martes

HONORÉ DE BALZAC - PAPÁ GORIOT (20)


UNA PENSIÓN BURGUESA (1 / 14)

Al día siguiente, por la mañana, reinaba en París una de esas espesas nieblas que ocultan de tal modo la claridad que las gentes más puntuales se engañan respecto de la hora. Las citas concertadas no se cumplen. Uno cree que son las ocho cuando suenan las doce. Eran las nueve y media y la señora Vauquer no se había movido aun de la cama; Cristóbal y la obesa Silvia, retrasada también, tomaban tranquilamente su café, preparado con la nata de la leche destinada a los huéspedes, leche que Silvia hacía hervir mucho tiempo a fin de que la señora Vauquer no se apercibiese de ese diezmo tomado ilegalmente.

-Silvia -dijo Cristóbal mojando la primera tostada-, el señor Vautrin, que es de todos modos un buen hombre, ha vuelto a ver esta noche a otras dos personas. Para que la señora no se inquiete, es preciso que usted no le diga nada.

-¿Le ha dado a usted algo?

-Me ha dado los cinco francos de cada mes, una manera de decirme: “Cállate”.

-Salvo él y la señora Couture, que no son mirados, los demás quisieran quitarnos con la mano el aguinaldo que nos dan con la derecha el día de Navidad -dijo Silvia.

-¡Y todavía lo que dan! -dijo Cristóbal-. Una miserable moneda, y de cinco francos. Papá Goriot hace ya dos años que se limpia las botas él mismo. Ese avaro de Poiret se la pasa sin betún, y creo que pereferiría beberlo antes que gastarlo en las botas. Y el alfeñique del estudiante, me da dos francos. Dos francos no alcanzan ni para mis cepillos, y vende su ropa vieja, sobre todo al mercado. ¡Qué barraca!

-¡Bah! -dijo Silvia bebiendo el café a sorbitos-, nuestras colocaciones aun son las mejores del barrio; aquí se está bien. Pero, a propósito del gordo papá Vautrin, ¿no le han dicho a usted algo alguna vez, Cristóbal?

-Sí, hace unos días encontré a un señor en la calle que me dijo: “¿No vive en su casa un señor gordo que se tiñe las patillas?” Y yo le contesté: “No, señor, no se las tiñe, porque un hombre alegre como él no tiene tiempo de hacerlo.” Yo se lo conté al señor Vautrin, y él me dijo: “Has hecho bien, hijo mío. Responde siempre así. Nada es más desagradable que dejar que conozcan nuestras debilidades. Eso puede hacer fracasar unas bodas.”

-Pues bien, a mí también quisieron embaucarme en el mercado para que dijese si lo veía ponerse la camisa… ¡Diablo! -dijo interrumpiéndose-. Ya dan las diez menos cuarto en Vâl-de-Grace y nadie se mueve.

-¡Ah! ¡Bah! Es que han salido. La señora Couture y la joven se fueron a las ocho a San Esteban a comerse al buen Dios; papá Goriot salió con un paquete. El estudiante no vendrá hasta después de la clase, a eso de las diez. Yo los vi salir a todos mientras barría la escalera. Por cierto que papá Goriot me dio un golpe con lo que llevaba, que era duro como el hierro. ¿Qué cosas hará ese buen hombre?  Los demás lo manejan como a una pelota; pero de todos modos es un buen hombre que vale más que todos ellos. No da gran cosa; pero la señoras a cuya casa me envía me largan a veces magnificas propinas, y tienen lujo de veras.

-¿Las que él llama sus hijas, eh? Son una docena.

-Yo no he ido más que a casa de dos, que son las mismas que vinieron aquí.

-Bueno, la señora se mueve: comienza el aquelarre; tendré que ir a ayudarla a vestirse. Usted cuidará la leche, Cristóbal; que el gato no se la tome.

-¡Cómo, Silvia, son las diez menos cuarto, me ha dejado dormir usted como una marmota! Nunca me ha ocurrido una cosa igual.

-Es la niebla, señora, que se puede cortar con un cuchillo.

-¿Y el almuerzo?

-¡Bah! Los huéspedes tenían al diablo en el cuerpo y se han dio muy temprano. Ahora puede usted almorzar a las diez. La Michonneau y Poiret no se han movido aun; son los únicos que están en casa y duermen como troncos que son.

