domingo

RENZO TEFLÓN “UNO, SENCILLAMENTE, SIEMPRE ES EL MISMO”



por Mauricio Rodríguez

Renzo Teflón vuelve al ruedo. Este sábado 13 de enero a las 21 horas será el lanzamiento oficial de “Unknow”, su segundo disco solista, en Cervezería La Baye (Jackson esquina Chaná). Se trata de un trabajo donde no hay músicos invitados y él mismo se encargó de todo, desde la grabación hasta la producción. El álbum incluye rock progresivo, funk, blues, música electrónica y canciones instrumentales. Para repasar su largo camino en la música, compartimos la entrevista que Mauricio Rodríguez, editor de Granizo, le hizo para el libro “En la noche. El rock uruguayo posdictadura”, editado por Fin de Siglo en 2012.



La casa en la que vive Renzo “Teflón” Guridi asoma a un patio común a varios apartamentos que tiene un hermoso diseño de tablero de ajedrez. Está salpicado con abundantes flores y árboles alrededor de los cuales corren varios niños, los hijos de sus vecinos. Renzo abre la puerta con una sonrisa, extiende la mano e invita a ingresar. Lleva puesta una remera azul, descolorida, y un pantalón vaquero. Tiene casi 50 años y es un hombre flaco, con arrugas que le surcan la cara de arriba hacia abajo. Un bigote espeso le divide el rostro en dos, dejando en la parte de arriba unos ojos apagados y en la de abajo un eterno cigarro. Tiene el pelo largo, recogido en una colita, de la que cada tanto escapan algunos jirones de cabellos que caen, insistentemente, sobre su cara. Casi como un tic una y otra vez se lleva los mechones rebeldes hasta detrás de la oreja derecha. Lo hará decenas de veces durante la conversación. También, varias veces, armará y encenderá cigarros de un tabaco que extrae de una bolsa de nylon. Cuesta encontrar en su apariencia vestigios de un rock star. Cuesta encontrar en su entorno -un hogar de clase media con un dormitorio pequeño arriba, su búnker, muy parecido a una buhardilla - al mismo tipo que con Los Tontos le puso el rostro -y los pelos cortos y en punta- a un estilo de música que generó miles de apasionados seguidores. E, inevitablemente en aquellos tiempos de radicalismos, a otros tantos detractores. Su grupo cosechó en tiempo récord un Disco de Oro por las ventas de su primer LP, compuso un tema que fue un hit durante todo un verano, fue editado y realizó giras por Argentina y Chile, grabaron su segundo disco en Buenos Aires, llegaron a tocar hasta tres veces en una misma noche y condujeron un programa de televisión. Hoy cuesta encontrar en Renzo algo de todo aquello, quizás porque él mismo decidió voluntariamente sepultarlo todo una tarde de 1988 cuando, justo antes de firmar el contrato para grabar el tercer disco del grupo, les dijo a sus compañeros “no sigo más”. Con estos antecedentes, si hubiera nacido en otro país, quizás hoy sería millonario. Pero esto le sucedió en Uruguay. De todo aquello le quedó una foto en blanco y negro con sus compañeros Trevor y Calvin tomada en el asiento de un ómnibus -la misma que se usó para la tapa del primer disco- que sobrevive y resiste el paso del tiempo colgada en una de las paredes del cuarto. Y el Disco de Oro con un fondo rojo que recibieron, enmarcado en vidrio y que, como un ángel guardián, decidió poner justo por encima de la cabecera de su cama.

Es una habitación pequeña, con poca luz, en la parte alta de la casa, donde apenas entran una cama, un ropero y su computadora. En una de las paredes hay un afiche de Felisberto Hernández y en los escasos estantes se ven algunos polvorientos dinosaurios de juguete, destornilladores, cajitas con tornillos, algunos -pocos- libros, discos de vinilo, CD´s y videocasetes. Renzo se dedica a la electrónica. De hecho, al terminar la charla muestra con orgullo y pasión un equipo confeccionado por él mismo, con válvulas y un transformador que se hizo traer de Suecia, para amplificar con pureza el sonido de su guitarra. La que utilizó para grabar el segundo disco de Fachos a Go Go, el dúo que formó con “Nacho” Piñas. También tiene un bajo. Ambos instrumentos han sido modificados por él mismo. Les ha cambiado micrófonos y clavijas. “Están tuneados”, dice, se ríe con orgullo y las arrugas vuelven a tallar su cara.

¿Cómo te empezás a acercar a la música?

Nunca se me había pasado por la cabeza ni estudiar ni cantar nada. De hecho en casa no me llevaban mucho para ese lado. Pero cuando entré a la escuela, en primer año, tuve dificultad para escribir las letras manuscritas; me salían que eran una porquería. De chico escribía letras en imprenta, pero cuando me mostraron esos garabatos, era como si me hicieran dibujar “La Gioconda” (risas). ¡Era imposible! Entonces la maestra les dijo a mis padres que tenía un problema de motricidad -aunque en realidad no tenía nada- y que convenía y me ayudaría estudiar piano. Como mis viejos no tenían plata para el piano, me compraron una guitarra muy linda -una Ballester de un luthier uruguayo- y me mandaron a estudiar. Y ahí empieza ésta historia. Fui al conservatorio que fundó (Daniel) Viglietti, que se llamaba Nemus -Núcleo de Educación Musical-. Era un ambiente muy lindo y empecé a hacer una cosa que se llamaba “Iniciación musical”, que comprendía entonación y métrica, después estudiaba guitarra y canto. Formativamente estaba bueno. Me costaba un poco y la primera canción que aprendí a tocar en la guitarra fue “Quiyororo” de Aníbal Sampayo.  Al tiempo abandoné por completo las clases y el instrumento. Otra cosa muy influyente en mí en materia de música fue estar en el coro de la escuela. Y mi hermano, que escuchaba mucha música.

