por Nicolás Ferraro
Sergio,
un músico de galpón en en un lugar donde nunca pasa nada, se entera que
Charlotte Rampling, la mujer que cambió algo en él desde que la observó en la
pantalla dando vida a Velma en Farewell, My Lovely, vendrá a su
ciudad, Treinta y Tres, en el interior de Uruguay para realizar actividades
benéficas. Con el fin de romper con la angustia que brota dentro suyo al
percibir la distancia entre el imaginario de signos que el mundo del cine y la
música le crearon y su opaca realidad, Sergio decidirá secuestarla.
Empecemos
hablando de cuál fue el origen de “Carlota Podrida” y de su proceso de
escritura.
El
núcleo más simple del argumento surgió hace mucho tiempo, en la adolescencia.
Apareció cuando descubrí con asombro la falsificación que implica abstraer,
pensar, olvidar diferencias. Viendo en un bar de mi pueblo a un gaucho pringoso
con un ojo infectado que chorreaba no sé qué fluido, y calzado con chinelas de
goma brasileras, pensé en lo artificioso que resultaba admitir que aquel
paisano era de la misma especie que -digamos- Jacqueline Bisset o aun que la
Miss Primavera del Centro Progreso. Se me ocurrió, de un modo medio obsesivo,
la posibilidad de confrontar esas heterogeneidades de un modo brutal,
elemental, la necesidad de generar un choque entre las palabras y las cosas.
Después, esa intuición u obsesión se hizo más precisa y más compleja; conocí “La
sociedad del espectáculo” (la sociedad, no la civilización; Guy Debord, no
Vargas Llosa): “El espectáculo es la reconstrucción material de la ilusión
religiosa (…) es la realización técnica del exilio de los poderes humanos en un
más allá…”
Hay
una desesperanza o una angustia dentro del protagonista al contemplar la
distancia -insalvable- entre la realidad y la representación que él encuentra
en el arte. El imaginario del cine o la música hicieron que esperara más que
aquello con lo que convive. ¿Cómo fue la construcción de este retrato? ¿Cómo
opera esto que en la novela se llama “repertorio de ansiedades”?
Existen
varias formas de aproximarse al horrible desencuentro entre el mundo y las
idealizaciones o simplificaciones de su representación icónica. Tal vez la
menos metafísica, la más política sea la siguiente: los últimos empujes de la
ya arruinada educación pública uruguaya (laica, gratuita, obligatoria), el
espíritu humanista, rodoniano o neoclásico que impregnó esa educación, generó
algunos especímenes monstruosos. Gente de las orillas excéntricas y miserables
del mundo tuvo acceso a una especie de alucinación donde existía, por ejemplo,
el cubismo o la música barroca o la física cuántica. En alguno de los dos
lugares (la alucinación civilizatoria o la penuria del barrio) el sujeto va a
ser un alienado o un angustiado, un advenedizo o un desterrado. Ocurre algo
parecido -aunque más masivo- con las representaciones de la industria del
entretenimiento. Eso es lo que le pasa al narrador, y lo que tal vez le pasó al
autor. Nada nuevo: de eso se trata El Quijote o Madame Bovary. Claro que, como
queda escrito -si mal no recuerdo- en la novela, Don Quijote quería, dijo
Foucault, transformar la realidad en signo, mientras que Sergio Techera quiere
forzar precisamente el proceso inverso: transformar el signo o el soporte
apenas material de un ícono (Charlotte Rampling, para el caso) en un pedazo de
realidad maloliente.
¿Cómo
llegaste a la figura de Charlotte Rampling y por qué decidiste utilizarla?
Charlotte
Rampling es una mujer muy hermosa, un resplandeciente objeto de deseo. Su
flacura radical la vuelve casi trazo, un cuerpo apenas tridimensional, apto
para las operaciones que intenta generar su secuestrador. El origen
aristocrático es funcional también para producir el contraste con el ambiente
plebeyo al que es traspuesta.
Tu
novela plantea una exploración de los márgenes y la periferia por duplicado;
primero por la presencia de un ícono mundial llegando a Sudamérica, y después,
yendo a una ciudad del interior del país. Me gustaría ahondar en esta
situación.
El
margen, la periferia, el tercer mundo, son espacios fronterizos, y como tales,
son fértiles. En ellos ocurre de modo verosímil, fluido, la hibridación barroca
de los lenguajes, de las cosas, de las imágenes. El margen es el territorio del
lumpen: del sujeto que florece en los intersticios de las grandes
totalizaciones, fuera de las geometrizaciones de la división del trabajo o de
la historia. También, frecuentemente, la periferia de estos distritos
excéntricos del planeta funcionan como perversión de los lenguajes y las
imágenes del centro. Es algo así como el Mundo Bizarro, aquella especie de
dimensión carnavalizada del universo de la DC Comics, creación magistral de la
propia DC Comics.
¿Cómo
ves que opera la cultura pop y su imaginario en la formación de la identidad de
una persona, en algo que podríamos llamar, su educación sentimental?
El
gran escritor uruguayo Amir Hamed me dijo que eso que llamamos educación
sentimental es el repertorio de imágenes que utilizamos en nuestra adolescencia
para masturbarnos. Sin dudas, la cultura pop es un importante dispensador de
ese tipo de imágenes.
Ya
hace muchas generaciones que la cultura pop, la industria cultural, el
entretenimiento, son nuestro ambiente. Ella pesa sobre nosotros como el
tonelaje del mar sobre las criaturas abisales: nos forma y nos deforma, nos
hace emitir luz. Todos hemos crecido comiendo basura. Algunos somos criaturas
anfibias, podemos asomar la cabeza fuera de la cultura de masas, leer la
Fenomenología del Espíritu o dedicarnos a la filología, o -en fin- escuchar a
Penderecki, pero somos criaturas pop.