-Pero, Silvia, habla de los dos juntos como si…

-¿Cómo si qué? -repuso Silvia soltando una carcajada-. Los dos hacen pareja.

-Es raro, Silvia: ¿cómo habrá entrado el señor Vautrin después de haber echado Cristóbal los cerrojos?

-Al contrario, señora, Cristóbal lo oyó y bajó a abrirle. Eso que usted ha creído…

-Bueno, dame mi ropa y apúrate a preparar el almuerzo. Arregla el resto del carnero con papas, y pon a cocer peras, de esas que cuestan dos céntimos cada una.

Algunos instantes después, la señora Vauquer bajó en el momento en que su gato tiraba de un zarpazo el plato que cubría una taza de leche y la bebía rápidamente a lengüetazos.

-¡Mistigris! -exclamó la patrona. El gato se escapó, pero volvió luego a restregarse contra sus piernas-. Sí, sí, ven con monerías, granuja. ¡Suétame! ¡Silvia! ¡Silvia!

-¿Qué hay, señora?

-Mire usted lo que se ha bebido el gato.

-Tiene la culpa ese bruto de Cristóbal, a quien le dije que tuviese cuidado. ¿Dónde ha ido? No se apure usted, señora, es para el café de papá Goriot. Le agregaré agua y no se dará cuenta. No se da cuenta de nada, y menos de lo que come.

-¿Adónde ha ido ese chino? -dijo la señora Vauquer poniendo en su lugar el plato.

-¿Quién lo sabe? Anda en esos tráficos de los mil diablos.

-He dormido demasiado -dijo la señora Vauquer-

-Pero está usted fresca como una rosa…

En ese momento sonó la campanilla y Vautrin en el comedor cantando, con su voz gruesa:

He recorrido largo tiempo el mundo
y se me ha visto en todas partes…

-¡Oh! ¡Oh! Buenos días, mamá Vauquer -dijo apercibiéndose de la presencia de la posadera, a quien tomó galantamente entre sus brazos.

-Vamos, termine usted.

-Diga usted impertinente -repuso él; vamos, dígalo. Mire usted, voy a poner mi cubierto al lado del suyo. ¿Verdad que soy muy amable?

Cortejar a la morocha y a la rubia,
Amar, suspirar…
…al azar.

-Acabo de ver una cosa singular.

-¿Qué cosa? -dijo la viuda.

-Papá Goriot estaba a las ocho y media en la calle de la Delfina en casa del platero que compra cubiertos viejos y galones. Le vendió por una buena suma un objeto de plata sobredorada, tan bonitamente enrollado por un hombre que no es del oficio…

-¿De veras?

-Sí. Yo volvía de acompañar a un amigo que viajó en las Mensajerías reales; esperé a papá Goriot para ver lo que hacía: es para morirse risa. Papá Goriot subió a este barrio, a la calle de Grès, y entró en la casa de un usurero conocido, llamado, Gobseck, un terrible sujeto, capaz de hacer fichas de dominó con los huesos de su padre, un judío, un árabe, un griego, un bohemio, un hombre a quien sería difícil robar, pues coloca su dinero en el Banco.

-Pero, ¿y qué hace ese papá Goriot?

-No hace nada -repuso Vautrin-, deshace. Es un imbécil bastante tonto para arruinarse por las mujeres.

-Ahí está -dijo Silvia.

-Cristóbal -gritó papá Goriot-, sube conmigo.

Cristóbal siguió a papá Goriot y bajó al poco rato.

-¿Adónde vas? -preguntó la señora Vauquer a su criado.

-A hacer un encargo para el señor Goriot.

-¿Qué es eso? -dijo Vautrin arrancando de las manos de Cristóbal una carta en la cual leyó: A la señora condesa Anastasia de Restaud-. Un billete de banco, ¿no? -Después, entreabriendo el sobre-: ¡Una letra pagada! -exclamó-. ¡Diablo! Es galante el viejo. Anda, viejo Lascar. Tendrás buena propina -dijo peinándole la cabeza con su larga mano, que puso luego sobre la suya como un bonete.

La mesa estaba puesta y Silvia hervía la leche. La señora Vauquer encendía la estufa con ayuda de Vautrin, que tarareaba su canción:

He recorrido largo tiempo el mundo,
y se me ha visto en todas partes…

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