domingo

LOS CANTOS DE MALDOROR (159) - CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)


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Para construir mecánicamente el meollo de un cuento soporífero, no basta con disecar estupideces y embrutecer a fondo con dosis repetidas la inteligencia del lector, de modo tal que se llegue a paralizar sus facultades por el resto de sus días, como consecuencia de la ley infalible de la fatiga; es necesario, además, mediante un excelente fluido magnético, colocarlo hábilmente en una condición de sonambulismo en la que es imposible moverse, forzándolo a ofuscar sus ojos, contra su naturaleza, por la fijeza de los vuestros. Quiero decir, no para hacerme comprender mejor, sino tan sólo para desarrollar mi pensamiento que interesa e irrita a la vez por una armonía de las más penetrantes, que no creo en la necesidad, para alcanzar el objetivo propuesto, de inventar una poesía completamente al margen del proceso ordinario de la naturaleza, y cuyo hálito pernicioso parece subvertir hasta las verdades absolutas; pero lograr tal resultado (conforme, por lo demás, con las reglas de la estética, si uno lo piensa bien), no es tan fácil como se cree: esto es lo que quería dar a entender. ¡Por eso haré todos los esfuerzos para lograrlo!  Si la muerte pone término a la fantástica emaciación de los dos largos brazos que pertenecen a mis hombros, utilizados en el lúgubre aplastamiento de mi yeso literario, quiero al menos que el enlutado lector pueda decir: “Hay que hacerle justicia. Me ha cretinizado en forma. ¡Qué no habría hecho de haber vivido más tiempo! Es el mejor profesor de hipnotismo que conozco.” Grabarán estas pocas palabras conmovedoras en el mármol de mi tumba, y mis manes quedarán satisfechos.

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