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Entonces, una vez más:
¿cómo (y, sobre todo, por qué) resistir la tentación de ver en aquel retiro de
Lenin de 1914 una objeción y una advertencia, un “aviso de incendio”, una
sospecha de que el corte emancipatorio debía situarse en una “profundidad
interna” casi inaccesible, en la operación teórica de resituar completamente a
la dialéctica extrayendo de ella el verdadero Amo, el virus residente del
capitalismo: la objetividad neutra de la lógica económica del capital, la
lógica enactiva, las prácticas cotidianas de la vida y el cuerpo capitalistas,
la abstracción tecnológica-productiva, en fin? Quizás ahí esté la clave de la
famosa “lectura materialista de Hegel”. No en la inversión de Hegel en una
forma simétrica y oponible, sino en no perder de vista que el materialismo
representa, para el caso, el algo más, la negatividad subjetiva del acto mismo
de “invertir”. Y que por tanto materialismo no puede indicar el asunto
epistemológico simple del predominio de la materia sobre la idea, sino, más
profundamente, el de la “materialidad” (la irreductibilidad) del daño mismo
entre materia e idea. Debemos postular el carácter significante, social e
histórico de la realidad, pero también debemos entender la objetalidad-objetividad
misma de las prácticas significantes. Es decir, postulamos que lo objetivo es,
siempre ya, un saber, pero también entendemos que ese saber es objetivo. Pero
este, precisamente, es lo que Hegel sabía. Así, entonces, se puede jugar
bonitamente con las palabras: Lenin emprende una lectura materialista de Hegel
y no tarda en entender que esa lectura también será, por fuerza, una lectura
hegeliana del materialismo. Así lo dice Stathis Kouvelakis:
El resultado al que llega
Lenin, anticipando un poco las cosas, es que la genuina “inversión materialista”
de Hegel no se encuentra, como el último Engels pensaba y Plejanov y los demás
guardianes de la Segunda Internacional repetían hasta la saciedad, es afirmar
la primacía del ser sobre el pensamiento, sino en entender la actividad
subjetiva expuesta en la “lógica del concepto” como el “reflejo” idealista y
por ello invertido de la práctica revolucionaria, que transforma la realidad
revelando así el resultado de la intervención del sujeto. Y en esto es en lo
que Hegel estaba infinitamente más cerca del materialismo que los “materialistas”
ortodoxos (o las primeras versiones premarxistas del materialismo) ya que
estaba más cerca del nuevo materialismo, el de Marx, que afirmaba la primacía
no de la “materia” sino de la actividad de la transformación material como práctica
revolucionaria. Se mantenía la promesa de una “lectura materialista de Hegel”,
pero de una manera muy alejada de la que su autor concebía inicialmente.
Es necesario entonces
entender la fórmula también al revés: una lectura hegeliana del materialismo será
necesariamente una lectura materialista de Hegel. Lo que le mostraría a Lenin
la lectura materialista de Hegel es la insuficiencia, digamos, del materialismo
de Engels, Kautsky y Plejanov, y de todo el “materialismo científico” en suma:
la historia oficial del socialismo real. Irónicamente, la cientificidad es
aquella que ha cubierto perfectamente el campo de una profunda neutralidad
capitalista reprimida (o forcluida) que retorna como una incuestionable positividad
real en forma de objetos y leyes objetivas (el funcionamiento de la gran
máquina productiva, sin relaciones y sin modos de ser). O, como reprocha
Benjamin al marxismo: “algo similar (a lo que ocurre con Nietzsche) ocurre con
Marx; el capitalismo se convertirá, con intereses simples y compuestos, cuya
función es la deuda (schuld), en socialismo”. Sin corte, sin milagro, sin
trascendencia, sin redención, sin teología, sin sujeto, mero incremento
científico-técnico de lo humano, sin haber tocado el motor capitalista
inherente de la deuda, el capitalismo se convertirá en socialismo, en
socialismo científico (y real).
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