domingo

EL TEATRO Y SU DOBLE (25) - ANTONIN ARTAUD


LA PUESTA EN ESCENA Y LA METAFÍSICA (9)

Hace pocos días asistí a una discusión sobre teatro. Vi a una especie de serpientes humanas, llamadas también autores dramáticos, que explicaban cómo meterle una pieza a un director, y se parecían a esos personajes históricos que echaban veneno en la oreja de sus rivales. Se trataba, creo, de determinar la orientación futura del teatro, y, en otros términos, de su destino.

Nadie determinó nada, y en ningún momento se discutió el verdadero destino del teatro, es decir, aquello que por definición y esencia el teatro está destinado a representar, ni los medios de que dispone para realizar ese destino. En cambio el teatro se me apareció como una especie de mundo helado, con artistas endurecidos en actitudes que nunca les servirían otra vez, con quebradizas entonaciones que ya caían en pedazos, con músicas reducidas a una especie de aritmética, de cifras cada vez más borrosas; como luminosas explosiones, también congeladas, y que eran unas vagas huellas de movimiento, y alrededor, un parpadeo extraordinario: hombres vestidos de negro que se disputan unos recibos en el umbral de una taquilla calentada al rojo. Como si el mecanismo teatral hubiese quedado reducido a todo su exterior; y porque ha sido reducido a lo exterior, y porque el teatro ha sido reducido a cuanto no es teatro, la gente de gusto no soporta el hedor de su atmósfera.

Para mí el teatro se confunde con sus posibilidades de realización, cuando de ellas se deducen consecuencias poéticas extremas; y las posibilidades de realización del teatro pertenecen por entero al dominio de la puesta en escena, considerada como lenguaje en el espacio y en movimiento.

Ahora bien, deducir las consecuencias poéticas extremas de los medios de realización es hacer metafísica con ellos, y creo que nadie objetará esta manera de considerar la cuestión.

Y hacer metafísica con el lenguaje, los gestos, las actitudes, el decorado, la música, desde un punto de vista teatral, es, me parece, considerarlos en razón de todos sus posibles medios de contacto con el tiempo y el movimiento.

Dar ejemplos objetivos de esta poesía que sigue a las diversas maneras en que un gesto, una sonoridad, una entonación, se apoyan con mayor o menor insistencia en tal o cual segmento del espacio, en tal o cual momento, me parece tan difícil como comunicar con palabras el sentimiento de la cualidad particular de un sonido, o el grado y la cualidad de un dolor físico; depende de la realización y sólo puede determinarse en escena.

Tendría ahora que pasar revista a todos los medios de expresión del teatro, o la puesta en escena, que en el sistema que acabo de exponer se confunde con él. Esto me llevaría demasiado lejos, y sólo daré uno o dos ejemplos.

Ante todo, el lenguaje hablado.

Hacer metafísica con el lenguaje hablado es hacer que el lenguaje exprese lo que no expresa lo que no expresa comúnmente; es emplearlo de un modo nuevo, excepcional y desacostumbrado, es devolverle la capacidad de producir un estremecimiento físico, es dividirlo y distribuirlo activamente en el espacio, es usar las entonaciones de una manera absolutamente concreta y restituirles el poder de desgarrar y de manifestar realmente algo, es volverse contra el lenguaje y sus fuentes bajamente utilitarias, podría decirse alimenticias, contra sus orígenes de bestia acosada, es en fin considerar el lenguaje como forma de encantamiento.

Todo, en esa manera poética y activa de considerar la expresión en escena, nos lleva a abandonar el significado humano, actual y psicológico del teatro, y reencontrar el significado religioso y místico que nuestro teatro ha perdido completamente.

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