domingo

CONFIESO QUE HE MORIDO (4) - HUGO GIOVANETTI VIOLA



primera edición WEB

UNO: FINAL EN EL OBELISCO (4)
(crímenes y milagros en el 83)

13

Isabelino Pena suspiró:

-Ahora no nos queda otra cosa que esperar que le entreguen la guitarra a los Regusci.

-Bueno -mira el ventanal Peluca. -Por lo menos descubriste a quién se la robaron.

-Te acompaño a tu casa -palideció el investigador.

-No te calentés. Dale: volvé a contarme lo de los besos que le daban a tu hijo en el Penal. Despacito. Y nos vamos.

-Sólo le podía dar un beso uno de la familia -me siento arriba del escritorio. -El último de la visita y a través de una pared: cabeza contra cabeza y sin que se nos escapara un gesto demás o nos sancionaban a todos. Yo siempre dejaba última a mi esposa, por supuesto. Algunas veces lo saludaba la hermana, cuando iba. Algunas veces estaban peleados por carta con la madre y ligaba yo.

Cuando la doble flotación de Venus se multiplicó chorreando hasta la trompa imitativa de la mujer el viejo resopló:

-Andiamo.

Y mientras cruzamos el jardín me eriza el ronroneo de un furgón que avanza a paso de hombre entre los laureles-rosa y la magnolia y enseguida nos picanean:

-Demasiada máquina pa vos, enano.

-¿Pero por qué no franelean entre ustedes si andan calientes, guachos hijos de puta? -se le empenachó la dentadura a la mujer y el furgón frenó ipso facto.

Peluca se tapa la cara con horror de mandril y cinco tombos nos hacen apoyar contra la pared a punta de metralleta y a ella la cachean demás, porque de repente catapulta un tacazo y un gordo cae aullando como si se los hubieran partido para hacer un omelette:

-Ahora sí que cobrás, conchuda -la hizo arrodillar el policía más alto con una patada chaplinesca. -Vamo pa la comisarís que así marchás al pincho frente al hocico de tu maridito.

-Guarda con lo que hacés, canario -grito sin darle bola al caño que me empieza machucar la columna. -Departamento 6. Enfocá la puerta del 104 y preguntale al mayor Campbell quién soy.

El policía con galones apuntó la linterna hacia el palier vidriado del primer piso y cuando descubrió el cartel detectivesco puso cara de haber visto un OVNI.

-Vayan tranquilos que aquí no pasó nada -siento que los cagué. -Ahora pedile disculpas a la señora y te prometo que Rocky no se entera de nada, canario.

Isabelino Pena terminó por acompañar del brazo a la mujer derrengada y recién al llegar a la Cooperativa de los Portuarios explicó:

-Ricky Campbell vivió en el Pasaje de la Cantera hasta hace poco tiempo. Enemigo mortal de mi hijo y gran amigo del Chueco de Maracaná.

-Y ahora qué va a pasar.

-Lo más liviano sería que me citara vía Seccional del barrio. Y si no vendrán a buscarme, nomás.

-Perdoname, petiso. Soy bocona de alma.

La mujer se sentó en un murete frotándose la cadera y alzó mucho los ojos.

-No sabía que creías en Dios -le escruto la infinitud plateada y me erizo sintiendo que mi novela andante empezó de verdad.

-¿Vos sabés que no me acuerdo si creo en Dios?

-¿Y vos sabés para qué precisamos la felicidad, mujer?

-No me hablés en difícil.

-Pero si es facilísimo -suspiró el investigador. -La precisamos para repartirla.


14

Isabelino Pena corrigió:

-Esa mina es una dama y es nada más que mi clienta, mayor Campbell: me contrató para recuperar una guitarra carolina que simboliza la conniuncto oppositorum o el atman suprapersonal de este arrabal del mundo.

