domingo

HOLISMO, NEW AGE, AUTOAYUDA (1)


1ª edición WEB elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018


EVALUACIÓN DE LA PRODUCCIÓN SOCIOLÓGICA EXISTENTE


I   Nuestro problema en la sociología de la modernidad

Antes de incursionar en la producción específica sobre nuestro tema, deseo situar el asunto en el contexto de las preocupaciones más generales de la sociología cultural actual. 

La finalidad de este apartado no es hacer un mapeamiento exhaustivo de los diagnósticos de la situación actual de la modernidad, sino explicar cómo ellos se posicionan respecto a nuestro objeto de estudio, y cómo, por lo tanto, condicionan su interpretación. En este sentido, podemos identificar tres grandes líneas.

En primer lugar, podemos mencionar a los autores más críticos de la cultura moderna, que ni siquiera se refieren a la New Age o a algo que se parezca, como una subcultura específica, sino que hablan de sus diferentes manifestaciones como síntomas del triunfo del egoísmo y del hedonismo, producto de la decadencia de la autoridad moral de la religión y de la tradición. Como veremos, en este grupo se ubican tanto pensadores neo-conservadores, como críticos “progresistas” de la cultura capitalista. 

En segundo lugar, tenemos un conjunto de autores que consideran que las predicciones preocupantes, de Weber y otros, sobre las tendencias rutinizadoras y desencantadoras de la modernidad, no son inexorables, sino que están siendo compensadas por mecanismos flexibilizadores al nivel “estructural”, y por la aparición de valores críticos de los excesos del racionalismo ascético al nivel “cultural”. Y tanto esos mecanismos como esos valores serían productos de la propia modernidad. Es en este sentido que estaríamos viviendo una fase “tardía” de la propia modernidad, y no un tiempo de “pos-modernidad”.

Fenómenos como la New Age, la auto-ayuda y la “nueva consciencia religiosa” serían parte de una adaptación de la cultura a la fase actual de la propia modernidad, conocida como “sociedad pos-tradicional”, “alta-modernidad”, “modernidad tardía” o “capitalismo pos-industrial”. Estos autores, en general, reconocen, en aquellos fenómenos, un componente de retracción hacia el interés privado y hacia el hedonismo, pero piensan que -en última instancia- constituyen un nuevo tipo de ética, de efectos emancipadores.

Esta interpretación percibe a la nueva cultura, más que como una ruptura, como el resultado de una continuidad. En ese sentido, se resalta la importancia de las ideas del romanticismo del siglo XIX, así como de la contracultura de los años 60, como precedentes fundamentales. En este punto de vista se apoya la gran mayoría de la producción sociológica específica sobre el asunto, como luego veremos.

En el tercer tipo de abordaje, incluyo autores que piensan que estamos viviendo una crisis definitiva de la visión del mundo moderna, y el surgimiento de una cosmovisión totalmente nueva. Para este tipo de perspectiva, estaríamos inmersos en un “cambio de paradigma”, una “transformación civilizacional” cuyo resultado es muy difícil de imaginar, pero que, ciertamente, romperá radicalmente con la visión dualista del mundo, propia de la modernidad.  Más allá de diferencias, estos autores piensan que la sociología, si desea entender algo de lo que está sucediendo, debe “tomar en serio” su objeto. Las creencias “nativas” de que el racionalismo materialista moderno llegó a su fin, y de que nos estaríamos dirigiendo hacia un mundo reespiritualizado al estilo oriental, son incorporadas al propio arsenal explicativo, generándose así una amplia área de superposición de la sociología con su propio objeto, que expone a estos autores a acusaciones de falta de distanciamiento.

