por Marta Sanz
Felipe Polleri
descuartiza con poética y humor la vida en un barrio montevideano de clase
media-alta
Dice Polleri: “No
me fastidien ni con el estilo ni con la estructura: me estoy jugando la vida,
carajo”. Dice Polleri: “Un libro de ficción debe ser percibido (…) como un
insulto (…) a lo que debería hacerse para construir una patria justa y
solidaria”. Dice, como Genet, Polleri: “Las dificultades son una cortesía para
el lector”. Con estas declaraciones, recogidas en esos paratextos con los que
la editorial Rata abriga los libros de su catálogo, sabemos bastante de este
autor uruguayo, amigo de Levrero y como él, a veces, juguetón y mágico en la
misma medida que retador y socialmente urticante. Libros del desconcierto y
para el desconcierto.
Rubén A. Arribas,
prologuista de La inocencia, basándose en las
catalogaciones de Literatura de izquierda, de DamiánTabarovsky, más o menos identifica a Polleri con un animal antidoméstico, la
contraposición salvaje del rock amaestrado.
La inocencia son las
memorias, “no malas sino malvadas” -“asquerosas, verdaderas”-, el relato
antisolemne de un niño ¿loco?, que en una de sus vidas posibles se percata de
que nunca va a envejecer porque no ha tenido hijos. La inocencia es pesadilla y revelación: bajo la
hipocresía social, en las raíces del sueño, se esconde la alegría de vivir. La
escritura constituye el único medio de socialización -no de integración- de
Polleri; por eso, el narrador, un alter ego deformado,
descuartiza poética y humorísticamente la vida en Pocitos, el barrio
montevideano de clase media alta del que proviene el escritor. Se descabeza una
posible figura materna que obliga al niño rabioso a disfrazarse de escocés y
piensa que los pobres transmiten enfermedades: una conciencia social, ni altisonante
ni babosa, sobresale en el retrato de los grasas, esos
muchachos que, con toda razón, pegan al protagonista del libro por ser el hijo
de un propietario y no el de un portero.
Frente a los
códigos hipócritas de la sociedad de Pocitos, Polleri ilumina momentos de
verdad infinita al visibilizar, por ejemplo, la extremada valentía de los
frágiles y cobardes, que han de enfrentarse a las exigencias de una
cotidianidad normal con mucho más arrojo que los fuertes e intrépidos por
naturaleza. La inocencia es un niño al que
le chirrían los dientes y prevé la violencia y la ternura que se esconden bajo
una misma vida. La inocencia es luchar por
estar en otra parte y gritar contra la doble moral no sólo de un barrio, sino
de todo un país, que mira con buenos ojos la desigualdad y la miseria como
formas de la muerte, pero condena aborto y eutanasia.
La brutalidad del
escritor y sus denuncias-grito calcifican en un rabioso ejercicio de estilo y
conciencia amorosa respecto a una lengua literaria anticanónica y rebelde. Por
mucho que Polleri exclame que no le jodan con el estilo y la estructura, el
estilo, la estructura y sus iluminaciones representan su / nuestro lado feroz:
el de los lúcidos y no tan enloquecidos hijos de los propietarios que escriben
para no morirse, y el de los grasas que
ojalá se sientan lectores respetados y agradezcan a Polleri su aportación para
el logro de una patria justa y solidaria.
Ojalá todoslos grasas leyesen y los mejores escritores no dijeran
demasiadas boutades sobre sus propios y
excelentísimos libros. Lo que sí es verdad es que Polleri se juega la vida,
carajo.
(El País / Madrid / 16-4-2018)
(El País / Madrid / 16-4-2018)

























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