domingo

EL TEATRO Y SU DOBLE (21) - ANTONIN ARTAUD

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LA PUESTA EN ESCENA Y LA METAFÍSICA (5)

Un poco más adelante volveré a hablar de esa poesía que alcanza toda su eficacia sólo cuando se concreta, es decir, sólo cuando produce algo objetivamente, por su misma presencia activa en escena; sólo cuando un sonido, como en el teatro balinés, equivale a un gesto, y en lugar de servir de decorado, de acompañamiento a un pensamiento, lo moviliza, lo dirige, lo destruye, lo altera definitivamente, etcétera.

Una forma de esta poesía en el espacio -además de las que puede crearse combinando líneas, formas, colores en estado natural, elementos comunes a todas las artes- es la del lenguaje-signo. Y permítaseme hablar un instante de este otro aspecto del lenguaje teatral puro, que no necesita de la palabra: un lenguaje de signos, gestos y actitudes que tienen un valor ideográfico, como el de ciertas auténticas pantomimas.

Por pantomima auténtica entiendo a la pantomima directa, donde los gestos en vez de representar palabras o frases -como en nuestra pantomima europea, que no tiene más de cincuenta años, y es sólo una deformación de las partes mudas de la comedia italiana- representan ideas, actitudes de espíritu, aspectos de la naturaleza, y todo de un modo efectivo, concreto, es decir evocando constantemente objetos o detalles naturales, como ese lenguaje oriental que representa la noche por un árbol donde un pájaro que ya ha cerrado un ojo empieza a cerrar el otro. Y los innumerables símbolos de las Escrituras (como el ojo de la aguja por donde no puede pasar un camello) podrían representar cualquier idea abstracta o actitud del espíritu.

Es evidente que tales signos son verdaderos jeroglíficos, donde el hombre, en tanto contribuye a formarlos, es sólo una forma como las otras, a la que él da sin embargo, por su doble naturaleza, un prestigio singular.

Ese lenguaje, que evoca en el espíritu imágenes de una intensa poesía natural (o espiritual), nos ayuda a entender lo que podría ser para el teatro una poesía en el espacio independiente del lenguaje hablado.

Cualquiera sea la forma de este lenguaje y su poesía, he notado que en nuestro teatro, que vive bajo la dictadura exclusiva de la palabra, ese lenguaje de símbolos y de mímica, esa pantomima silenciosa, esas actitudes, esos ademanes, esas entonaciones objetivas, en suma, todo cuanto hay de específicamente teatral en el teatro, todos esos elementos, cuando existen fuera del texto son para todo el mundo la parte inferior del teatro; se los llama “oficio” negligentemente, y se los confunde  con lo que se entiende por puesta en escena o “realización”, y hasta podemos considerarnos afortunados cuando la expresión “puesta en escena” no se emplea para designar esa suntuosidad artística y exterior que corresponde exclusivamente a los trajes, a las luces, y al decorado.

Y oponiéndome a este punto de vista, que me parece enteramente occidental, o mejor latino, es decir limitado, diré que en tanto ese lenguaje nazca de la escena, en tanto derive su eficacia de una creación espontánea en escena, en tanto luche directamente con la escena sin pasar por las palabras (y por qué no habríamos de imaginar una pieza compuesta directamente en escena, realizada en escena), la puesta en escena es entonces teatro mucho más que la pieza escrita y hablada. Se me pedirá sin duda que precise lo que hay de latino en ese punto de vista opuesto al mío. Latina es la necesidad de emplear palabras para expresar ideas claras. Para mí las ideas claras, en el teatro como en todas partes, son ideas acabadas y muertas.

La idea de una pieza creada directamente en escena, y que choca con los obstáculos de la realización e interpretación, exige el descubrimiento de un lenguaje activo, activo y anárquico, que supere los límites habituales de los sentimientos y las palabras.

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