A  Egoísmo, narcisismo y decadencia moral: las interpretaciones críticas

Para Daniel Bell[1], la “contradicción cultural del capitalismo” es aquella entre “una estructura social que es organizada fundamentalmente en términos de roles y especialización, y una cultura que se preocupa por el engrandecimiento y la realización del self y de la persona ‘total’”[2]; una contradicción entre “el tipo de organización y las normas demandadas por el reino económico, y las normas de auto-realización que son actualmente centrales en nuestra cultura.”[3] Según Bell, la propia dinámica del capitalismo, a través de la producción y el consumo de masas, y de la generalización del crédito, generó nuevas necesidades y nuevos medios de gratificarlas, destruyendo, de esta manera, a la ética protestante. Así, “sólo restó el hedonismo, y el sistema capitalista perdió su ética trascendental.”[4] La ética protestante habría sido sustituida por el hedonismo, como “justificación cultural, si no moral, del capitalismo.”[5] Mientras las religiones históricas “eran religiones de restricción”, en las que “encontramos un gran miedo de lo demoníaco, de la naturaleza humana irrefrenada” , la cultura secular modernista “comenzó a aceptarlo, a explorarlo, a revelarse en él, llegando a verlo como fuente de creatividad.”[6] Mientras la filosofía clásica pensaba en términos de seres que tenían una cualidad común,

“en la consciencia moderna, no hay un ser común sino un self, y el interés de este self es por su autenticidad, su carácter, único, irreductible, libre de las tramas y las convenciones, de las máscaras y las hipocresías, de las distorsiones del self por parte de la sociedad.”[7]

Esta tendencia habría ido acentuándose, hasta llegar a su apogeo en la contracultura californiana de los años 60, para Bell, el mejor ejemplo del hedonismo moderno. El surgimiento, en su contexto, de nuevos movimientos terapéuticos y técnicas expresivas se trata, para él, de un vaciamiento ético de la tradición psicológica.

“Lo que sucedió en los Estados Unidos es que la moralidad tradicional fue reemplazada por la psicología, la culpa por la ansiedad. Una época hedonista tiene sus propias psicoterapias asimismo. Si el psicoanálisis surgió justo antes de la Primera Guerra Mundial para lidiar con las represiones del puritanismo, la época hedonista tiene su contraparte en el entrenamiento sensitivo, los grupos de encuentro, ‘la terapia del júbilo’ (joy therapy), y técnicas similares que tienen dos características esencialmente derivadas de un estado de ánimo hedonista: son conducidas exclusivamente en grupos; e intentan ‘desbloquear’ al individuo a través del contacto físico, el tanteo, el toque, la caricia, la manipulación. Donde la intención del psicoanálisis era capacitar al paciente para conseguir el auto-conocimiento y redireccionar así su vida -una finalidad inseparable de un contexto moral- las nuevas terapias son enteramente instrumentales y psicologísticas; lo que buscan es ‘liberar’ a la persona de inhibiciones y restricciones de forma que él o ella pueda expresar sus impulsos y sentimientos más fácilmente”[8]

Desde una perspectiva diferente, autores como Richard Sennet[9] y Christopher Lasch[10], también ven las recientes terapias expresivas y los movimientos de auto-realización como una consecuencia negativa de la dinámica de la “alta modernidad”. Así como Bell habla de hedonismo ellos hablan de “narcisismo”. Con este concepto, estos autores no se refieren a la idea corriente de “auto-admiración”. Para ellos, el narcisismo es un mecanismo psicológico de adaptación defensiva, ante la naturaleza apocalíptica de la vida social moderna. Más que un mecanismo de gratificación hedonista, el narcisismo sería una forma de “supervivencialismo”.[11]

Para Lasch, la vida social moderna está tan amenazada por riesgos globales, incontrolables para el individuo, que la mayoría de las personas se encierran en “estrategias de supervivencia” particulares, desistiendo de la esperanza de influir en los macro-escenarios de riesgo.

“La cultura organizada en torno al consumo de masas estimula el narcisismo [...] no porque  haga a las personas mas ambiciosas y agresivas sino porque las hace frágiles y dependientes. Corroe su confianza en la capacidad de entender y formar el mundo y de proveer sus propias necesidades. El consumidor siente que vive en un mundo que desafía el entendimiento y el control prácticos, un mundo de inmensas burocracias, de sobrecarga de informaciones y de complejos e interligados sistemas tecnológicos, vulnerables a súbitos colapsos.”[12]

La individualidad y la identidad personal se tornan problemáticas. Las personas se retraen a preocupaciones puramente personales, tales como el auto-perfeccionamiento psíquico y físico. Este narcisismo sería un intento de compensar con fantasías de omnipotencia y grandiosidad los sentimientos de vacío e inautenticidad.

Las promesas de la ciencia y la tecnología, de satisfacer las necesidades y otorgar mayor capacidad de control y libertad, se revelaron ilusorias. En cambio, pusieron al hombre moderno ante el riesgo incontrolable de desastres globales, y lo hicieron dependiente frente a un conocimiento especializado, que “nadie parece comprender o controlar; lo cual, a su vez, “dio origen a un sentimiento generalizado de impotencia y victimación” y al “sentimiento de que extraños controlan nuestra vida.”[13]

“Las malas imágenes que ha internalizado hacen al narcisista crónicamente intranquilo sobre su salud y la hipocondría lo hace especialmente afín a la terapia y los grupos y movimientos terapéuticos”.[14]

Como Bell, Lasch percibe un movimiento hacia la superficialidad en el campo de la terapia psicológica, en que el énfasis introspectivo del psicoanálisis habría sido sustituido por la búsqueda de la adaptación, propia de la psicología comportamental y de las nuevas terapias rápidas. Él también parece ver en esto una resignación moral, una búsqueda del bienestar, “más allá de la libertad y la dignidad”.

“Confrontadas a un medio ambiente aparentemente implacable e ingobernable, las personas se volcaron a la autogestión. Con el auxilio de una elaborada red de profesiones terapéuticas, las cuales, a su vez abandonaron los abordajes que enfatizan las introvisiones introspectivas en beneficio de la adaptación y de la modificación del comportamiento, los hombres y las mujeres intentan actualmente reconstruir una tecnología del yo, la única alternativa aparente al colapso personal. Entre un gran número de personas, el miedo de que el hombre sea esclavizado por sus máquinas dio lugar a una esperanza de que el hombre se transforme en algo parecido a una máquina, por sus propios méritos, y alcance, así, un estado de espíritu ‘más allá de la libertad y de la dignidad’, en palabras de B.F. Skinner. Por detrás de la intención de ‘comunicarse con sus propios sentimientos’ -un remanente de una anterior psicología profunda- se encuentra la insistencia de que no hay profundidad, no hay deseo, y de que la personalidad humana es apenas una colección de necesidades programadas.”[15]

Para Lasch, la valorización reciente de la espontaneidad y la auto-iniciativa en la educación y en el gerenciamiento empresarial son ejemplos de la aparición de una “democracia sin substancia”, producto de la adaptación de los métodos de supervisión institucional al debilitamiento de la tradición y la autoridad.  Según él, en la industria, la escuela y la familia se pasó de “un modo autoritario” a un “modo terapéutico” de supervisión. En la industria, habría habido un cambio, de un estilo de control basado en advertencias y castigos, a un estilo más “humanista”, que trata al trabajador no como un niño sino como socio en la empresa y procura darle un sentido de pertenecer a ella.

“Recurriendo no sólo a sus propios experimentos, sino a un vasto cuerpo de teoría sociológica e psicológica, los miembros de la nueva elite administrativa sustituyeron la supervisión directa de la fuerza de trabajo por un sistema mucho más sutil de observación psiquiátrica.”[16]



Notas

1 Bell, 1996.
Idem., p. 14.
Idem., p. 15.
Idem., p. 21.
Idem.
Idem., p. 19.
Idem., p. 19, énfasis del autor
8 Lasch 1985, p. 48
Idem. , p.38
10 Lasch, 1979 y 1986.
11 Idem.
12  Lasch 1985, 24
13 Idem, p. 34-5
14 Idem, 1979, p.85
15 Idem.
16 Idem.

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