domingo

LOS CANTOS DE MALDOROR (162) - CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)


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Los teoremas de la mecánica me autorizan a hablar de este modo: ¡ay! Se sabe que una fuerza agregada a otra fuerza engendra una resultante compuesta de las dos fuerzas primitivas. ¿Quién osaría sostener que la cuerda lineal ya se hubiera roto a no ser por el vigor del atleta y por la buena calidad del cáñamo? El corsario de cabellos de oro, brusca y simultáneamente, detiene la velocidad adquirida, abre la mano y suelta la cuerda. El contragolpe de esta operación, tan opuesta a las precedentes, hace crujir las junturas de la balaustrada. Mervyn, seguido de la cuerda, semeja un cometa que arrastra tras sí su reluciente cola. El anillo de hierro del nudo corredizo que centellea a los rayos del sol, sirve para completar la ilusión. En el recorrido de su parábola, el condenado a muerte hiende la atmósfera hasta la orilla izquierda, la sobrepasa en virtud a la fuerza de impulsión que imagino infinita, y su cuerpo va a chocar con la cúpula del Panteón, mientras la cuerda rodea parcialmente con sus vueltas la pared superior de la inmensa cúpula. Sobre su esférica y convexa superficie, que no se parece a una naranja sino por la forma, se ve, a todas horas del día, un esqueleto desecado que ha quedado suspendido. Cuando el viento lo balancea, cuentan que los estudiantes del Barrio Latino, temerosos de un destino similar, pronuncian una breve plegaria; son rumores insignificantes a los que no se puede dar crédito, aptos sólo para asustar a los niños. Entre sus manos crispadas tiene como una gran cinta de viejas flores amarillas. La distancia debe tenerse en cuenta, por lo que nadie puede afirmar, aunque garantice una vista excelente, que esas sean, realmente, las siemprevivas de que os hablé, y que una lucha desigual, que tuvo lugar cerca de la nueva Ópera, vio arrancar de un grandioso pedestal. No es menos cierto que las colgaduras en forma de media luna no retienen más la expresión de su simetría definitiva en el número cuaternario; id a comprobarlo vosotros mismos si no me queréis creer.


(FIN DEL CANTO SEXTO)

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