¿Cómo siguió tu vínculo con la música?

Poco después llegó la dictadura y la cosa se puso fulera. Mi viejo, que era parte del MLN, cayó preso y estuvo 10 años en cana, del ’72 al ’82. Ahí se cortaron las clases de música porque la situación económica en casa se volvió dramática. Éramos clase media, sin lujos pero nunca nos faltó nada. Pero eso fue como que nos bajaron la cortina, nos dieron el desalojo y yo tuve que salir a laburar a los 12 años. Una cosa dramática. Salí a repartir pastas, después estuve en un almacén, repartí boletas de UTE por debajo de las puertas, etc. Arrancar a laburar a los 12 años era medio una mierda. Enseguida dejé el liceo y mi madre me bancó unos cursos de electrónica y radio y televisión. Tenía 16 años, le agarré el gusto, aprendí y me fui a trabajar en una fábrica de televisores que se llamaba Lebord. Trabajé nueve meses ahí y un compañero, que era más grande que nosotros, me mostró toda esa cultura de música uruguaya como Días de BluesEl Kinto, El Syndikato, “Dino” y Eduardo Mateo y me colgué con todo eso y retomé el tema de tocar. Me compré una guitarra muy barata que me vendió una vecina, que había comprado en el Chuy, formamos un trío y llegamos a tocar por ahí un par de veces. Nos pusimos “Trimúsica”, que era como un “Montresvideo” berreta (risas). Hacíamos temas nuestros en español. En esa época empecé a componer mis primeras cosas y me hice socio de Agadu. Soy socio viejo de Agadu, aunque lo que hacía era horrible (risas). Al poco tiempo se produjo una cosa muy interesante: fui a un concierto de Canto Popular en el Teatro Astros y vi a Leo Maslíah. Y eso me impactó. Lo vi y dije “este tipo es un genio”, porque no tenía nada que ver con todo lo que había. Me gustaron las canciones, las letras y el sentido del humor del tipo. Y me entero al poco tiempo de verlo que estaba dando clases en el Nemus. Entonces me reenganché; empecé a estudiar lo que se suponía era guitarra y canto con Maslíah, además de solfeo y guitarra clásica. En la primera clase con Maslíah sucedió algo muy cómico, porque él me dice “guitarra toco un poco y canto más o menos, así que vos traéme las canciones que quieras aprender y las sacamos acá” (risas). Empecé a llevarle cosas de Jaime Roos, que me gustaba mucho también, del disco “Candombe del 31”. Un día le llevé una canción que habíamos hecho con otros dos amigos. Era un tema de dos acordes que se llamaba “Montevideo”. Y ahí Maslíah se interesó, dijo “qué bueno está esto” y me alentó a llevarle cosas mías y al mismo tiempo me empezó a pasar cosas de Cabrera. Empezamos a hacer como una vivisección cancionística: el agarraba una canción y me mostraba las partes, la rima, etc. Eso fue por el ’81.

Siempre has dicho que Maslíah fue un gran aporte a tu carrera…

Maslíah me alentó a hacer mis propias cosas y a esmerarme más en hacerlas. Es decir, me dio herramientas para trabajar en el tema compositivo, a través del análisis de lo que hacían otros. Y eso estaba muy bueno. Se fue de Nemus y tuvimos clases particulares que luego fueron grupales. Hasta que un día se organizó en “La Tierrita”, un teatro barrial que había atrás del Cementerio de La Teja, como una muestra. Estaban los alumnos de Luis Trochón, estaba Alberto Wolf, Asamblea Ordinaria, los alumnos de Coriún (Ahanorián), el Cuarteto de Nos, y nosotros, los alumnos de Maslíah. Había teatro, música y se comía asado. Maslíah tocaba también; yo fui con un trío. Se generó una movida de gente joven donde de pronto tocabas en una cooperativa de viviendas o cosas así. Después yo organicé un ciclo de toques en el hall del teatro del Anglo. La música era un hobby en ese momento y creo que ni aún con Los Tontos me lo planteaba profesionalmente. Lo hacía por placer porque era un delirio decir que ibas a hacer plata con la música. Además no era un sacrificio, al contrario. Yo era medio limitado porque hacía canciones mías, nada más, y no me gustaba tocar temas de otros. Con la guitarra -que me gustaba- era medio haragán pero me revolvía. Técnicamente soy muy limitado por haragán porque estudio las cosas hasta el punto que me interesa más o menos que me salgan las cosas. Y listo, no more.

Dado el contexto familiar, ¿tú particularmente tuviste alguna militancia política?

