domingo

LOS CANTOS DE MALDOROR (148) - CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)


CANTO SEXTO

5 (4)

No olvide la promesa que me ha hecho de pasearse por el puente del Carrusel. En caso de que yo pase por allí, tengo la seguridad más absoluta de que lo encontraré y le daré la mano, con tal de que esa inocente manifestación de un adolescente que todavía ayer se inclinaba ante el altar del pudor, no llegue a ofenderlo por su respetuosa familiaridad. Ahora bien, ¿la familiaridad no resulta admisible en el caso de una intensa y ardiente intimidad, cuando la perdición es convicta y confesa? ¿Y qué mal habría, después de todo -se lo pregunto a usted mismo- en que le diga adiós, de paso cuando pasado mañana, llueva o no, hayan dado las cinco? Usted mismo apreciará, gentleman, el tacto con que he construido mi carta, pues no me permito, en una hoja suelta y fácil de perderse, decirle nada más. Sus señas al final de la página son un jeroglífico. Me ha sido preciso casi un cuarto de hora para descifrarlo. Me parece que ha hecho bien en escribir las palabras en forma microscópica. Me eximo de firmar, con lo que lo imito a usted; vivimos en una época demasiado excéntrica, para asombrarse por un momento de lo que podría ocurrir. Tengo curiosidad por saber cómo ha averiguado el lugar en donde mora mi inmovilidad glacial, rodeada de una larga hilera de salas desiertas, inmundos osarios de mil horas de tedio. ¿Cómo podría decirlo? Cuando pienso en usted, mi pecho se agita, resonante como el derrumbamiento de un imperio en decadencia, pues la sombra de ese amor delata una sonrisa que quizás no exista: ¡es una sombra tan vaga, y mueve sus escamas tan tortuosamente! Dejo en sus manos mis sentimientos impetuosos, placas de mármol absolutamente nuevas, y vírgenes aun de cualquier contacto moral. Tengamos paciencia hasta los primeros fulgores del crepúsculo matinal, y en espera del momento que me arrojará en el horroroso enlace de sus brazos pestíferos, me inclino humildemente hacia sus rodillas, que abrazo.” Después de haber escrito esta carta culpable, Mervyn la lleva al correo y vuelve a acostarse. No penséis encontrar allí a su ángel guardián. La cola de pescado sólo volará durante tres días, es cierto; pero ¡ay! No por eso la viga estará menos quemada; y una bala cilindrocónica atravesará la piel del rinoceronte, a pesar de la muchacha de nieve y el mendigo. El loco coronado habrá dicho la verdad sobre la fidelidad de los catorce puñales.

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