domingo

SANDINO NÚÑEZ - EL DESENCUENTRO / LA DIALÉCTICA, EL VIRUS RESIDENTE DEL CAPITALISMO Y EL FANTASMA DE LENIN (5)



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Así, el capitalismo volvió a interponer su cuerpo en el lenguaje que pretendía criticarlo, pero no ya como la positividad de un modo de ser ni como la negatividad de una ideología, sino como el chasis neutro en el que se apoya ese lenguaje. El engaño entonces, si es que puede hablarse de engaño, no estaba en la representación ideológica de la realidad, sino en la realidad misma como representación práctica o enactiva. Pues siempre se ha tratado de un engaño de lo real, similar al que atormentaba a Descartes. Este “engaño generalizado” es el tema marxiano del fetichismo o la mistificación objetiva, el resto neutro que sobrevive a la operación de determinar o negar al capitalismo, y que regresa, tarde o temprano, como real. Ese tema, que se ha caracterizado a veces como la última tentación de Marx, como el desliz pecaminoso y el flirt con la gran bestia idealista Hegel  en el primer capítulo de El Capital, resulta ser un corte mucho más profundo que sitúa al “engaño” en la materialidad significante de las prácticas y no en la falsa representación ideológica de la realidad objetiva -es decir, lo saca de esa zona de encuentro o desencuentro entre el ser (sustancia ideal) y el pensamiento (idea sustancial) que presupone siempre la exterioridad de uno con relación al otro. Sitúa el problema no en la epistemología sino en la ontología. El fetichismo, esa alienación absoluta (por así decirlo) aparece, para el caso, en la perspectiva hegeliana, como una recaída: consiste en no haber podido mantener lo negativo. Ha querido criticar y superar al capitalismo como simple modo histórico del ser económico, utilizando los principios neutros y la lógica técnica (científica) de la propia economía política, o el ser amodal, ahistórico o natural de la economía o la producción. Ahora, parecería que de la economía al capitalismo se recapitula, sencillamente, el pasaje empírico, blanco y sin residuos -independientemente de lo abrupto, lo violento o lo sangriento que pueda llegar a ser ese pasaje- de la historia natural a la historia política. Entonces se consagra la plenitud del significante binario: fuerzas productivas (entendidas como desarrollo abstracto -natural- de la tecnología), y relaciones de producción (entendidas como modos sociales, más o menos pasivos o refractarios, de sintetizar ese desarrollo). Habrá ritmos y recursos técnicos neutros de apropiación de la naturaleza y habrá modos histórico-sociales de relacionarse con esos ritmos, de ver y vivir esos ritmos. Y habrá por tanto momentos en los que los segundos serán incapaces de contener la explosión de los primeros, y entonces habrá revoluciones destinadas a restituir la armonía perdida.

Pero esas revoluciones incesantes y maníacas son, precisamente, el propio capitalismo, y culminan, se diría, en el retorno absoluto de la neutralidad, alojada en el despliegue técnico de las fuerzas productivas. La máquina (la abstracción tecnológica, la pulsión: la fusión del telos con el funcionamiento) es ahora celebrada con la atolondrada felicidad de una especie de vértigo moderno o futurista, como el vengador de explotados y oprimidos, capaz de combatir la pobreza y la desigualdad, capaz de eliminar los atrasos del medioevo rural, la magia, los mitos y el folclore -capaz de abolir, en suma, toda la patología supersticiosa de las relaciones capitalistas. Pero el capitalismo, de más está decirlo, el verdadero capitalismo, el más profundo e incrustado, el más abstracto, reprimido a un nivel básico y casi inaccesible, estaba precisamente en la concretud de esa neutralidad abstracta: la pulsión técnica moderna. Como si su astucia hubiera consistido en exhibir su parte positiva, generosamente abierta y dispuesta a la negación, solamente para esconder la neutralidad como el suelo objetivo desde el cual lo negamos.



(CRISE E CRITICA / revista latinoamericana de filosofía e política / volumen 1, número 1, 2017)

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