Tuve un intento de militancia pero fue muy escasa e intrascendente. Más adelante grabé un demo con dos canciones. Lo banqué yo y lo grabé en el estudio Elvysur. Una era mía, que era una especie de rock que se llamaba “Te estás quedando viejo”, y la otra era “Montevideo”. Estuvo bueno porque invité a Alberto Wolf y Álvaro Pintos, que tocó la batería. Muy lindo. Lo llevé a varias radios y finalmente Radio Independencia lo pasó. También se lo llevé a Macunaíma y no me lo quiso pasar. Y encima me quiso dar una clase de composición y me recalentó (risas). Me pareció un idiota. Fui a la radio y justo él salía, le pregunté “che, ¿escuchaste el demo?” y se pensó que había ido a pedirle consejos. Y yo sólo quería que lo pasara porque tenía un programa de radio. Y empezó a hablarme de Darnauchans y fulanito y menganito. Lo escuché, le dije “ta’, ok” y me fui y no lo mandé a cagar porque soy un tipo educado (risas). Me pareció una actitud de porquería, porque le di un demo para pasarlo y no quiso. Ahí me echaron del trabajo que tenía, me compré una moto y empecé a hacer repartos. En ese tiempo conozco a Baroncini y ahí está el punto de inflexión. Un día estábamos con unos amigos en el bar “El Malecón”, que estaba en 26 de marzo y Pereira, y aparece él.  Andaba con una carpeta con letras de canciones y comentó que estaba con un grupo que se llamaba Los Cortapalos, con Wolf y Buzó. Me dijo que hacía letras, me las mostró y me cagué de la risa; me encantaron. Tenía la carpeta con todas las letras mecanografiadas, en máquina de escribir, todo prolijito. En ese momento él tocaba con El Cuarteto y con Wolf. Le dije “loco, vamos a hacer un grupo”. Porque con Los Cortapalos la cosa no caminaba mucho, era puro ensayo. Entramos a hablar de los posibles nombres. Yo tiré “Los Calefones”, pero el me dijo “Los Tontos” y me encantó. Aparte como era la época del canto popular, donde todo era “somos todos trascendentes”, esto era como una bomba de mierda arriba (risas). Estaba bárbaro.

O sea, ya desde el nombre había un quiebre…

Claro. El concepto y las letras ya eran en la línea de la joda. Un día va Baroncini a casa y me dice para tocar la guitarra en una obra de teatro para niños que se llamaba “Jupuapandopo” que creo que era de Omar Varela. No sé qué lío hubo que se quedaron sin músicos y nos llamaron y entramos medio de paracaidistas. Unos pocos ensayos y a tocar. Entonces cuando en los ensayos teníamos algún tiempo, aprovechábamos a hacer temas de Los Tontos. En ese ínterin las clases de Maslíah a las que yo iba pasaron a ser en el TUMP (Taller Uruguayo de Música Popular), y ahí sucedieron dos cosas. La primera fue que conocí a Andy Adler, que había sido parte de Los Estómagos. Por él me enteré de la existencia de Los Estómagos y me hizo conocer la música de The Cure, Bauhaus, Joy Division. Me abrió un panorama nuevo. Y segundo surge la posibilidad de tocar en un recital de los alumnos de TUMP. En el pizarrón pusieron un lugar para inscribirse y yo fui y escribí “Los Tontos”. Que no era nada, sólo existían en mi imaginación, era una intención (risas). Entonces busqué como loco a Baroncini y después a Mandrake para que me pasara los acordes de las canciones porque yo no las sabía. Y además, como yo tocaba la guitarra, a las apuradas salimos a buscar bajista. Nadie quería tocar en un grupo con ese nombre (risas). Hasta que el que agarró viaje fue Santiago Tavella, el bajista del Cuarteto. Y tocamos, por octubre del ’84, en la Asociación Cristiana. Yo toqué con unos pantalones amarillos; era rarísimo. Después de eso me compré un bajo, ya que veía que no abundaban los bajistas, y se armó un grupo -llamado Sección mecanizada- con Andy y Gustavo Parodi -de Estómagos- en guitarra, Enrique Hakembruch -que lamentablemente falleció hace poco- en la batería, una muchacha llamada Mercedes Rodríguez en vocales y yo en bajo. Ahí empecé a ensayar en casa y hacer mis primeras armas en el bajo. Ponía el tocadiscos, enchufaba el bajo en un equipo que me había armado yo, ponía los discos de The Police y le chupaba rueda a Sting (risas). Quería saber cómo era eso de cantar y tocar el bajo a la vez. Con este grupo ensayamos, se hizo un demo y quedó en la nada, nunca tocamos. En uno de esos ensayos nació “El gerontocida”. A fines del ’84 y, luego de la vuelta de la democracia, le di manija a Baroncini para buscar guitarrista. Casi todos los que tocaban en ese momento estaban para el rock sinfónico, anclados en la cosa esa de los solos eternos y quién toca más rápido. Y Baroncini dio con Calvin, que era novio de una amiga de él. Luego conocimos a Carbone y terminamos grabando “el Himno” en el disco “Grafitti”.

