EN
DEFENSA PROPIA
A
Bécquer Puig.
Hombre que supo tener
problemas con las sombras, aura que dice, Sufridito Pelambre, el casau con
Popelina Loneta, que a ella le decían “El puntero”, porque le tiraba el centro.
Sufridito era un
crestiano que si salía a caminar de día lo hacía con el sol a pique, con su
sombra, cuando mucho, entreverada entre sus pieses pa no verla ni sentirla que
le viniera de atrás. Dios sabrá por qué le tenía miedo a su sombra. Por eso fue
que la mujer le hizo aquella diablura.
La china andaba de picos
pardos con un paisanito guitarrero cantor y compadrito, y antes de irse con él,
ella le quiso dar un susto al marido pa que con el julepe no se diera cuenta
que se le iba.
La noche que se le fue,
Sufridito taba dormido como un tronco dormilón, y ella le prendió tres faroles
grandotes adentro del rancho, y se los colocó en diferentes lugares. Dispués se
le arrimó al catre, se lo pateó, y le empezó a golpear latas con un fierro.
Sufridito pegó un salto en el catre, que cuando volvió a caer la mujer ya se
había ido.
Medio dormido, vio tres
sombras que se movían alrededor. Abrió los ojos grandotes, sacó el facón, y las
tres sombras sacaron el facón. Amagó a tirar una puñalada, y las tres sombras
amagaron el golpe. El hombre saltaba pa todos lados esquivando tajos y las
sombras lo mesmo, ligeras que eran una luz aquellas sombras.
La mujer ya iba lejos
enancada en el flete del gauchito, y el marido seguía la pelea, a muerte,
fiera, sin darse un tranco e pollo de ventaja.
En una vuelta, Sufridito
le tiró una puñalada a una sombra, ella se la devolvió, Sufridito le sacó el
cuerpo y la recibió la sombra que tenía atrás pronta pa matarlo a traición. El
hombre se estaba quedando sin resuello, cuando cayó la última sombra. Se habían
matado entre ellas, sin una queja.
Sufridito Pelambre salió
del rancho muerto de miedo, temblando hasta las pestañas, y cruzando campo
llegó hasta el boliche El resorte.
Tomando unos vinitos, taban
la Duvija, el tape Olmedo, el pardo Santiago, Bueno Bueno Artritis, y
Emancipación Grillo.
Cuando el hombre llegó,
estaba pálido como si lo hubieran castigado con una bolsa de harina. El tape
Olmedo se fijó en una cosa: Sufridito no hacía sombra. Sin largar el vaso e
vino le preguntó:
-¡Qué le anda pasando,
vecino, que lo noto desmejorau y nervioso?
El otro, entre lagrimones,
contó lo de la mujer que se le había ido, y lo del duelo tremendo con las
sombras. Dijo que una de las sombras, clavau que era la suya, pero que a las
otras no las conocía para nada. Dijo que con su sombra había tenido poco trato,
y que seguro que una de las otras dos se la había dijuntiao en el entrevero, y
que ahora la estrañaba.
El pardo Santiago fue el
que le dijo de ir a ver, y allá salieron todos hasta el rancho de Sufridito Pelambre.
Cuando se asomaron por
una ventana, la Duvija se persignó. En la pieza estaban los tres faroles, y en
el suelo las tres sombras, pálidas, duras, muertas. Esa misma noche las
llevaron a enterrar.
Cuando volvieron al
boliche, Sufridito, sin sombra, no tenía consuelo. Fue cuando al tape se le
ocurrió la cosa. Lo paró de ojos cerrados, y le pintó una sombra que le nacía
de los pies y se quebraba pa trepar por la paré. Cuando Sufridito abrió los
ojos y la vio, se le pegó pa abrazarla. Nadie dijo nada, por respeto, y
siguieron tomando unos vinos mientras el hombre se desahogaba.
Pa la madrugada salieron
todos. A la luz de la luna, Sufridito llevaba su sombra como atada a los
talones. Cuando lo vio, el tape Olmedo se mandó un buche por el pico e la
botella y les dijo:
-Señores, lo de las
sombras muertas queda entre nosotros. Al final de cuentas, fue en defensa
propia.
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