por
Valeria Sabater
Las
personas más inteligentes no son siempre las que toman las mejores decisiones.
Un elevado coeficiente intelectual tampoco es garantía de éxito ni certeza de
felicidad. En muchos casos, estos perfiles son quienes más quedan atrapados en
el nudo de sus preocupaciones, en el abismo de la angustia existencial y en esa
desesperanza que consume las reservas del optimismo.
Existe
una tendencia popular a ver a todos estos genios del arte, las matemáticas o la
ciencia como criaturas taciturnas, como personas algo peculiares y muy apegadas
a sus rarezas. Ahí tenemos, por ejemplo, a Hemingway, a Emily Dickinson, Virginia
Woolf, a Edgar Allan Poe o al propio Amadeus Mozart… Mentes geniales, creativas
y excepcionales que llevaron su angustia hasta el borde del precipicio que
anunciaba la tragedia.
La
inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es
capaz de soportar.
Immanuel Kant
Sin embargo, ¿qué hay de
real en todo esto? ¿Hay una asociación directa entre un elevado CI y la
depresión? Bien, cabe señalar en primer lugar que una elevada inteligencia no
contribuye necesariamente al desarrollo de algún tipo de trastorno mental.
Existe eso sí, un riesgo
y una predisposición a la preocupación excesiva, a la auto-crítica y percibir
la realidad de un modo muy sesgado, tendiente a la negatividad. Factores todos
ellos que conforman en muchos casos las manos necesarias para dar forma a la
depresión. Ahora bien, cabe decir que hay excepciones, claro está. En nuestra
sociedad tenemos personas brillantes que sacan partido de todo su potencial
invirtiendo no sólo en su propia calidad de vida, sino en la propia sociedad.
Sin embargo, son muchos
los trabajos, análisis y libros que nos revelan esa singular tendencia. Sobre
todo entre las personas que cuentan con un CI de más de 170 puntos.
La
personalidad de las personas más inteligentes
“The creative brain” es
un libro muy útil para entender cómo funciona la mente y le cerebro de las
personas más inteligentes y creativas. En él, la neuróloga Nancy Andreasen
realiza un meticuloso estudio con el que demuestra que existe una tendencia
bastante significativa de los genios de nuestra sociedad para desarrollar
diferentes trastornos: trastornos bipolares, depresiones, crisis de ansiedad y especialmente
trastornos de pánico.
El propio Aristóteles ya
reveló en su momento que la inteligencia caminaba de la mano de la melancolía.
Genios como Sir Isaac Newton, Arthur Schopenhauer o Charles Darwin sufrieron
épocas de neurosis y psicosis. Virginia Woolf, Ernest Hemingway o Vincent Van
Gogh dieron el paso temible de acabar con su propia vida.
Todas ellas son figuras
conocidas, y sin embargo, en nuestra sociedad siempre han existido genios
silenciosos, incomprendidos y solitarios que han habitado en sus propios
universos personales profundamente desconectados de una realidad que se les
antoja demasiado caótica, vacía de sentido y decepcionante.
Estudios
con personas muy inteligentes
Sigmund Freud estudió
junto a su hija Anna Freud el desarrollo de un grupo de niños con un CI
superior a 130. En su estudio descubrió que casi el 6o% de ellos acabó
desarrollando un trastorno de depresión mayor.
Asimismo, también son
célebres los trabajos de Lewis Terman, pionero en psicología educativa de
principios del siglo XX. Fue en los años 60 cuando inició un largo estudio con
niños con altas capacidades, pequeños que superaban un CI de 170 puntos y que
participaron en uno de los experimentos más famosos de la historia de la
psicología. A estos niños los llamaron los “termitas” y no fue hasta entrados
los 90 cuando empezaron a sacar algunas conclusiones importantes.
La
inteligencia: una carga muy pesada
Los “termitas”, los niños
de Lewis Terman convertidos ya hoy en adultos de edad avanzada afirman que una
elevada inteligencia se relaciona con una menor satisfacción vital. A pesar de
que muchos de ellos alcanzaron la fama y una posición relevante en la sociedad,
una buena parte intentó suicidarse en más de una ocasión o cayó en conductas
adictivas, como el alcoholismo.
Otro aspecto
significativo que declaró este grupo de personas y que puede verse también en
quienes presentan unas elevadas capacidades intelectuales es que son muy
sensibles ante los problemas del mundo. No sólo se preocupan por la presencia
de las desigualdades, el hambre o las guerras. Las personas muy inteligentes se
sienten contrariados ante los comportamientos egoístas, irracionales o faltos
de lógica.
El
lastre emocional y los puntos ciegos en las personas muy inteligentes
Los expertos nos dicen
que las personas muy inteligentes padecen en ocasiones lo que podría
denominarse como un trastorno disociador de la personalidad. Es decir, ven sus
propias vidas desde arriba, como el narrador que usa una voz en tercera persona
para ver su realidad con meticulosa objetividad pero sin sentirse plenamente
partícipe de ella.
Este enfoque hace que
presenten a menudo “puntos ciegos”, un concepto que tiene mucho que ver con la
Inteligencia Emocional y que Daniel Goleman desarrolló en un interesante libro
con el mismo título. Son autoengaños, fallos graves en nuestra percepción a la
hora de elegir en qué fijarnos y en qué obviar para no responsabilizarnos.
Así, lo que hacen a
menudo las personas muy inteligentes es enfocarse en exclusiva en las carencias
de su entorno, en esa humanidad desafinada, en ese mundo extraño y egoísta por
naturaleza donde le es imposible encajar. Carecen muchas veces de adecuadas habilidades
emocionales para relativizar, para encajar mejor, para hallar la calma entre
toda esa selva exterior y esa disparidad que tanto les confunde.
Asimismo, algo que sin
duda podemos deducir de las personas muy inteligentes es que a menudo, sufren
serias carencias en ese otro tipo de materia, la emocional. Ello nos lleva a su
vez a otra conclusión: al siempre sobrevalorado coeficiente intelectual se le
debería añadir otro factor más a la hora de elaborar las pruebas psicométricas.
Hablamos de la
“sabiduría”, de ese conocimiento vital para desarrollar una auténtica
satisfacción cotidiana, para dar forma a un buen autoconcepto, una buena
autoestima y a esas habilidades idóneas para invertir en convivencia y en la
construcción de una felicidad real, sencilla pero tangible.
(La mente es maravillosa / 8-10-2017)
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