De alguna manera, a raíz de ese disco, se empieza a hablar de un “movimiento”…

Mucha gente habla de todo aquello como “una generación”, y, primero, no éramos todos de la misma generación porque había gente de distintas épocas. En un grupo así, tres o cuatro años es diferencia. Y lo segundo es que no éramos algo coordinado. ¡No nos conocíamos! No fue ni siquiera una movida, fue una “movidita”. Ahora muchos lo quieren poner como una cosa generacional, pero en realidad surgió como surgen los hongos después de la lluvia. No fue orquestado por alguien, los grupos surgían solos. Por ejemplo, estaba Zero y recién me enteré que existía cuando los vi en el disco. En enero yo estaba en la feria de Punta del Este trabajando y pasaba todos los días por Palacio de la Música para ver la batea de novedades. No había nada hasta que un día apareció el disco. Estaba loco de la vida, es lo más lindo que te puede pasar: un disco con la foto tuya. ¡Es como un hijo! Fue un buen comienzo, además el placer de hacerlo. “El puré” fue un gran hit durante el verano pero después siguió sonando. Empezaron a salir lugares -como por ejemplo bailes- para tocar nosotros solos, sobre todo en la costa. En poco tiempo nos proponen grabar nuestro propio álbum. Y nos tiramos de cabeza, ¡por supuesto! (risas). Firmamos contrato por dos álbumes y creo que eso fue un error de nuestra parte, porque deberíamos haber sacado uno primero y después negociado el segundo.

Los Tontos tuvo una estética particular. ¿Cómo fueron construyendo la imagen del grupo?

Siempre la manejamos nosotros y siempre fue muy a lo que quisiera cada uno. Por ejemplo, yo por romper las pelotas me compré unos lentes para usar en ese toque del Teatro de Verano. Sólo porque me gustaba. Y además usé un saco celeste que era de mi hermano que se lo había regalado un primo. Me quedaba enorme y era todo un mamarracho pero la idea fue que fuera colorido. Pero no teníamos ni nunca tuvimos a nadie que nos manejara la imagen, era todo espontáneo. La primera peluquera que tuvimos fue Alicia Escardó. Yo usaba un pantalón amarillo que había hecho ella que tenía una marca -una hormiguita- que era su logo. Pero nunca tuve sponsors de ropa, me la compraba yo.

¿Ustedes sentían que eran algo distinto?

No nos planteábamos hacer algo distinto. Porque además el concepto de lo que queríamos hacer surgió antes de que supiéramos qué era lo que estaban haciendo los demás. Nació así; no era en contra de nadie o buscarla por otro lado. Eso que hacíamos era lo que nos salía, con sus defectos y sus virtudes. Ni más ni menos. Tenía, para mi gusto, personalidad. Porque nos gustaba mucho el punk rock, las corrientes nuevas, estaba todo bien con eso, pero a nosotros nos salía esto otro. Que era una cosa medio extraña, porque era una mezcla de pop, con cosas más rockeras, algo medio experimental. Hay cosas como “El gerontocida” que es un tema rarísimo y otros que no los podés definir mucho, que son francamente pop. Algunos son bastante más rockeros como “Pásame la escoba”, que es un riff bien marcado. El disco lo grabamos en 64 horas más las cinco de “El Himno”, porque dejamos para nuestro disco la versión de “Graffiti”. Pasó que no teníamos temas como para llenar un disco así que tuvimos que hacer canciones de apuro. Al final fueron 12 temas que duran 30 minutos y está bien, un disco no puede durar más que eso. Cuando salió y vimos que se empezaron a mover los toques, nos dimos cuenta que algo estaba pasando con nuestra música. Ahí empezamos la gira nacional, que fue una payasada (risas). Miguel Olivencia, nuestro manager, puso en una publicación de la (empresa de transportes) ONDA “Los Tontos inician su gira nacional. Contáctese al teléfono tal y tal…” junto a la foto del disco y ahí empezó a aparecer gente de todos lados. ¡Fue bárbaro! El disco se vendió como loco, llegó a Disco de Oro y luego de Platino. Yo recuerdo que había radios que pasaban el disco entero, toda una noche, de los dos lados. Porque una diferencia con los demás grupos fue que a nosotros nos pasaban todas las radios y nos escuchaba todo tipo de público. ¡Fue tremendo! Yo tenía anotados todos los toques y recuerdo perfectamente que desde el debut en la Asociación Cristiana hasta un toque que hicimos en Tacuarembó, que fue el último porque yo después de eso me separé, fueron 87 actuaciones. En un término de poco más de dos años. Ahora se toca más, pero en aquel momento, por las condiciones en que se iban dando los toques, era mucho. Llegamos a tocar tres veces en una misma noche.

Más allá del éxito con Los Tontos, ¿qué fue lo mejor y lo peor que te pasó arriba de un escenario?

