5
En el mundo
contemporáneo, podríamos decir, el capitalismo “alcanza su concepto” precisamente
en la realización de eso que ya estaba ahí, como concepto: en la generalización
y globalización de la economía como técnica, en la lógica neutra y abstracta de
intercambio, la producción, el rendimiento, la eficacia, el perfeccionamiento y
la acumulación. Ahora entonces, la verdad chata y avasallante del capital se
despliega como lo real de un “proceso sin sujeto”, como un empuje técnico libre
(incluso) de relaciones capitalistas. La vida misma: una máquina enorme,
ilimitada, indiferente y completamente asignificante. La forma más terrible y
despótica del Gran Otro (el capital) una vez que Dios (el capitalismo) hubo
muerto. Ahí la lógica enactiva del capital (y no las ideologías nacidas de las
relaciones capitalistas de producción, el sujeto “detrás” de la máquina
técnica) parasita y coloniza todos los sistemas y todas las esferas (rigurosamente,
creando algo como “esferas ónticas”): la vida, la política, lo social, la
verdad, el conocimiento, la educación, la comunicación, el placer, la
reproducción. Ahora el capitalismo es el mundo, y el mundo es el capitalismo. Y
por eso, como se ha observado algunas veces (Jameson, Zizek, Fisher, por
ejemplo), es más sencillo imaginar el fin del mundo (un meteorito, el cambio
climático, las explosiones solares, las pandemias y las invasiones zombis) que
pensar la superación de un simple modo histórico de producción. Eso se debe a
que el capitalismo es un modo histórico de producción, pero la lógica o el
lenguaje del capital no. La lógica del capital es la neutralidad, la nube
inerte, abstracta, opaca y viscosa, que nos constituye y determina “por dentro”.
Y eso revierte, claro está, sobre la positividad misma: el capitalismo ya no es
“un simple modo histórico de producción”: es la ontología neutra que lo
posibilita, lo sostiene, lo protege y lo hace durar, es decir, ese “motor
interno” que al provenir de él como “representación enactiva”, lo lanza,
idéntico a sí mismo, al momento siguiente, y en ese movimiento lo enraiza y
confirma.
No hay, obviamente, entre
la positividad o la solidez del modo de producción capitalista (la máquina
técnica de producir valor de cambio y plusvalía) y la nube neutra de la ontología
del capital (la circulación como el funcionamiento perpetuo de la máquina), una
relación del tipo base (técnica, económica, productiva) / superestructura
(cultural, ideológica, teórica), como dos positividades que deben ser articuladas.
Tarde o temprano, aunque esa articulación se diga o se quiera dialéctica, siempre
habrá una instancia positiva (la base, para el diamat) que va a aparecer como
la verdad de la otra. Debemos pensar esta “articulación”, para el caso, más
bien como un continuo neutro-positivo o positivo-neutro, como ya hemos dicho:
una neutralidad que es siempre ya positiva y una positividad que es siempre ya
neutra, enlazadas en una fuerza profundamente solidaria de resistencia que siempre
impide, retarda o arruina la potencia negativa del pensamiento.
Si algún interés hubiera
aun en cierta disputa por las palabras y los ismos, diría que hay que situar en
este punto al verdadero materialismo: no en la creencia en cosas, objetos o
relaciones independientes del pensamiento y las prácticas (la creencia ingenua
-y profundamente idealista- en un ser sin modos, sin lenguaje y sin historia, o
su contrapartida, que sostiene que solamente hay modos históricos de decir),
sino en la aceptación de las prácticas sociales como un real irrepresentable
(neutro, enactivo, técnico) que son condición de posibilidad de toda actividad
de representación y al mismo tiempo son aquello que la impide y la arruina. No
se trata solamente de historizar al capitalismo, sino de entender (quizás en un
segundo momento) que el capitalismo es el “límite interno y sólido” de nuestra
capacidad de historizar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario