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Los teoremas de la
mecánica me autorizan a hablar de este modo: ¡ay! Se sabe que una fuerza
agregada a otra fuerza engendra una resultante compuesta de las dos fuerzas
primitivas. ¿Quién osaría sostener que la cuerda lineal ya se hubiera roto a no
ser por el vigor del atleta y por la buena calidad del cáñamo? El corsario de
cabellos de oro, brusca y simultáneamente, detiene la velocidad adquirida, abre
la mano y suelta la cuerda. El contragolpe de esta operación, tan opuesta a las
precedentes, hace crujir las junturas de la balaustrada. Mervyn, seguido de la
cuerda, semeja un cometa que arrastra tras sí su reluciente cola. El anillo de
hierro del nudo corredizo que centellea a los rayos del sol, sirve para
completar la ilusión. En el recorrido de su parábola, el condenado a muerte
hiende la atmósfera hasta la orilla izquierda, la sobrepasa en virtud a la
fuerza de impulsión que imagino infinita, y su cuerpo va a chocar con la cúpula
del Panteón, mientras la cuerda rodea parcialmente con sus vueltas la pared
superior de la inmensa cúpula. Sobre su esférica y convexa superficie, que no
se parece a una naranja sino por la forma, se ve, a todas horas del día, un
esqueleto desecado que ha quedado suspendido. Cuando el viento lo balancea,
cuentan que los estudiantes del Barrio Latino, temerosos de un destino similar,
pronuncian una breve plegaria; son rumores insignificantes a los que no se
puede dar crédito, aptos sólo para asustar a los niños. Entre sus manos
crispadas tiene como una gran cinta de viejas flores amarillas. La distancia
debe tenerse en cuenta, por lo que nadie puede afirmar, aunque garantice una
vista excelente, que esas sean, realmente, las siemprevivas de que os hablé, y
que una lucha desigual, que tuvo lugar cerca de la nueva Ópera, vio arrancar de
un grandioso pedestal. No es menos cierto que las colgaduras en forma de media
luna no retienen más la expresión de su simetría definitiva en el número
cuaternario; id a comprobarlo vosotros mismos si no me queréis creer.
(FIN
DEL CANTO SEXTO)
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