Lo mejor fue, salvo las condiciones técnicas, que eran terroríficas,  que estuvo bueno. La retroalimentación con el público, ver que estás tocando y la gente se cuelga. Fueron muchos toques y la mayoría estuvieron bárbaros. La cosa más bizarra nos pasó en Artigas. Tocamos en el 100 aniversario del liceo número 1. Llegamos y fuimos a comer y era una cosa de locos porque estábamos almorzando y firmando autógrafos. Llegó la noche y pasaron varias cosas. La primera fue que Baroncini se había olvidado de los platos de la batería en Montevideo. Entonces los de la Banda de Bomberos nos prestaron los platillos para poder tocar (risas). Además no había equipos de amplificación y el monitoreo eran dos parlantes chiquitos de ocho pulgadas y no se escuchaba un carajo. ¡Era todo un desastre! Estábamos en el camarín, que era en la oficina del director del liceo, y entra justamente el director. Nos saluda y nos dice que teníamos que tocar una hora. ¡Y nosotros tocábamos entre media hora y 45 minutos! No sabíamos qué hacer, porque además lo dijo medio como enojado. Nos agarrábamos la cabeza. Entonces hicimos los temas más lentos y pusimos varios solos y uno de los plomos nos iba cronometrando los tiempos (risas). Fue uno de los toques que recuerdo con mucho cariño. Porque a pesar de los problemas fue todo una felicidad. Montevideo Rock II no sé si fue el peor porque no llegamos casi a tocar. Tocamos un tema y nos fuimos porque nos empezaron a tirar cosas. Fue deprimente y creo que eso no puede ser considerado un toque.

¿Cómo impactó en ustedes una experiencia como aquella?

Fue muy demoledor, muy feo y terrible. Lo recuerdo con mucha tristeza, creo que fue algo muy injusto, que no lo merecíamos… No le encuentro explicación, habría que preguntarle a los que tiraron cosas por qué lo hicieron… (Se queda pensando y se emociona). No sé, éramos distintos a los demás… Pero con las demás bandas estaba todo bien.

Hablemos de la grabación del segundo disco…

Lo grabamos en el estudio Moebio de Buenos Aires porque queríamos hacerlo en un estudio como la gente. Si me preguntás por un momento malo de mi vida, esa grabación lo fue. Yo me había hecho mucha ilusión con ese disco, el aprovechar el estudio, etcétera. Pero ya se había empezado a generar un conflicto de liderazgo dentro del grupo. Por un lado estaba Baroncini y por otro estaba yo. Los temas para ese disco se habían ensayado de una determinada manera y estaba todo el material pronto para ser grabado. Pero cuando llegamos a Buenos Aires él me dice que los temas se van a grabar de otra manera, que los iba a tocar distinto y que iban a ser más bailables. Lo que me molestó es que no me lo dijo antes sino al momento de grabar.  Ahí me cayó la ficha de que las cosas estaban mal. Es un disco que lo grabé totalmente a disgusto. Yo prefería que se grabara con una batería acústica, porque las condiciones ahí estaban dadas para hacerlo, pero se decidió usar una de pads. Hubo múltiples discrepancias y no nos peleamos pero faltó poco; fue un poco decepcionante para mí. El punto más álgido fue cuando yo quise meter una segunda voz y me cortó en seco. Ahí me calenté y dije “bueno, no grabo más nada”. Y él reaccionó tipo (pone una voz ronca) “ey, ¿qué te pasa?”. Tipo guapito. Eso fue tremendo. Fue una grabación que no disfruté pero estaba en el baile y bailé. Lo hice y ta’. Al volver surge lo de la televisión y lo bueno de eso fue que nosotros no los fuimos a buscar sino que nos llamaron, nos eligieron porque éramos la banda más conocida. Nos habían visto en otras circunstancias y vieron que teníamos onda y que en el escenario nos desenvolvíamos muy bien. Quizás por ahí la gente se aburrió de tanta exposición y por eso nos tiraron cosas en el Montevideo Rock; aventuro esa explicación. La idea del programa fue llevar grupos a tocar, en vivo o, si lo preferían, que hicieran playback y así presentar su material. Íbamos de “rostro de piedra”, nos sentábamos ahí con un mínimo guión, porque no había producción, era el pobre Olivencia corriendo atrás de todo y haciendo todo. Yo leía todas las cartas que nos mandaban, que todavía las tengo guardadas. Un detalle importante es que en esa época en mi casa no teníamos televisión y entonces no me podía ver. A veces me veía en la casa de algún vecino o cuando editábamos el programa de noche, sino ni me enteraba cómo era. Si bien no éramos el número uno, estaba bien posicionado, tenía rating y sponsors. Era un programa que se veía y además llegaba a todo el interior y eso estaba bueno. Lo hicimos desde julio a diciembre de 1987. Hacíamos una pequeña entrevista sentados en una bañera y unas butacas, en un escenario muy lindo que había hecho Canal 4. Fue una linda experiencia porque era raro, muy primitivo, y no había una estructura de producción. Era como un galpón donde todo el mundo hacía lo que le parecía que estaba bien y ya está. Mientras no hicieran nada desastroso ni rompieran nada no había problemas, estaba todo permitido (risas).

Volviendo a Los Tontos, ¿cómo fue evolucionando la actitud de la banda y la tuya en particular en el escenario?

Al principio Baroncini era de hacer chistes y después dejó de hacerlo. A mí me gustaba burlarme un poco de los esquemas del rock, del prototipo del rockero. Me reía de las pavadas de los rockeros y además yo no me la creía porque tenía esa postura de “cómo creerte algo si vas a comprar el pan a la esquina”. Yo decía cosas como “esta canción habla de los misiles nucleares” y tocaba “El puré” (risas). Me gustaba el absurdo. A partir del programa, como ya veníamos trabajando muy bien, tocando muy asiduamente, nada cambió demasiado. Incluso el programa a veces era hasta una molestia porque había que ir una vez por semana a grabar y andábamos en mucha cosa. Obvio que había plata pero tampoco era una gran cosa, no daba para comprarse casa o auto. Pero en ese momento dejé los trabajos que tenía y llegué por un tiempo a vivir sólo de la música. Ahora de pronto es más fácil, pero en aquellos momentos no tenías una agenda pareja y capaz que en verano tocabas mucho pero en invierno bajaba. O durante el mismo verano de pronto en un mes te pintaban diez toques y al otro tres. Entonces lo que ganabas en un mes te lo comías en el siguiente. Yo, en esas circunstancias, si hubiera tenido que pagar un alquiler o cuentas, no hubiera podido. Gracias a que viví con mis viejos lo pude hacer.

El segundo disco, “Tontos al natural”, salió promocionado en una lata de arvejas. ¿Cómo fue eso?

Creo que fue idea del sello de promocionarlo así. Porque creo que Orfeo había sacado antes un compilado de música extranjera en una lata y tenían ya el formato. Y ta’, quedó bárbaro. La tapa la hizo Baroncini y quedó muy linda. La realidad era que se vendía mucho más el cassette que el vinilo. El primer disco se llamó “Los Tontos” porque estaba bueno que apareciera el nombre de la banda y el segundo se podría haber llamado “Tontos a la Caruso” o “Tontos con fritas” pero salió eso y nos gustó a los tres. Se grabó en junio del ’87 y salió en agosto. En febrero del ’88 fue Montevideo Rock, en marzo o abril tocamos en Tacuarembó y después de eso yo ya no seguí. Yo tenía material para un tercer disco pero me lo guardé para ver qué pasaba. En el primer disco las letras fueron compartidas, pero en el segundo hay más temas y letras míos. Hubo múltiples problemas… (se queda pensando). Luego de la grabación me quedó un sabor amargo. De hecho saqué un simple después, grabado en noviembre del ’87, con dos temas. Lo hice como para sacarme un poco el gusto amargo de lo que había pasado, que no me había gustado nada. No fue porque quisiera empezar una carrera…

Pero fue un gesto que quizás puede interpretarse como de confrontación…

Capaz que a Baroncini le cayó así, capaz que sí… No era mi idea. Quería darme el gusto de grabar algo que nunca había grabado. Y tocar todos los instrumentos porque en ese disco toco todo yo.

¿Cómo surgen los nombres y las letras de los temas que sacaste en el disco solista? Creo haber leído que en “La casa cerrada”, una de las canciones, hablás de la muerte. ¿Fue la muerte algo presente en tu vida personal?

Si, la muerte y el horror eran monedas corrientes en la dictadura. Era algo que andaba rondando, como una espada de Damocles.

Por lo que contás, Tacuarembó fue testigo entonces del último recital de Los Tontos…

Sí, ahí fue el último toque, en el ’88, después del Montevideo Rock. Estábamos negociando un tercer disco con el sello Orfeo y yo no tenía un gran interés en hacerlo. Al menos que hubiera una plata segura. Y no la había ni la iba a haber así que ya no me interesaba si no era por algo. Empezó una negociación con el sello y en una segunda instancia nos juntamos en un bar justo antes de ir a negociar. Les dije que no pensaba tocar más con ellos, que me abría del grupo. Y se recibió mal, horrible. Llegó un punto que fue muy feo… Que me hizo sentir aun más que había hecho lo correcto porque en un momento Baroncini me dice “bueno, ¿cuánto cobrás por cantar en un disco de Los Tontos?”. Le dije “no, mirá, no me interesa. Todo bien. Hacé lo que quieras”… Como si fuera un… (se le entrecorta la voz) Es la primera vez que cuento esto… (se queda en silencio y se emociona)

A pesar del tiempo transcurrido, te sigue emocionando aquello…

Si, claro. Pero lo hecho, hecho está. No me arrepiento de haber dicho que no, al contrario. Cuando Baroncini me pregunta eso fue como que por adentro pensé “pah, me tendría que haber ido antes”. Que te digan algo así es muy feo. Y ahí me cerró todo. Hice un balance de todo lo que se había hecho y de todo lo que no se había hecho. Pero ‘ta (suspira profundamente). Lo que se hizo estuvo bien, yo hice las cosas de la mejor forma posible de acuerdo a mi poca experiencia y poco conocimiento. Tampoco le voy a echar la culpa a Baroncini o a Orfeo de nada. Lo que salió, salió como salió y hay que asumir los errores y los aciertos. Como en cualquier actividad. Sos un ser humano, no sos una máquina perfecta de escribir éxitos. Y ahí entrás a ver muchas cosas: temas de sonido, promoción, etc. Antes no lo veía entonces empecé a aplicarme, a estudiar, a aprender. Y hasta ahora lo estoy haciendo. Separarnos no fue una carga. Respiré, fue un alivio, porque al final era una locura y ya no lo estaba disfrutando.