El
protagonista nombra a lo largo de la novela sus referentes, aquellos artistas
que cambiaron su manera de ver el mundo. ¿Cuáles son los tuyos?
He
dicho en otras entrevistas que los momentos artísticos que más me conmueven e
interesan en la historia de la Modernidad son la poesía barroca española del S.
XVII (particularmente la obra de Góngora), y el rock argentino de los 70
(Manal, Pappo’s Blues, Billy Bond y La Pesada, Pescado Rabioso, Aquelarre,
Color Humano, Polifemo, La Máquina de hacer Pájaros). Eso, desde luego, tiene
algo de boutade -y, por lo tanto, de simplificación-. Pero también tiene mucho
de verdad. Pese a la proximidad geográfica del lugar donde nací y vivo con el
Brasil, pese a cierta filia de algunos de mis congéneres montevideanos respecto
del vitalismo tropicalista brasilero, a mí siempre me interesó más Buenos
Aires. Cortázar y Bioy fueron irrupciones inovidables, cuyas réplicas (en el
sentido sismológico) todavía percibo. También me interesó siempre mucho la
historieta argentina (desde las de Editorial Torino de mi niñez, hasta cosas
más artie, pasando por la obra de Robin Wood en las revistas de Editorial
Columba que consumí mucho entre los 13 y 14 años). También me interesa mucho la
tradición del humor gráfico argentino: entre tantas cosas, alguna vez quise ser
dibujante; imitaba a Crist y a Limura.
En
otro ámbito, también el descubrimiento y la exploración del blues del Delta ha
sido fundamental para mí. Y la canción popular uruguaya de raíz folklórica es
seguramente, desde la más lejana infancia, algo connatural a mi formación; pero
no lo percibo como una peripecia en mi modo de leer o como un flash en la
sensiblidad: es algo que siempre estuvo ahí.
¿Cómo
ves la actualidad literaria uruguaya? ¿Qué libros podés recomendarnos?
Hay
algunos escritores de mi generación, como Amir Hamed (muerto recientemente) o
-en el ensayo- Sandino Núñez que deben figurar, sin dudas, entre los mejores
escritores de la lengua. Justamente, la compleja excelencia de sus respectivas
escrituras, y la pequeñez de nuestro mercado, mantiene sus obras cautivas en
los microcircuitos uruguayos.
Por
otro lado, el surgimiento, hace diez años, de Casa Editorial Hum, ha impuesto
un nuevo canon de narradores: Martín Bentancor, Daniel Mella, Damián González
Bertolino, Mercedes Estramil, Rodolfo Santullo, Mercedes Rosende etc.
También
me interesan Manuel Soriano (que es argentino), Henry Trujillo, Rosario Lázaro.
En fin, otras editoriales independientes, como Criatura, Fin de Siglo o Banda
Oriental, publican buena narrativa uruguaya. Se está escribiendo mejor, y se
está publicando más que cuando mis amigos y yo empezamos.
En
cuanto a la poesía, tengo entendido que hay una proliferación de ediciones
under, de lecturas y performances en boliches y otros lugares. Pero no conozco
nada que irrumpa, que deforme el lenguaje de un modo riguroso y conmovedor. Me
da la impresión de que la poesía actual, tal como la percibo y la conozco, es
la dilapidación de espacio o de papel, el desparramo del sentido. La poesía no
es un oficio, pero los poetas deberían comenzar por creer o fingir que lo es,
para después comenzar sus deconstrucciones o lo que fuera.
¿Cómo
manejás el clima, la atmósfera, en tus narraciones?
La
atención, la curiosidad sostenida son herramientas intelectuales muy útiles, no
solo para un escritor, sino para un sujeto cualquiera. La aplicación, la
costumbre de esas herramientas a los espacios que recordamos o inventamos,
suele crear efectos de distorsión expresionista. En el momento de la escritura
de determinados pasajes (en el caso de Carlota Podrida, me ocurre en el pasaje
del campamento en el monte, junto a una laguna o azude) los espacios me
terminan por parecer reales; cuando interrumpo o termino, tengo nostalgia de
ellos. A lo mejor algo, un poco de eso, se contagia al lector. A propósito -o
no tan a propósito- el único caso de escritura literaria como visión o profecía
que he experimentado, es bastante puntual y modesto, y tiene relación con esa
parte de Carlota Podrida. No predije una guerra, ni una muerte: adelanté algo
más inverosímil y más banal. Los personajes, que se dirigen a una pesquería en
un viejo auto fúnebre, se detienen un momento frente a una comisaría situada en
un extremo del puente sobre el arroyo Yerbal. Unos meses después de publicado
el libro, sin habernos propuesto reconstruir ningún pasaje del libro, olvidados
del libro, mis amigos y yo en un antiguo auto fúnebre (cuya existencia yo
ignoraba o creía ignorar cuando escribí) nos detuvimos frente a la comisaría
que queda en un extremo del puente del arroyo Yerbal.
¿Cómo
abordás en tu obra el trinomio “lenguaje, trama, argumento”?
El
escritor más fascinante sería el que tuviese la capacidad de profusión
metafórica de Lezama Lima y la exactitud en la invención de argumentos y armado
de tramas de Bioy.
En
mi juventud, anduve ansioso y frustrado buscando argumentos originales, tramas
precisas. Hasta que decidí, siguiendo el precepto de Bolaño que para escribir
novelas no hace falta tener imaginación, sino tener memoria. La función
poética, el espesor del lenguaje me salen más espontáneamente. Soy un escritor
muy artificioso. Como un volante demasiado afecto a los lujos y moñas: poco
práctico.
(EVARISTO CULTURAL / 2-6-2018)
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