El año de la boda de Lieschen cumplió
Sebastián los sesenta y cuatro, y su semblante, cuando no lo suavizaba su
sonrisa maravillosa, tenía una expresión severa, capaz hasta de asustar a los
desconocidos que no sabían cuánta bondad encerraba. Las líneas de su rostro de
habían marcado y acentuado, la boca se cerraba con más firmeza, una arruga
profunda le bajaba hasta el mentón. Y también las del entrecejo se habían
profundizado. Pero el ceño no se lo había producido la cólera, sino el esfuerzo
visual que hubo de hacer en sus últimos años, pues la vista se le había cansado
en el curso de su vida, a fuerza de leer y escribir partituras. La mirada franca
que tenía cuando yo le conocí, había desaparecido, y ya lanzaba, por debajo de
los párpados casi cerrados, una mirada aguda y penetrante, para poder reconocer
los detalles del mundo exterior. Creo que si un extraño hubiese conocido a
Sebastián en aquellos años, hubiera creído ver en él un hombre serio, severo y,
hasta cierto punto, temible. Pero esa impresión sólo duraba hasta que Sebastián
examinaba un momento, con la cabeza inclinada y los ojos esforzándose por ver,
al visitante, pues así que empezaba a hablar y se sonreía, aparecía toda su
bondad y dulzura, bajo la que acompañábamos toda la familia como bajo la
protección de una roca, y hasta el más extraños de los visitantes comprendía
por qué su mujer, sus hijos y sus discípulos lo querían tanto. A nosotros no
dejaba mirar en su corazón, que era el más hermoso que ha latido en este mundo.
Pero no lo abría a todos, y naturalmente, muchos no le amaban y no tenían
escrúpulos en decir de él cosas tan malas como inciertas. En Leipzig tuve que
padecer mucho por la envidia de ciertas personas y por las innumerables discusiones
que tuvo que sostener de palabra y por escrito. Aunque generalmente no solía
hacer caso de esas cosas, las mentiras que sobre él hacía correr el señor
Scheibe le irritaron tanto, que rogó a su amigo el Magister Birnbaum que contestase por él públicamente en la Prensa,
pues no tenía ni tiempo ni ganas se separarse de su música para hacerlo
personalmente. Lo que se escribía sobre él, le dejaba completamente
indiferente; y así, dejó de comunicar al señor Mattheson detalles de su vida,
que le había pedido para un Diccionario de músicos que publicó con el título: “Lista
de honor en la que figuran las vidas, obras y méritos de los mejores directores
de orquesta, compositores, críticos de arte musical y virtuosos”. Debo confesar
que estaba un poco apenada por la actitud displicente de mi marido, pues me
hubiera gustado ver escrita su vida en aquella obra. En los últimos años se iba
concentrando cada vez más en sí mismo y en su casa, como si presintiera que aun
había de escribir mucha música y le quedaba muy poco tiempo.
-Querida -me dijo una vez-, al viejo
Bach -así le llamaban los alumnos de la Escuela de Santo Tomás- no le quedan ya
muchos años de vida para escribir su música, y no debe malgastarlos en cosas
profanas.
Durante algún tiempo, hasta se negó a
ingresar en la Sociedad de Ciencia Musical de Mizler; en parte, porque, como
miembro de ella, hubiera tenido que encargarse un retrato al óleo, para
regalárselo a la Sociedad. Finalmente, cedió ante la insistencia de Mizler;
hizo pintar su retrato -que por cierto salió muy bien- y escribió un triple
canon a siete voces y variaciones, con el título de “¡Desde lo alto del Cielo!”,
para donarlo a la Sociedad, que mandó reproducirlo en grabado. Lorenzo Mizler,
el fundador de esa Sociedad, había sido durante algún tiempo discípulo de
Sebastián y, en una disertación que pronunció poco antes de marcharse de
Leipzig, había dicho:
-He obtenido grandes beneficios de tu
enseñanza de la música práctica, ilustre Bach, y lamento no poder seguir
disfrutando de ella.
Mizler era muy diestro en muchas cosas,
pero Sebastián no le tenía en gran estima porque era muy vanidoso y estaba muy
pagado de sí mismo.
-A pesar de su inteligencia, no es
más que un muchacho vulgar -había dicho Sebastián al juzgarlo. Tal vez fuese
esta una de las razones por que vaciló tanto para ingresar en la Sociedad de
Ciencias Musicales.
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