¿Había algo así como “fans” que los siguieran en los recitales?

Había muy pocas groupies, pero estaba bueno, era lindo y las chiquilinas se te arrimaban. Eran otras épocas, capaz que ahora te encaran más. Yo recuerdo que iba al boliche “Graffitti”, solo, y me tomaba una y se acercaban y hablábamos. Y todo bien, no era alevoso, había cierta educación, otros códigos y otra época.

Visto a la distancia, ¿cuál fue el mejor momento de toda aquella época?

Cuando terminamos de grabar el primer disco y lo escuché. Hasta el día de hoy lo escucho y me sigue gustando mucho, pese a que está mal grabado y tiene mil defectos. Pero fue como una cosa importante haber logrado hacerlo. Porque lo produjimos nosotros solos, no hubo productor, nos dieron las horas para grabar y “arreglate como puedas”. Y hay una cosa con nosotros que creo que está bueno que se sepa: Los Tontos no fuimos un invento de nadie y no fuimos algo promocionado por alguien. Lo que logramos fue por el propio mérito de lo que hicimos, de nuestra obra. Y si estuvimos en algún lugar importante -no sé si fue así o no aunque yo creo que sí- fue por la gente. Había otras bandas que, por ejemplo, tocaban acá en Montevideo pero en el boliche “x” donde entraban 20 personas, o en el Teatro Circular, que entran 40, ¿no? Yo qué sé. Y ahora te hablan como que ellos en aquella época eran… (piensa) Pero nunca fueron a Artigas o Rivera, nunca fueron a Paysandú… Y yo sí, aunque nuestros toques en el interior para la prensa montevideana no eran noticia.  

¿Qué te dejó aquella experiencia de pertenecer a una banda de rock en los ‘80 en Uruguay?

Me dejó experiencia a todo nivel. A nivel humano y musical. El balance es bueno, siempre va a ser bueno, pero no tengo nostalgia ni quisiera volver a estar en ese lugar nuevamente. Creo que las cosas se hacen sólo una vez en la vida. Mi balance exacto es: yo fui un tipo afortunado, porque con 20 años y poco grabé un disco que se publicó en Argentina, Chile y Perú, tuve un Disco de Oro, recorrí todo el Uruguay y fui a Chile y Argentina. Y además estuve en la televisión, con mi propio programa. Y fue todo por méritos propios. No fue porque soy el hijo de fulanito, como muchos que ahora están en televisión porque son hijos de alguien o amigos de no sé quién. A nosotros se nos dio todo por el trabajo que hicimos con el grupo. Y eso es un mérito que no me lo va a sacar nadie. Y que vale mucho, es muy valioso para mí. Entonces me considero muy afortunado porque ahora tengo 49 años y hay músicos que no conocen todo eso de ser famoso, vender muchos discos, tocar en muchos lados, que la gente venga y te hable y te trate bien o te digan “pah, loco, mata tu música”. O como me pasa ahora en el Facebook que a veces me dicen “ah, vos sos el de Los Tontos, ¡qué bueno! Yo tenía 15 años, iba a las fiestas de quince, me emborrachaba y bailaba arriba de las mesas con ‘el puré” (risas) ¡Eso, loco! Yo lo agradezco, porque hay que ser agradecido, no tiene precio. Lo viví, tuve la enorme fortuna de haberlo vivido.

¿Y los aspectos negativos?

(Piensa) Cuando empezás a conocer realmente a la gente con la que estás. Vas en el camino y la gente empieza a cambiar por esas cuestiones de la fama, de la envidia, que te sorprende un poco. Decís “pah, ¿qué pasó? ¿Qué fue lo que cambió?” Lo que más me jode son las decepciones, que la gente te decepcione. Fue lo que me pasó cuando grabé el segundo disco, me sentí decepcionado. Pero es un sabor amargo que se te va, porque no vas a vivir agarrado a eso. Y el disco solista no fue con ánimo de nada. Si lo escuchás vas a ver que no hay alusión a nadie, ni a Los Tontos ni a nada. Se llamó “Je je” porque hay una canción que se llama así, que es la que abre la cara dos del disco; es un discurso político con música y que no dice nada, El nombre del disco no tiene nada que ver con Los Tontos, de hecho yo lo grabé antes del que grabaron ellos y ni siquiera sabía cómo se iba a llamar. Fue un poco como ponerme las pantuflas porque no me importaba si se pasaba o no se pasaba o si vendía o no se vendía. Yo quería darme el gusto de hacerlo. Lo presentamos en AFE y en el Teatro del Notariado para lo cual armamos una banda grande: Gerardo Bruno, de Los Vidrios, en batería, Arturo Meneses en bajo, Andrés Villamonte en teclados, Guillermo Gil en guitarra y yo en el bajo. Después la banda no fue viable porque ya el rock uruguayo venía barranca abajo y terminamos siendo un trío -Gil, Bruno y yo- que tocamos un par de veces sin mucho éxito. Vimos que no daba y dijimos “vamos a dejarla por ésta…”.

¿Por qué creés que se derrumbó aquel movimiento?

