Hace unos días el Times de
Londres publicó una genial ilustración de Ella Baron, con la siguiente cita de
la alegoría de la cueva que aparece en el libro séptimo de La república de
Platón:
¿Cómo podrían ver otra cosa más que las
sombras si no se les permitía mover las cabezas?
En la alegoría de la cueva Platón habla
de unos prisioneros "que son como nosotros", que viven encadenados
(hoy diríamos "conectados") y que sólo observan las sombras que
proyecta en la pared el paso de diferentes objetos y estatuas que llevan otros
humanos que se mueven en la parte superior de la cueva. Pasan la vida viendo
una especie de espectáculo de marionetas. "Hombres como estos mantendrían
que la verdad no es más que la sombra de cosas artificiales", dice el
filósofo.
Con la alegoría de la cueva Platón
pretendió explicar la educación, o la falsa educación que recibe el hombre en
el mundo. Quizás hoy en día podríamos llamar "información" a
esta falsa educación, en oposición a lo que Platón llama el conocimiento
del alma. Se educa dando acceso a información -data- y no enseñando a
pensar críticamente y a desarrollar lo que Platón llamó el ojo de la
mente. Platón sugiere que la verdadera educación es voltear de toda el
alma hacia la luz, hacia "aquello que es", con lo que se refiere a
las ideas y particularmente a la idea del bien, que en el mundo "visible
engendró a la luz". Podemos entender esto, tomando de la alegoría,
diciendo que la verdadera educación y la vida filosófica consisten en
contemplar la fuente o esencia y no las proyecciones o sombras. Es decir,
en contemplar la realidad y no la virtualidad. Quizás se permita otra
analogía: hoy en día consumimos información novedosa, predigerida y diluida
pero no conocemos las fuentes, los clásicos. El mundo -la cueva- nos
presenta distracciones que nos hipnotizan de tal forma que nos quedamos
embotados presenciando un simulacro, sin siquiera pensar que existe otro mundo
posible.
En el estado ideal de Platón, la labor
de los adeptos -de los filósofos- era ascender hacia la luz de las ideas
eternas, pero no quedarse en la dicha de la contemplación, sino regresar a la
cueva e instruir a los demás. Estos filósofos, que eran capaces de recordar el
ascenso del alma, debían gobernar la ciudad, ya no dormidos -como suelen
gobernarse las ciudades, según Platón- sino despiertos y con una visión clara.
Esta visión aristocrática o meritocrática de Platón ha sido especialmente
criticada en la modernidad. Hoy en día, donde gobierna la opinión pública, la
"sociedad" y lo políticamente correcto, todas las opiniones cuentan
igual y una turba en las redes sociales puede acabar con un rey-filósofo.
Esta ilustración se combina
perfectamente con la lectura de la monografía de W. Giegrich "The Occidental Soul's Self Immurement in Plato'sCave", en la que sostiene que la cueva de Platón hoy en día ha
sido introyectada y se ha vuelto portátil y autoinmersiva. Nuestra tecnología
hace que mediemos nuestra interacción con el mundo real a través de una especie
de cueva platónica que llevamos con nosotros. Un ejemplo de esto es el hombre
que va corriendo por la naturaleza oyendo música en unos audífonos con un smartphone,
los cuales son "instrumentos para la introyección voluntaria... hacia la
interioridad de una cueva, aquí un cuerpo sutil, una cueva de música". El
ser humano se retira a un mundo interior, pero ese mundo interior no es el
mundo de su alma; es un mundo artificial, un mundo de imágenes secundarias,
sombras o simulacros de la realidad primaria. Llevamos nuestra cueva con
nosotros: nuestras pantallas son como esa ubicua pared en la cual se
proyectan sombras de baja resolución de realidad y que no dejamos de mirar
nunca. En este caso, estamos voluntariamente conectados. Tal vez estas
analogías sean un poco hiperbólicas, pero el estado actual de la
dependencia tecnológica admite o incluso requiere urgentemente de este tipo de
comparaciones radicales para sacar a alguno que otro del sopor de la cueva
cotidiana.
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