2018)
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