Es que era “una movidita”. Y ‘ta, como vino, se fue. Algo así. Yo creo que no hay que darle mucha vuelta. Hay gente que tiene nostalgia de eso. Cada uno tiene una visión distinta, pero yo creo que fue algo natural, las cosas caen por su propio peso. Vamos a ser sinceros: nadie grabó un disco como el del grupo inglés Pink Floyd “El lado oscuro de la luna” uruguayo en ese período. Se grabaron discos que están bien, con canciones que están bien, algunas mejores y otras peores, pero fenómenos no fuimos ninguno. Es decir, no surgieron Los Beatles uruguayos. De todo el material que se grabó en ese período, es muy poco lo que realmente está bueno. Yo te diría que el de Los Estómagos, el de Traidores y el nuestro son los que están mejor. O el de Zero, que también está muy bueno. Pero tampoco son una cosa como para decir “ah, ¡qué disco espectacular! ¡De otro mundo!; ¡Salieron platos voladores cuando los puse”. La verdad que no, nos falta mucho, a los músicos uruguayos nos falta en todos los niveles. Desde la preparación, producción musical, composición, grabación, etc. Capaz que alguno me manda a cagar pero yo, personalmente, lo mejor que hice, todavía no lo hice. La movida de ahora es otra cosa, es un invento de la industria y no lo veo como algo genuino. Aquello sí fue genuino porque fue la gente que lo puso en determinado lugar. Los Tontos llegamos así y no porque alguien pagó para que nos pasaran en tal o cual radio. Lo de ahora es distinto, cambió toda la estructura aunque se llenó de grupos y está bárbaro. Me gusta eso. Capaz que si dejamos algo de “herencia” de aquellos tiempos fue eso: que haya mucha gente haciendo lo que se le canta el culo. Eso es lo más importante pero, ahora, no te creas tampoco que sos Pink Floyd. El panorama ahora es más rico y algo va a salir. En el ’85 éramos cuatro bandas pedorras. Ahora hay variedad: tango, milonga, rock, metal, electropop, etc. Antes no tenías eso; era: “¿quién toca? Tocan Los Tontos. Bueno, vamos todos a ver a Los Tontos”. Y así con todos. Ahora es mucho más diverso y lo que me gusta es eso de que ya no pasa que surge un fenómeno y toda la masa va detrás y todos los demás no existen. Ahora van 20 loquitos por allá, 2.000 por acá o 5.000 en otro lado. Y viene Arjona y van, y para mí está bien que sea así. Es como debe ser. Solo falta que los músicos se hagan valer, que cobren lo que corresponde y no paguen para tocar.

Hubo una figura clave, a nivel de difusión, que fue la de Alfonso Carbone…

Sí, y no lo puedo sacar del contexto del sello Orfeo. Era un empleado de la empresa pero creo que podría haber manejado mejor las cosas. Como yo las podría haber manejado mejor también. Está todo bien. Recuerdo que una vez un empresario discográfico extranjero me dijo: “hablé con este hombre y me dejó la sensación de que el negocio de él está más por fuera del sello que con el sello. ¿Es así?”. Yo le respondí “no sé, averigualo” (risas) Es el mismo caso de Forlán (Lamarque), no podés ser arte y parte. Si estás en una cosa no podés estar en la otra. Lo que sé es que al sello Orfeo yo siempre le cumplí y le di buenas ganancias. Ellos me dieron lo que necesitaba para hacer mi trabajo. Y estoy en paz con eso. De hecho leí el contrato y lo rescindí, estoy libre de Orfeo. Puedo seguir haciendo mi carrera como solista sin depender de nadie. Hay quienes siguen atados hasta hoy al sello pero no porque Orfeo les haya puesto un revólver sino porque no leyeron el contrato. Pero yo sí. Cuando tuve cierto problemita con ellos dije “bueno, mejor vamos a rescindirlo”. Y no more problems.

¿Qué quedó de aquel Renzo Teflón?

(Piensa antes de responder) Uno, sencillamente, siempre es el mismo. Va mejorando o empeorando. O aprendiendo. Vas evolucionando, son ciclos de la vida y es bueno que sucedan. Pero me resulta difícil decir si esto o aquello me marcó en la vida. Obviamente aquello me marcó, pero no me hizo cambiar. No fue que después de eso yo me convertí en otra cosa, sinceramente seguí siendo el mismo. Y todo lo que aprendí lo vuelco en lo que estoy haciendo ahora. Hoy estoy en un buen momento, por suerte. Estoy creando, volví a hacer música y en el 2007 sacamos el primer álbum virtual con (el grupo) Los Fachos a Go Go y tuvimos una buena repercusión a nivel Internet. Era lo que queríamos. No me interesaba que me pasaran en la radio o en la tele porque ahora me manejo en lo virtual. Lo hicimos en forma virtual y lo distribuimos en forma virtual. Ahora mi política es: no hagas nada que no puedas solventar. Si no tenés plata para sacar un disco, entonces no grabes un disco en estudio. Así me armé mi home studio, que es esto poquito que ves acá. Acá hago todo, pero siempre con esa poética: lo que se hace, que se pueda bancar. Para poder bancar la yerba, el tabaco y que el disco duro ande bien. Y listo.

(Granizo / 11-1-2018)

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+