-Saquemelá un momento que hace mucho calor, don Pepe -carcajea Ricky, que rebrilla como un cabezudo empotrado entre el escritorio y los anaqueles color barco de guerra. -¿Y a usted no la da vergüenza haciéndose pasar por tira? ¿Qué pensarían sus hijos los bolches? ¿Cómo anda Ma-Sa?

-¿La hija del Chueco o mi hija?

Una fosforecencia de hiena le maquilló los surcos cuarentones a Campbell.

-La que jugaba a los doctores contigo es asistente social y monja -lo pincho. -Trabaja con mi hermano en el Aparicio Saravia.

-Pero yo le preguntaba por su hija.

-Ah. Está haciendo un posgrado de psicología analítica en Porto Alegre. Tudo bem.

Entonces el policía dio vuelta un portarretrato y el sudor de su gran cabeza rapada y pecosa pareció encenizarse:

-La mía entró en la joda de Casamar y una noche sintió que era una gaviota y se tiró a volar desde una terraza. Dieciséis años. Nadie la atajó.

Ahora Ricky me azula con la misma vulnerabilidad andrógina de la infanta que sonríe en la foto y de golpe confieso:

-Ando buscando al Chueco.

-Para qué.

-Cosas mías. ¿Por casualidad no sabés si para en Casamar?

El mayor Campbell se paró para ensangucharle paternalmente una mano al investigador:

-No se meta con el Chueco, don Pepe. Y si va a seguir loqueando consígase un Sancho, por lo menos. Con todo respeto.

-Sancho es el mundo -no tengo más remedio que escrachar un gargajo bilioso en la papelera.


15

Isabelino Pena se bajó del ómnibus interdepartamental y caminó hasta la ex-Plaza del Recreo. Lo que necesito es reverenciar el caserón rosado de los Tomillo, pero al cruzar la sombra de la Torre del Vigía encuentro dos esqueletos que reconozco enseguida.

-Negro Jefe -se sacó el gacho el detective. -¿Qué precisa, maestro?

El esqueleto humano está acodado sobre la gramilla y alza el otro brazo como si mendigara: el perro mira la luna.

-Ah -sonrió Isabelino Pena: -El toque.

Y me dejo engarfiar por las falanjes del Papalote y siento que la Gran Madreperla me separa maravillosamente de todos los rencores.


16

Isabelino Pena estaba a punto de tocar el timbre en un chalé-casilla cuando una chiquilina apareció corriendo desde el fondo.

-Qué pasa, hermana -me doy cuenta que el disfraz es un traje de novia verdadero y muy roto.

Ella siguió escrutando la nocturnidad mágica de la catedral hasta que el detective empezó a estornudar dando saltitos.

-Le tengo alergia a la mala suerte -aprovecho para acariciarle el horro enrulado. -¿Qué te pasó, Mariana?

La chiquilian retrocedió midiendo la enanez del viejo y roncó:

-Vos quién sos.

-Un amigo de tu tía Lulú. ¿No está tu madre?

-No.

Ahora el traje de novia arde sobre el pedregullo como un jazmín podrido y me animo a tirarle un chiste de alto riesgo:

-Parece que se te hubiera escapado el esposo.

-Lo que se me escapó es una paloma.

-De qué color.

Entonces Mariana se sentó en una hamaca que caía del parral y sonrió:

-Es invisible. Me la va a traer Jesús. Aunque mi madre no me deja tomar la comunión.

-Y ese traje de quién es.

-De mi abuela. Era petisa.

Y empieza balancearse de costado y recién descubro el ángel que le cuelga lunarmente entre los pechitos.

-Escuchame, Mariana -se recogió las faldas de la gabardina el detective para agacharse igual que un futbolista asediado por los flashes. -Quisiera que no te olvidaras nunca de lo que voy a decirte.

Ahora la brevedad de la mirada en guardia resplandece y hago entrar al Esposo:

-Lo que importa de verdad es la iglesia que tenés adentro. Y si no podés tomar la comunión esperá tranquila allí. ¿Entendiste?

La chiquilina se miró el colgante y dijo:

-Uy, mirá cómo late.

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