domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 130 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO QUINTO

6 (3)

Al llegar a la entrada del cementerio el cortejo de apresura a detenerse; no tiene intención de ir más lejos. El sepulturero concluye con la excavación de la fosa; se deposita en ella el ataúd con todas las precauciones adoptadas en tales casos; imprevistas paletadas de tierra van a cubrir el cuerpo del niño. El sacerdote de las religiones, en medio de los conmovidos asistentes, pronuncia algunas palabras para enterrar más todavía al muerto en las mentes de los allí presentes. “Dice que le extraña mucho que se derramen tantas lágrimas por un acto de tan poca significación. Textual. Pero teme no calificar como corresponde, lo que él pretende que debe ser una dicha indiscutible. Si él hubiera imaginado en su ingenuidad que la muerte fuera tan poco simpática, habría renunciado a su ministerio por no aumentar el legítimo dolor de los numerosos deudos y amigos del difunto; pero una voz le sugiere administrarles algunos consuelos, que no serán inútiles, aunque más no sea aquel que deja entrever la esperanza de un próximo encuentro en los cielos del que murió y de los que le sobreviven.” Maldoror huía a todo galope y parecía dirigir su carrera hacia los paredones del cementerio. Los cascos de su corcel levantaban alrededor de su dueño una corona artificial de polvo espeso. Vosotros no podéis saber el nombre del caballero, pero yo lo sé. Se acercaba cada vez más; su rostro de platino comenzaba a distinguirse, aunque estuviera embozado en una capa que el lector se ha abstenido de borrar de su memoria, y que no permitía ver más que los ojos. En pleno discurso, el sacerdote de las religiones se puso repentinamente pálido, pues su oído reconoció el galope irregular de ese célebre caballo blanco que nunca se separó de su dueño. “Sí, prosiguió diciendo, grande es mi confianza en ese próximo encuentro, entonces se comprenderá mejor que nunca, qué sentido habría que dar a la separación contemporánea del alma y del cuerpo. Aquel que cree vivir en este mundo es juguete de una ilusión, cuyo término sería importante acelerar.” El ruido del galope se acentuaba más y más cuando el caballero, estrechando la línea del horizonte, se hizo visible en el campo óptico que abarcaba el pórtico del cementerio, rápido como un ciclón giratorio, el sacerdote de las religiones continuó más gravemente: “No parecéis ni siquiera sospechar que este, a quien la enfermedad obligó a no conocer sino las primeras fases de la vida, y a quien la fosa acaba de recibir en su seno, es el ser viviente indudable; pero sabed por lo menos, que aquel cuya vaga silueta percibís, transportada por un agitado caballo, y sobre el que os aconsejo fijar los ojos lo antes posible, pues ya sólo es un punto, y pronto va a desaparecer en los matorrales, aunque haya vivido mucho, es el único muerto verdadero.”

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